viernes, 10 de abril de 2020

12.3. DE LA IMPORTANCIA DE LA SALVACIÓN (Cont)


PUNTO TERCERO
La salvación es negocio irreparable

   La salvación es negocio importante, negocio único, negocio irreparable. «No hay error —dice San Euquerio— sobre el error de descuidar el negocio de la salvación eterna». Para todos los otros yerros hay remedio: si se pierde la hacienda, puede ganarse por otro camino; si se pierde un empleo, se puede otra vez recuperar; aun perdiendo la vida, si uno logra salvarse, todo está remediado. Mas para el alma que se condena ya no hay remedio. Se muere una sola vez ; perdida una vez el alma, se pierde para siempre. No queda más remedio que llorar eternamente con los otros desgraciados que pueblan ya el infierno, cuya pena y tormento mayor será el pensar que se les acabó el tiempo de remediar su desgracia. El verano se acabó ——dirán por Jeremías—, y nosotros no somos libertados. Preguntad a los sabios que están sumergidos en los fuegos devoradores del infierno, preguntadles los sentimientos que tienen y si están contentos con haber labrado gran fortuna sobre la tierra, ahora que están condenados a vivir eternamente en aquella cárcel. Oídlos cómo se lamentan y dicen: ¡Conque nos hemos engañado!. Mas ¿de qué les sirve conocer su yerro ahora que no pueden remediar su eterna condenación? ¿Qué tormento no sentirá en este mundo aquel que, habiendo con poco trabajo podido remediar la ruina de su casa, la encontrase un día arruinada y viniese a reconocer su negligencia cuando ya no hubiese remedio?

   Este es el tormento mayor de los condenados: pensar que han perdido su alma y se han condenado por culpa suya. Tu perdición, Israel, viene de ti mismo, y sólo de Mí tu socorro. Dice Santa Teresa(5) que si uno pierde por culpa suya un vestido, un anillo, aunque sea una nonada, no halla paz, no come, no duerme. ¡Qué suplicio, pues, no sentirá, ¡oh Dios mío!, el condenado en el momento mismo de entrar en el infierno, viéndose encerrado en aquella cárcel de tormentos, cuando comience a darse cuenta de su desgracia y entienda que ya no podrá repararla por toda la eternidad! Entonces, sin duda, dirá: «He perdido mi alma, he perdido el paraíso, he perdido a Dios, he perdido todo y para siempre. ¿Y por qué ? Por culpa mía»(6).

   Pero dirá alguno: «Si cometo este pecado, ¿por qué me he de condenar ? Bien puede ser que todavía me salve.» Yo le responderé: «También puede ser que te condenes, y aún digo más: que es más fácil que te condenes, porque la Escritura amenaza con la eterna condenación a los pecadores obstinados, como ahora lo eres tú.» ¡Ay de vosotros, hijos rebeldes y desertores! —dice el Señor por Isaías—. ¡Ay de ellos, porque se apartaron de Mí. Advierte, al menos, que con este pecado que cometes pones en duda y en gran riesgo tu salvación eterna. Pues bien, y este negocio ¿es de tal naturaleza que lo puedas poner en peligro? No se trata aquí de una casa, de una rica heredad, de un empleo; «se trata —dice San Juan Crisóstomo— de padecer una eternidad de tormentos y de perder un paraíso eterno». Y este negocio, que para ti es el todo, ¿lo has de arriesgar por un puede ser?

   «¿Quién sabe? —replicarás tal vez—. No me condenaré; espero que Dios más tarde me ha de perdonar.» Pero entre tanto tú mismo, y en este instante, te condenas al infierno. Dime: ¿Te arrojarías a un pozo, diciendo : «Vamos, ¿ quién sabe si escaparé a la muerte?» A buen seguro que no. ¿Y cómo te atreves a apoyar tu eterna salvación en una esperanza tan débil como es un quién sabe? Cuántos hay que se han condenado por esta maldita esperanza! ¿Ignoras por ventura que la esperanza de los que se obstinan en pecar no es verdadera esperanza, sino engaño y presunción que excita a Dios, no a misericordia, sino a mayores venganzas? Si ahora dices que no puedes resistir a la tentación y a la pasión que te avasalla, ¿cómo podrás resistir más tarde, cuando con nuevos pecados, lejos de aumentarse, disminuyan tus fuerzas? Porque entonces, por una parte, tu alma quedará más ciega y más endurecida en la maldad, y, por otra, te faltará la ayuda y el favor del cielo. ¿O es que esperas que Dios te ha de otorgar más luces y mayores gracias a medida que tú vayas amontonando pecados sobre pecados?

AFECTOS Y PETICIONES

   ¡Oh .Jesús mío!, traedme siempre a la memoria el recuerdo de la muerte que habéis padecido por mí y dadme confianza. Temo que en la hora de mi muerte el demonio intente desesperarme a la vista de tantos pecados como he cometido. ¡Cuántas veces os he prometido, movido por las luces que me habéis dado, que no había de volver a ofenderos más, y después, fiado del perdón, os he vuelto a ultrajar! Y porque no me habéis castigado, por eso os he ultrajado más. Porque habéis tenido compasión de mí, he multiplicado mis ultrajes; Oh Redentor mío! , antes que abandone este mundo, dadme un gran dolor de mis pecados. Me arrepiento, ¡oh Sumo Bien!, de haberos ofendido, y de hoy en adelante os prometo antes morir mil veces que volver a abandonaros. Entre tanto, hacedme oír aquellas palabras que dirigisteis a la Magdalena: Tus pecados te son perdonados, y dadme antes de mi muerte verdadero dolor de mis pecados; de otra suerte, temo que mi muerte sea inquieta y desgraciada. No seas para mí motivo de temor, ¡oh Jesús mío!; Tú, esperanza mía, en el tiempo de mi aflicción. Si viniera a morir antes de haber llorado mis pecados y antes de haberos amado, entonces vuestras llagas y vuestra sangre, más que esperanza, me causarían temor. En lo que me resta de vida no os pido consuelos y bienes de la tierra; sólo os pido dolor de mis pecados y amor. Oíd mis ruegos, ¡oh carísimo Salvador mío!, por aquel amor que os llevó a sacrificar vuestra vida por mí en el Calvario.

   María, Madre mía, obtenedme todas estas gracias, juntamente con la perseverancia hasta la muerte.




(6) Axiomas de esta clase eran corrientes en los predicadores, v. gr.. el P. Séñeri: «Acordaos que morir mal una vez es morir mal para siempre: Periisse semel, aeternum periisse ést» (segneri, P., II cristiano istruito, parte 3ª. ragg.º ult.° Opere, III. Venezia, 1742, p. 354)..
(7) Gran remedio es para esto traer muy continuo el pensamiento de la vanidad que es todo y cuan presto se acaba, para quitar las afecciones de las cosas que son tan baladíes, y ponerla en lo que nunca se ha de acabar; y aunque parece flaco medio, viene a fortalecer mucho el alma (S. Teresa de Jesús, Camino de perfección, c. 10. Obras, III (Burgos, 1916), p. 51).

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