PUNTO SEGUNDO
Debemos prepararnos para la
muerte por
una confesión general y por una
santa vida
Puesto que es cosa cierta, hermano mío, que
has de morir, póstrate en seguida a los pies del Crucifijo; dale fervientes
gracias por el tiempo que su misericordia te concede a fin de que arregles tu
conciencia, y luego examina todos los pecados de la vida pasada, especialmente
los de tu juventud. Considera los mandamientos divinos; recuerda los cargos y
ocupaciones que tuviste, las amistades que frecuentaste; anota tus faltas y haz
—si no lo has hecho— una confesión general de toda tu vida. ¡Oh, cuánto ayuda
la confesión general para poner en buen orden la vida de un cristiano! Piensa
que esa cuenta sirve para la eternidad, y hazla como si estuvieres a punto de
darla ante Jesucristo, juez. Arroja de tu corazón todo afecto al mal, y todo
rencor u odio. Quita cualquier motivo de escrúpulo acerca de los bienes ajenos,
de la fama hurtada, de los escándalos dados, y resuelve firmemente huir de
todas las ocasiones en que pudieras perder a Dios. Y considera que lo que ahora
parece difícil, imposible te parecerá en el momento de la muerte.
Lo que más importa es que resuelvas poner
por obra los medios de conservar la gracia de Dios. Esos medios son: oír misa
diariamente; meditar en las verdades eternas; frecuentar, a lo menos una vez
por semana, la confesión y comunión; visitar todos los días al Santísimo
Sacramento y a la Virgen María; asistir a los ejercicios de las Congregaciones
o Hermandades a que pertenezcas; tener lectura espiritual; hacer todas las
noches examen de conciencia; practicar alguna especial devoción en obsequio de
la Virgen, como ayunar todos los sábados, y, además, proponer el encomendarte
con suma frecuencia a Dios y a su Madre Santísima, invocando a menudo, sobre
todo en tiempo de tentación, los sagrados nombres de Jesús y María. Tales son
los medios con que podemos alcanzar una buena muerte y la eterna salvación. El
hacer esto, gran señal será de nuestra predestinación.
Y en cuanto a lo pasado, confiad en la
Sangre de nuestro Señor Jesucristo, que os da estas luces porque quiere
salvaros, y esperad en la intercesión de María, que os alcanzará las gracias
necesarias. Con tal orden de vida y la esperanza puesta en Jesús y en la
Virgen, ¡cuánto nos ayuda Dios y qué fuerza adquiere el alma! Pronto, pues,
lector mío, entrégate del todo a Dios, que te llama, y empieza a gozar de esa
paz que hasta ahora, por culpa tuya, no tuviste. ¿Y qué mayor paz puede
disfrutar el alma si cuando busques cada noche el preciso descanso te es dado
decir: Aunque viniese esta noche la muerte, espero que moriré en gracia de
Dios? ¡Qué consuelo si al oír el fragor del trueno, al sentir temblar la
tierra, podemos esperar resignados la muerte, si Dios lo dispusiese así!
AFECTOS Y PETICIONES
¡Cuánto os agradezco, Señor, las luces que
me comunicáis! Aunque tantas veces os abandone y me aparté de Vos, no me habéis
abandonado. Si lo hubiereis hecho, ciego estaría yo aún, como quise estarlo en
la vida pasada ; obstinado en mis culpas me hallaría, y no tendría voluntad ni
de dejarlas ni de amaros. Ahora siento grandísimo dolor de haberos ofendido,
vivo deseo de estar en vuestra gracia, y profundo aborrecimiento de aquellos
malditos placeres que me hicieron perder vuestra amistad. Todos estos afectos
gracias son que de Vos proceden y que me mueven a esperar que querréis
perdonarme y salvarme. Y pues Vos, Señor, a pesar de mis muchos pecados, no me
abandonáis y deseáis mi salvación, me entrego totalmente a Vos, duélame de todo
corazón de haberos ofendido, y propongo querer antes mil veces perder la vida
que vuestra gracia. Os amo, Soberano Bien; os amo, Jesús mío, que por mi
moristeis, y espero por vuestra preciosísima Sangre que jamás volveré a
apartarme de Vos. No, Jesús mío; no quiero perderos otra vez, sino amaros
eternamente. Conservad siempre y acrecentad mi amor a Vos, como os lo suplico
por vuestros merecimientos.
¡María, mi esperanza, rogad por mi a Jesús!
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