viernes, 10 de abril de 2020

17.1. ABUSO DE LA DIVINA MISERICORDIA

                  Ignoras quoniam benignitas Dei ad
          poenitentiam te adducit?
                                    ¿No sabes que la benignidad de Dios te
                                 convida a penitencia?
Ro., 2, 4.


PUNTO PRIMERO
El que abusa de la misericordia de Dios excita su cólera.

   Refiere San Mateo, en el capítulo XIII de su Evangelio la parábola de la cizaña, y dice que, habiendo crecido en un campo esa mala hierba mezclada con el buen grano, querían los criados ir a arrancarla. pero el amo les replicó: «dejadla crecer: después la arrancaremos para echarla al fuego» (Ma., 13, 29, 30). De esta parábola se deduce, por una parte, la paciencia de Dios para con los pecadores, y por otra, su rigor con los obstinados.  Dice San Agustín que el enemigo engaña de dos maneras a los hombres: «con desesperación y con esperanza.» Cuando el pecador ha pecado ya, le mueve a desesperarse por el temor de la divina justicia; pero antes de pecar le anima a que caiga en tentación por la esperanza de la divina misericordia. Por eso el santo nos amonesta diciendo: «después del pecado ten esperanza en la misericordia; antes del pecado teme la divina justicia.» Y así es, en efecto. Porque no merece la misericordia de Dios el que se sirve de ella para ofenderle. La misericordia se usa con quien teme a Dios, no con quien la utiliza para no temerle. El que ofende a la justicia —dice el Abulense—, puede acudir a la misericordia; mas el que ofende a la misericordia, ¿a quién acudirá?

   Difícilmente se hallará un pecador tan desesperado que quiera expresamente condenarse. Los pecadores quieren pecar, mas sin perder la esperanza de salvación. pecan, y dicen: Dios es la misma bondad; aunque ahora peque, yo me me confesaré más adelante. Asi piensan los pecadores, dice San Agustín (Trac., 33, in Jn.). pero, ¡oh Dios mío!, así pensaron muchos que ya están condenados.

   «No digas —exclama el Señor— la misericordia de Dios es grande: mis innumerables pecados, con un acto de contrición me serán perdonados» (Ecl., 5, 6). no habléis así —nos dice el señor—. ¿Y por qué? «porque su ira está tan pronta como su misericordia; y su ira mira a los pecadores» (Ecl., 5, 7). La misericordia de Dios es infinita; pero los actos de ella, o sea los de conmiseración, son finitos. Dios es clemente, pero también justo. «Soy justo y misericordioso; —dijo el Señor a Santa Brígida—, y los pecadores sólo atienden a la misericordia.» «Los pecadores —escribe San Basilio— no quieren ver más que la mitad.» «Bueno es el Señor; pero, además, es justo. No queramos considerar únicamente una mitad de Dios.» Sufrir al que se sirve de la bondad de Dios para más ofenderle —decía el Santo Ávila—, antes fuera injusticia que misericordia. La clemencia fue ofrecida al que teme a Dios, no a quien abusa de ella. Et misericordia ejus timentibus eum, como exclamaba en su cántico la Virgen Santísima. A los obstinados los amansa la justicia, porque, como dice San Agustín, la veracidad de Dios resplandece aun en sus
amenazas.

   «Guardaos— dice San Juan Crisóstomo— cuando el demonio (no Dios) os promete la divina misericordia con el fin de que pequéis.» «¡Ay de aquel—añade San Agustín— que para pecar atiende a la esperanza!...(In Sal. 144). ¡A cuántos ha engañado y perdido esa vana ilusión!. ¡Desdichado del que abusa de la piedad de Dios para ofenderle más!... Lucifer —como afirma San Bernardo— fue con tan asombrosa presteza castigado por Dios, porque al rebelarse esperaba que no recibiría castigo. El rey Manases pecó; convirtióse luego, y Dios le perdonó. Mas para Amón, su hijo, que, viendo cuan fácil había conseguido el perdón su padre, llevó mala vida con esperanza de ser también perdonado, no hubo misericordia. Por esa causa —dice San Juan Crisóstomo— se condenó Judas, porque se atrevió a pecar confiado en la benignidad de Jesucristo. En suma: si Dios espera con paciencia, no espera siempre. Pues si el Señor siempre nos tolerase, nadie se condenaría; pero la opinión más común es que la mayor parte de los cristianos adultos se condena. «Ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por él» (Mt., 7, 13).

   Quien ofende a Dios, fiado en la esperanza de ser perdonado, «es un escarnecedor y no un penitente» —dice San Agustín—. por otra parte, nos afirma San Pablo que «Dios no puede ser burlado» (ga., 6, 7). Y sería burlarse de Dios el ofenderle siempre que quisiéramos y luego ir a la gloria.  Quien siembra pecados no ha de esperar otra cosa que el eterno castigo del infierno (Gal., 6, 8).  La red con que el demonio arrastra a casi todos los cristianos que se condenan es, sin duda, ese engaño con que los seducía diciéndoles: pecad libremente, que a pesar de todo ello os habéis de salvar. Mas el Señor maldice al que peca esperando perdón . La esperanza después del pecado, cuando el pecador de veras se arrepiente, es grata a Dios; pero la de los obstinados le es abominable (Jb., 11, 20). Semejante esperanza provoca el castigo de Dios, así como provocaría a ser castigado el siervo que ofendiese a su señor precisamente porque éste es bondadoso y amable.

AFECTOS Y PETICIONES

   ¡Ah Dios mío! ¡mirad cómo soy uno de los que os han ofendido porque erais bueno con ellos!... ¡Oh Señor!, esperadme aún. No me abandonéis todavía, que yo espero, con el auxilio de vuestra gracia, no provocaros mas a que me dejéis. Me arrepiento, ¡Oh bondad infinita!, De haberos ofendido y de haber tanto abusado de vuestra paciencia. Os doy gracias porque hasta ahora me habéis tolerado; y de hoy en adelante no volveré a ser, como he sido, un miserable traidor.  Os amo sobre todas las cosas; aprecio vuestra gracia más que a todos los reinos del mundo, y antes que perderla preferiría perder mil veces la vida. Dios mío, por amor de Jesucristo, concededme, con vuestro santo amor, el don de la perseverancia hasta la muerte. no permitáis que de nuevo os haga traición ni deje de amaros.

   Vos, Virgen María, en quien espero siempre, alcanzadme la perseverancia final, y nada más pido.

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