viernes, 10 de abril de 2020

11.2. VALOR DEL TIEMPO (Cont)


PUNTO SEGUNDO
El tiempo, tesoro menospreciado
y vanamente deseado en la muerte.

   No hay nada más precioso que el tiempo, ni tampoco hay cosa más menospreciada y menos estimada de los mundanos. Esto es lo que deplora San Bernardo cuando dice: (Nada hay más precioso que el tiempo y nada más vilmente estimado» ; y luego añade: (Uno tras otro se deslizan los días de salud para nunca más volver». Ved a ese jugador que gasta días y noches en el juego. Preguntadle qué hace, y os responderá: «Matar el tiempo.» Ved a ese otro vago que pasa las horas muertas en la calle, atisbando a ver quién pasa, si no es que se entretiene en hablar de cosas obscenas o a lo menos inútiles. Si le preguntáis qué hace, os responderá que está pasando el tiempo. ¡Desgraciados! De esta suerte pierden tantos días, días que no volverán jamás.

   ¡Tiempo menospreciado, en el trance de la muerte serás buscado y apetecido por los mundanos! Suspirarán entonces por otro año, por otro mes, por otro día, mas no lo tendrán; y oirán, por toda respuesta, aquella voz terrible: Ya no habrá más tiempo. ¡Cuánto pagarían estos desventurados porque se les concediese todavía una semana más, otro día de tiempo, para mejor ajustar las cuentas de su alma! «Entonces, para lograr una hora de tiempo, darían —dice San Lorenzo Justiniano— todos sus bienes, riquezas, honores, placeres». Mas ni esta hora tendrán de tregua. «Apresúrate —le dirá el sacerdote que le asista—, apresúrate, sal presto de esta tierra, que ya no queda tiempo»).

   Por esto nos exhorta el Sabio a que nos acordemos de Dios y procuremos su gracia y amistad antes que desaparezca la luz. Acuérdate de tu Creador antes que se oscurezca el sol y desaparezca la luz. ¡Qué dolor no siente el viajero, al saber que ha perdido el camino, cuando le vienen encima las tinieblas de la noche y no tiene tiempo de remediar el yerro! Este género de angustia acometerá en la hora de la muerte al que ha vivido muchos años en el mundo sin emplearlos en el servicio de Dios. Vendrá la noche —dice el Señor— en la cual nadie puede obrar. Esta noche fatal será para él la hora de la muerte, en la cual no podrá ya hacer nada. Y contra mí llamó al tiempo, dice el Profeta. Pasará entonces por delante de su conciencia el tiempo que ha tenido y que lo ha empleado en daño de su alma. Le vendrán a la memoria tantas luces, tantas gracias que ha recibido de Dios para hacerse santo, y no ha querido aprovecharse de ellas; y en aquel momento se verá imposibilitado de hacer el bien. Entonces, gimiendo, dirá:   «¡Loco de mí! ¿Qué es lo que he hecho? ¡Oh tiempo perdido! ¡Toda tu vida está perdida! ¡Perdí los años en que podía haberme santificado! No lo hice, y ahora ya se acabó el tiempo.» Pero ¿de qué le servirán entonces estos suspiros y lamentos, cuando está acabándose para él la escena de este mundo, y la lámpara de su vida despide los últimos fulgores, y el moribundo está para entrar en el momento del cual depende toda la eternidad?

AFECTOS Y PETICIONES

   ¡Oh Jesús mío! Vos habéis empleado toda vuestra vida en salvar mi alma; no hubo en ella ni siquiera un momento en el cual no os hayáis ofrecido al Eterno Padre para obtenerme el perdón y la salvación eterna. Y yo, que tantos años ha vivo en el mundo, ¿cuántos hasta ahora he empleado en serviros? ¡Ah, que todo cuanto he hecho me causa remordimientos de conciencia! El mal ha sido mucho; el bien harto poco ha sido, y todavía cargado de imperfecciones, lleno de tibiezas, de amor propio y de distracciones. ¡Oh Redentor míos todo esto me ha sucedido porque me olvidé de cuanto Vos habéis hecho por mí! Pero si yo me olvidé de Vos, no me habéis Vos echado en olvido, sino que, cuando huía de Vos me habéis buscado y llamado muchas veces a vuestro amor.

   Heme aquí, Jesús mío; ya no quiero resistiros más; pues ¿a qué espero? ¿A que Vos me hayáis totalmente abandonado? Me arrepiento, ¡oh Soberano Bien!, de haberme separado de Vos por el pecado. Os amo, Bondad infinita, digna de infinito amor. No permitáis que vuelva a perder el tiempo que vuestra misericordia me concede. Traedme siempre a la memoria, amado Salvador mío, el amor que me habéis tenido y los trabajos que por mí habéis padecido. Haced que me olvide de todo, a fin de que en lo que me resta de vida no piense más que en amaros y en complaceros. Os amo, Jesús mío, mi amor, mi todo. Os prometo hacer actos de amor siempre que me acuerde de Vos. Dadme la santa perseverancia. Todo lo fío en los méritos de vuestra preciosísima sangre.

   ¡Oh amadísima Madre mía, María, en vuestra intercesión confío!

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