PUNTO SEGUNDO
Jesús, en el Santísimo Sacramento, da a todos
audiencia.
En segundo lugar, Jesucristo en el Santísimo
Sacramento da a todos audiencia. Decía Santa Teresa(10)
que en este mundo no es dado a todos los subditos hablar con su príncipe; los
pobres apenas podrán hablarle o darle a conocer sus necesidades por medio de
tercera persona. Mas para hablar con el Rey del cielo no es necesario mediador,
pues todos, nobles y plebeyos, pueden hablarle cara a cara y con entera
libertad en el Santísimo Sacramento. Por esto Jesucristo es llamado flor de los
campos. «Yo soy flor del campo y lirio de los valles». Porque si las flores de
los jardines están encerradas y resguardadas, las del campo, por el contrario,
son del dominio público. «Yo soy flor del campo —le hace decir el cardenal
Hugo— y me ofrezco a todos los que vengan a buscarme».
Todos, pues, y a cualquier hora del día, pueden hablar con Jesucristo en el
Santísimo Sacramento. Hablando San Pedro Crisólogo del nacimiento del Redentor
en el establo de Belén, dice que no siempre dan los reyes audiencia; sucede a
las veces que, si uno quiere hablar a su príncipe, se lo estorban las guardias
de palacio, diciéndole que venga otro día, porque en aquél se acabó el tiempo
de audiencia. Mas el Redentor quiere nacer en una gruta, accesible a todos, sin
puertas y sin guardias, para dar audiencia a todos y a todas horas. «No hay
allí guardia —añade el Santo— que os diga: Pasó la hora». Lo mismo acaece con
Jesucristo en el Santísimo Sacramento: las puertas de las iglesias están
siempre abiertas, y cada vez que queramos podemos entrar en ellas para hablar
al Rey de la gloria. Y para que le hablemos con toda nuestra confianza ha ocultado
su Majestad bajo las apariencias de pan. Si Jesucristo compareciera en nuestros
altares rodeado de resplandor y de gloria, cómo aparecerá en el día del juicio
final, ¿quién tendría valor para acercarse a El? «Mas porque el Señor —dice
Santa Teresa— desea que le hablemos con confianza y le pidamos gracias sin
temor, por esto ha encubierto su Majestad bajo las especies de pan»(11). «"El desea — dice Tomás de
Kempis — que le tratemos como un amigo trata a otro amigo».
Cuando el alma se entretiene al pie de los altares en amorosos coloquios con
Jesús, parece que el Señor le dirige estas palabras de los Cantares :
«Levántate, apresúrate, amiga mía..., hermosa mía, y veri». «Levántate, alma
querida, y pierde todo temor. Apresúrate, llégate cerca de Mí. Amiga
mía, ya no eres mi enemiga, porque me amas y te arrepientes de haberme
ofendido. Hermosa mía, ya no apareces deforme a mis ojos; mi gracia te
hermosea. Ven, pues, y
descúbreme los deseos de tu corazón, que para satisfacerlos estoy en este
altar.» ¿Qué gozo no experimentarías, hermano mío, si el Rey te llamase a su
palacio y te dijese: «Dime qué quieres, qué necesitas, pues te amo y deseo
hacerte bien?» De esta suerte habla el Rey del cielo, Jesucristo, a todos los
que le visitan. «Venid a Mí todos los que estáis trabajados y andáis cargados,
que Yo os aliviaré». «Vengan a Mí los pobres, los enfermos, los afligidos, que
Yo puedo y quiero enriquecerlos, sanarlos y consolarlos. A este fin me he
quedado en los altares.» Yo, el mismo que hablaba —dice el Señor—, heme
aquí.
AFECTOS
Y PETICIONES
¡Amantísimo Jesús mío! Ya que Vos estáis en
nuestros altares para atender las súplicas de los miserables que a Vos acuden,
escuchad ahora la súplica que os hago yo, miserable pecador. ¡Oh Cordero de
Dios, sacrificado y muerto en la cruz por mí!, yo soy una de las almas
rescatadas con vuestra sangre; perdonadme todas las injurias que os he hecho y
asistidme con vuestra gracia para que no vuelva a perderos. Hacedme partícipe,
¡oh Jesús mío!, de los dolores que por mis pecados sufristeis en el Huerto de
Getsemaní. ¡Oh Dios mío!, ojalá nunca os hubiera ofendido. ¡Carísimo Señor
mío!, si yo hubiera muerto en pecado, no podría amaros; pero Vos me habéis
esperado, a fin de que os ame. Gracias os doy por este tiempo que me habéis
concedido, y ya que ahora puedo amaros, quiero hacerlo. Dadme vuestro santo
amor, pero un amor tan grande que me haga olvidar todas las cosas del mundo,
para no pensar más que en complacer vuestro amantísimo Corazón.
¡Oh
Jesús mío!, ya que habéis empleado toda vuestra vida en amarme, haced que a lo
menos lo que me resta de la mía lo emplee en amaros. Cautivadme con las cadenas
de vuestro amor, y antes que muera haced que todo sea vuestro. De Vos lo espero
por los méritos de vuestra Pasión.
También en vuestra intercesión, ¡oh María!, tengo puesta toda mi esperanza;
bien sabéis que os amo, tened compasión de mí.
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