Ignoras quoniam benignitas Dei ad
poenitentiam te adducit?
¿No sabes que la benignidad de Dios te
convida a penitencia?
Ro., 2, 4.
PUNTO PRIMERO
El que abusa de la misericordia
de Dios excita su cólera.
Refiere San Mateo, en el capítulo XIII de su
Evangelio la parábola de la cizaña, y dice que, habiendo crecido en un campo
esa mala hierba mezclada con el buen grano, querían los criados ir a
arrancarla. pero el amo les replicó: «dejadla crecer: después la arrancaremos
para echarla al fuego» (Ma., 13, 29, 30). De esta parábola se deduce, por una
parte, la paciencia de Dios para con los pecadores, y por otra, su rigor con
los obstinados. Dice San Agustín que el
enemigo engaña de dos maneras a los hombres: «con desesperación y con
esperanza.» Cuando el pecador ha pecado ya, le mueve a desesperarse por el
temor de la divina justicia; pero antes de pecar le anima a que caiga en
tentación por la esperanza de la divina misericordia. Por eso el santo nos
amonesta diciendo: «después del pecado ten esperanza en la misericordia; antes
del pecado teme la divina justicia.» Y así es, en efecto. Porque no merece la
misericordia de Dios el que se sirve de ella para ofenderle. La misericordia se
usa con quien teme a Dios, no con quien la utiliza para no temerle. El que ofende
a la justicia —dice el Abulense—, puede acudir a la misericordia; mas el que
ofende a la misericordia, ¿a quién acudirá?
Difícilmente se hallará un pecador tan
desesperado que quiera expresamente condenarse. Los pecadores quieren pecar,
mas sin perder la esperanza de salvación. pecan, y dicen: Dios es la misma
bondad; aunque ahora peque, yo me me confesaré más adelante. Asi piensan los
pecadores, dice San Agustín (Trac., 33, in Jn.). pero, ¡oh Dios mío!, así
pensaron muchos que ya están condenados.
«No digas —exclama el Señor— la misericordia
de Dios es grande: mis innumerables pecados, con un acto de contrición me serán
perdonados» (Ecl., 5, 6). no habléis así —nos dice el señor—. ¿Y por qué?
«porque su ira está tan pronta como su misericordia; y su ira mira a los
pecadores» (Ecl., 5, 7). La misericordia de Dios es infinita; pero los actos de
ella, o sea los de conmiseración, son finitos. Dios es clemente, pero también
justo. «Soy justo y misericordioso; —dijo el Señor a Santa Brígida—, y los pecadores
sólo atienden a la misericordia.» «Los pecadores —escribe San Basilio— no quieren
ver más que la mitad.» «Bueno es el Señor; pero, además, es justo. No queramos
considerar únicamente una mitad de Dios.» Sufrir al que se sirve de la bondad
de Dios para más ofenderle —decía el Santo Ávila—, antes fuera injusticia que misericordia.
La clemencia fue ofrecida al que teme a Dios, no a quien abusa de ella. Et
misericordia ejus timentibus eum, como exclamaba en su cántico la Virgen Santísima.
A los obstinados los amansa la justicia, porque, como dice San Agustín, la
veracidad de Dios resplandece aun en sus
amenazas.
«Guardaos— dice San Juan Crisóstomo— cuando
el demonio (no Dios) os promete la divina misericordia con el fin de que
pequéis.» «¡Ay de aquel—añade San Agustín— que para pecar atiende a la
esperanza!...(In Sal. 144). ¡A cuántos ha engañado y perdido esa vana ilusión!.
¡Desdichado del que abusa de la piedad de Dios para ofenderle más!... Lucifer —como
afirma San Bernardo— fue con tan asombrosa presteza castigado por Dios, porque
al rebelarse esperaba que no recibiría castigo. El rey Manases pecó;
convirtióse luego, y Dios le perdonó. Mas para Amón, su hijo, que, viendo cuan
fácil había conseguido el perdón su padre, llevó mala vida con esperanza de ser
también perdonado, no hubo misericordia. Por esa causa —dice San Juan Crisóstomo—
se condenó Judas, porque se atrevió a pecar confiado en la benignidad de Jesucristo.
En suma: si Dios espera con paciencia, no espera siempre. Pues si el Señor
siempre nos tolerase, nadie se condenaría; pero la opinión más común es que la
mayor parte de los cristianos adultos se condena. «Ancha es la puerta y
espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por
él» (Mt., 7, 13).
Quien ofende a Dios, fiado en la esperanza
de ser perdonado, «es un escarnecedor y no un penitente» —dice San Agustín—.
por otra parte, nos afirma San Pablo que «Dios no puede ser burlado» (ga., 6,
7). Y sería burlarse de Dios el ofenderle siempre que quisiéramos y luego ir a
la gloria. Quien siembra pecados no ha
de esperar otra cosa que el eterno castigo del infierno (Gal., 6, 8). La red con que el demonio arrastra a casi
todos los cristianos que se condenan es, sin duda, ese engaño con que los
seducía diciéndoles: pecad libremente, que a pesar de todo ello os habéis de
salvar. Mas el Señor maldice al que peca esperando perdón . La esperanza
después del pecado, cuando el pecador de veras se arrepiente, es grata a Dios;
pero la de los obstinados le es abominable (Jb., 11, 20). Semejante esperanza
provoca el castigo de Dios, así como provocaría a ser castigado el siervo que
ofendiese a su señor precisamente porque éste es bondadoso y amable.
AFECTOS Y PETICIONES
¡Ah Dios mío! ¡mirad cómo soy uno de los que
os han ofendido porque erais bueno con ellos!... ¡Oh Señor!, esperadme aún. No
me abandonéis todavía, que yo espero, con el auxilio de vuestra gracia, no
provocaros mas a que me dejéis. Me arrepiento, ¡Oh bondad infinita!, De haberos
ofendido y de haber tanto abusado de vuestra paciencia. Os doy gracias porque
hasta ahora me habéis tolerado; y de hoy en adelante no volveré a ser, como he
sido, un miserable traidor. Os amo sobre
todas las cosas; aprecio vuestra gracia más que a todos los reinos del mundo, y
antes que perderla preferiría perder mil veces la vida. Dios mío, por amor de Jesucristo,
concededme, con vuestro santo amor, el don de la perseverancia hasta la muerte.
no permitáis que de nuevo os haga traición ni deje de amaros.
Vos, Virgen María, en quien espero siempre,
alcanzadme la perseverancia final, y nada más pido.
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