PUNTO TERCERO
La salvación es negocio
irreparable
La
salvación es negocio importante, negocio único, negocio
irreparable. «No hay error —dice San Euquerio— sobre el error de descuidar el
negocio de la salvación eterna». Para todos los otros yerros hay remedio: si se
pierde la hacienda, puede ganarse por otro camino; si se pierde un empleo, se
puede otra vez recuperar; aun perdiendo la vida, si uno logra salvarse, todo
está remediado. Mas para el alma que se condena ya no hay remedio. Se muere una
sola vez ; perdida una vez el alma, se pierde para siempre. No queda más remedio que llorar eternamente
con los otros desgraciados que pueblan ya el infierno, cuya pena y tormento
mayor será el pensar que se les acabó el tiempo de remediar su desgracia. El
verano se acabó ——dirán por Jeremías—, y nosotros no somos libertados.
Preguntad a los sabios que están sumergidos en los fuegos devoradores del
infierno, preguntadles los sentimientos que tienen y si están contentos con
haber labrado gran fortuna sobre la tierra, ahora que están condenados a vivir
eternamente en aquella cárcel. Oídlos cómo se lamentan y dicen: ¡Conque nos
hemos engañado!. Mas ¿de qué les sirve conocer su yerro ahora que no pueden
remediar su eterna condenación? ¿Qué tormento no sentirá en este mundo aquel
que, habiendo con poco trabajo podido remediar la ruina de su casa, la
encontrase un día arruinada y viniese a reconocer su negligencia cuando ya no
hubiese remedio?
Este
es el tormento mayor de los condenados: pensar que han perdido su alma y se han
condenado por culpa suya. Tu perdición, Israel, viene de ti mismo, y sólo de
Mí tu socorro. Dice Santa Teresa(5) que si
uno pierde por culpa suya un vestido, un anillo, aunque sea una nonada, no
halla paz, no come, no duerme. ¡Qué suplicio, pues, no sentirá, ¡oh Dios mío!,
el condenado en el momento mismo de entrar en el infierno, viéndose encerrado
en aquella cárcel de tormentos, cuando comience a darse cuenta de su desgracia
y entienda que ya no podrá repararla por toda la eternidad! Entonces, sin duda,
dirá: «He perdido mi alma, he perdido el paraíso, he perdido a Dios, he perdido
todo y para siempre. ¿Y por qué ? Por culpa mía»(6).
Pero dirá alguno: «Si cometo este pecado, ¿por
qué me he de condenar ? Bien puede ser que todavía me salve.» Yo le responderé:
«También puede ser que te condenes, y aún digo más: que es más fácil que te
condenes, porque la Escritura amenaza con la eterna condenación a los pecadores
obstinados, como ahora lo eres tú.» ¡Ay de vosotros, hijos rebeldes y
desertores! —dice el Señor por Isaías—. ¡Ay de ellos, porque se
apartaron de Mí. Advierte, al menos, que con este pecado que cometes pones
en duda y en gran riesgo tu salvación eterna. Pues bien, y este negocio ¿es de
tal naturaleza que lo puedas poner en peligro? No se trata aquí de una casa, de
una rica heredad, de un empleo; «se trata —dice San Juan Crisóstomo— de padecer
una eternidad de tormentos y de perder un paraíso eterno». Y este negocio, que
para ti es el todo, ¿lo has de arriesgar por un puede ser?
«¿Quién sabe? —replicarás tal vez—. No me
condenaré; espero que Dios más tarde me ha de perdonar.» Pero entre tanto tú
mismo, y en este instante, te condenas al infierno. Dime: ¿Te arrojarías a un
pozo, diciendo : «Vamos, ¿ quién sabe si escaparé a la muerte?» A buen seguro
que no. ¿Y cómo te atreves a apoyar tu eterna salvación en una esperanza tan
débil como es un quién sabe? Cuántos hay que se han condenado por esta
maldita esperanza! ¿Ignoras por ventura que la esperanza de los que se obstinan
en pecar no es verdadera esperanza, sino engaño y presunción que excita a Dios,
no a misericordia, sino a mayores venganzas? Si ahora dices que no puedes
resistir a la tentación y a la pasión que te avasalla, ¿cómo podrás resistir
más tarde, cuando con nuevos pecados, lejos de aumentarse, disminuyan tus
fuerzas? Porque entonces, por una parte, tu alma quedará más ciega y más
endurecida en la maldad, y, por otra, te faltará la ayuda y el favor del cielo.
¿O es que esperas que Dios te ha de otorgar más luces y mayores gracias a
medida que tú vayas amontonando pecados sobre pecados?
AFECTOS Y PETICIONES
¡Oh .Jesús mío!, traedme siempre a la
memoria el recuerdo de la muerte que habéis padecido por mí y dadme confianza.
Temo que en la hora de mi muerte el demonio intente desesperarme a la vista de
tantos pecados como he cometido. ¡Cuántas veces os he prometido, movido por las
luces que me habéis dado, que no había de volver a ofenderos más, y después,
fiado del perdón, os he vuelto a ultrajar! Y porque no me habéis castigado, por
eso os he ultrajado más. Porque habéis tenido compasión de mí, he multiplicado
mis ultrajes; Oh Redentor mío! , antes que abandone este mundo, dadme un gran
dolor de mis pecados. Me arrepiento, ¡oh Sumo Bien!, de haberos ofendido, y de
hoy en adelante os prometo antes morir mil veces que volver a abandonaros.
Entre tanto, hacedme oír aquellas palabras que dirigisteis a la Magdalena: Tus
pecados te son perdonados, y dadme antes de mi muerte verdadero dolor de
mis pecados; de otra suerte, temo que mi muerte sea inquieta y desgraciada. No
seas para mí motivo de temor, ¡oh
Jesús mío!; Tú, esperanza mía, en el tiempo de mi aflicción. Si viniera
a morir antes de haber llorado mis pecados y antes de haberos amado, entonces
vuestras llagas y vuestra sangre, más que esperanza, me causarían temor. En lo
que me resta de vida no os pido consuelos y bienes de la tierra; sólo os pido
dolor de mis pecados y amor. Oíd mis ruegos, ¡oh carísimo Salvador mío!, por
aquel amor que os llevó a sacrificar vuestra vida por mí en el Calvario.
(6) Axiomas de esta clase eran
corrientes en los predicadores, v. gr.. el P. Séñeri: «Acordaos que morir mal
una vez es morir mal para siempre: Periisse semel, aeternum periisse ést» (segneri,
P., II cristiano istruito, parte 3ª. ragg.º ult.° Opere, III.
Venezia, 1742, p. 354)..
(7) Gran remedio es para esto traer muy
continuo el pensamiento de la vanidad que es todo y cuan presto se acaba, para
quitar las afecciones de las cosas que son tan baladíes, y ponerla en lo que
nunca se ha de acabar; y aunque parece flaco medio, viene a fortalecer mucho el
alma (S. Teresa de Jesús, Camino de perfección, c. 10. Obras, III
(Burgos, 1916), p. 51).
No hay comentarios:
Publicar un comentario