(Compuso estas
preces una joven protestante que se convirtió a nuestra Religión católica a los
quince años de edad, y murió a los dieciocho en olor de santidad).
Jesús, Señor, Dios
de bondad, Padre de misericordia, me presento delante de Vos con el corazón
contrito, humillado y confuso, encomendándoos mi ultima hora y la suerte que
después de ella me espera.
Cuando mis pies,
perdiendo el movimiento, me adviertan que mi carrera en este mundo está ya para
acabarse,
Jesús misericordioso,
tened compasión de mí.
Cuando mis manos,
trémulas y torpes, no puedan ya estrechar el crucifijo, y a pesar mío le dejen
caer en el lecho de mi dolor,
Jesús misericordioso,
tened compasión de mí.
Cuando mis ojos,
apagados y amortecidos por el dolor de la muerte cercana, fijen en Vos miradas
lánguidas y moribundas,
Jesús misericordioso,
tened compasión de mí.
Cuando mis labios,
fríos y balbucientes, pronuncien por última vez vuestro santísimo Nombre,
Jesús misericordioso,
tened compasión de mí.
Cuando mi cara,
pálida y amoratada, cause ya lástima y terror a los circunstantes, y los
cabellos de mi cabeza, bañados del sudor de la muerte, anuncien que está
próximo mi fin,
Jesús misericordioso,
tened compasión de mí.
Cuando mis oídos,
próximos a cerrarse para siempre a las conversaciones de los hombres, se abran
para oír de Vos la irrevocable sentencia que determine mi suerte por toda la
eternidad,
Jesús misericordioso,
tened compasión de mí.
Cuando mi
imaginación, agitada de espantosos fantasmas, se vea sumergida en mortales
congojas, y mi espíritu perturbado del temor de vuestra justicia, a la vista de
mis iniquidades, luche contra el enemigo infernal, que quisiera quitarme la
esperanza en vuestra misericordia y precipitarme en el abismo de la
desesperación,
Jesús misericordioso,
tened compasión de mí.
Cuando mi corazón,
débil, oprimido por el dolor de la enfermedad, esté sobrecogido del dolor de la
muerte, fatigado y rendido por los esfuerzos que haya hecho contra los enemigos
de mi salvación,
Jesús misericordioso,
tened compasión de mí.
Cuando derrame las
últimas lágrimas, síntomas de mi destrucción, recibidlas, Señor, como
sacrificio expiatorio para que muera víctima de penitencia, y en aquel momento
terrible,
Jesús misericordioso,
tened compasión de mí.
Cuando mis
parientes y amigos, juntos alrededor de mí, lloren al verme en el último trance
y os rueguen por mi alma,
Jesús misericordioso,
tened compasión de mí.
Cuando, perdido el
uso de los sentidos, desaparezca de mí toda impresión del mundo, y gima entre
las postreras agonías y congojas de la muerte,
Jesús misericordioso,
tened compasión de mí.
Cuando mis últimos
suspiros muevan a mi alma a salir del cuerpo, recibidlos como señales de mis
santos deseos de llegar a Vos, y en aquel instante,
Jesús misericordioso,
tened compasión de mí.
Cuando mi alma se
aparte para siempre de este mundo y salga de mi cuerpo, dejándole pálido, frío
y sin vida, aceptad la destrucción de él como un tributo que desde ahora
ofrezco a vuestra divina Majestad, y en aquella hora,
Jesús misericordioso,
tened compasión de mí.
En fin, cuando mi
alma comparezca ante Vos y Vea por primera vez el esplendor inmortal de vuestra
soberana Majestad, no la arrojéis de vuestra presencia, sino dignaos recibirla
en el seno amoroso de vuestra misericordia, a fin de que cante eternamente
vuestras alabanzas,
Jesús misericordioso,
tened compasión de mí.
ORACIÓN
¡Oh Dios mío, que
condenándonos a la muerte nos habéis ocultado el momento y la hora de ella:
haced que, viviendo santamente todos los días de nuestra vida, merezcamos una
muerte dichosa, abrasados en vuestro divino amor! Por los méritos de
Jesucristo, Nuestro Señor, que con Vos vive y reina, en unidad del Espíritu
Santo, por todos los siglos de los siglos. Amén.
ACEPTACIÓN
DE LA MUERTE
¡Señor y Dios mío!
Desde ahora acepto de vuestra mano con ánimo conforme y gustoso cualquier género
de muerte que queráis darme, con todas sus amarguras, penas y dolores.
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