PUNTO SEGUNDO
Otro engaño: «Dios es
misericordioso:
luego lo será también conmigo».
Dices que el Señor es Dios de
misericordia. Aquí se oculta el tercer engaño, comunísimo entre los pecadores,
y por el cual no pocos se condenan. Escribe un sabio autor que más almas envía
al infierno la misericordia que la justicia de Dios, porque los pecadores,
confiando temerariamente en aquélla, no dejan de pecar, y se pierden.
El Señor es Dios de
misericordia, ¿quién lo niega? Y, sin embargo, ¡ a cuántas almas manda Dios
cada día a penas eternas! Es, en verdad, misericordioso, pero también es justo;
y por ello se ve obligado a castigar a quien le ofende. Usa de misericordia con
los que le temen (Sal., 102, 11-13).
Pero en los que le desprecian
y abusan de la clemencia divina para más ofenderle, tiene que responder sólo la
justicia de Dios. Y con grave motivo, porque el Señor perdona el pecado, mas no
puede perdonar la voluntad de pecar.
El que peca—dice San
Agustín—pensando en que se arrepentirá después de haber pecado, no es
penitente, sino que hace burla y menosprecio de Dios. Además, el Apóstol nos
advierte (Ga., 6, 7) que de Dios nadie se burla; ¿y qué irrisión mayor habría
que ofenderle cómo y cuándo quisiéramos, y luego aspirar a la gloria? «Pero así como Dios fue tan misericordioso
conmigo en mi vida pasada, espero que lo será también en lo venidero. » Este es el cuarto engaño. De modo que
porque el Señor se ha compadecido de ti hasta ahora, ¿habrá de ser siempre
clemente y no te castigará jamás?... Antes bien, cuanto mayor haya sido su
clemencia, tanto más debes temer que no vuelva a perdonarte, y que te castigue
con rigor apenas le ofendas de nuevo. «No digáis —exclama el Eclesiástico (5,
4) —he pecado, y no he recibido castigo, porque el Altísimo, aunque es
paciente, nos da lo que merecemos.» Cuando llega su misericordia al limite que
para cada pecador tiene determinado, entonces le castiga por todas las culpas
que el ingrato cometió. Y la pena será tanto más dura cuanto más largo hubiere
sido el tiempo en que Dios esperó al culpado, dice San Gregorio. Si vieras, pues, hermano mío, que, a pesar de
tus frecuentes ofensas a Dios, aún no has sido castigado, debes decir: «Señor,
grande es mi gratitud, porque me habéis librado del infierno, que tantas veces
merecí.» Considera que muchos pecadores, por culpas harto menos graves que las
tuyas, se han condenado irremisiblemente, y trata además de satisfacer por tus
pecados con el ejercicio de la paciencia y de otras buenas obras.
La benevolencia con que Dios
te ha tratado debe animarte no sólo a dejar de ofenderle, sino a servirle y
amarle siempre, ya que contigo mostró inmensa misericordia, a otros muchos
negada.
AFECTOS
Y PETICIONES
Jesús mío crucificado, mi
Redentor y mi Dios: a vuestras plantas se postra este traidor infame,
avergonzándose de comparecer ante vuestra presencia. ¡Cuántas veces os he
menospreciado! ¡Cuántas veces prometí no ofenderos más! Pero mis promesas
fueron otras tantas traiciones, pues no bien se me ofreció ocasión de pecar,
olvídeme de Vos y os abandoné nuevamente. Os doy mil gracias porque me habéis
librado del infierno y me permitís estar a vuestros pies, e ilumináis mi alma y
me atraéis a vuestro amor.
¡Quiero amaros, Salvador mío,
y no despreciaros más, que bastante me habéis esperado! ¡Infeliz de mí si, a
pesar de tantas gracias, volviese a ofenderos! Deseo, Señor, mudar de vida y
amaros tanto como os he ofendido, y me llena de consuelo el considerar que sois
bondad infinita.
Duéleme de todo corazón de
haberos despreciado, y os ofrezco todo mi amor en lo sucesivo. Perdonadme por
los merecimientos de vuestra sagrada Pasión; olvidad los pecados con que os
injurié, y dadme fuerzas para seros fiel siempre. Os amo, Sumo Bien mío; espero
amaros eternamente, y no quiero volver a abandonaros...
¡Oh María, Madre de Dios,
unidme a mi Señor Jesucristo, y alcanzadme la gracia de que yo no me aparte
jamás de sus benditos pies!... En Vos confío.
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