PUNTO TERCERO
Tercer motivo de remordimiento:
grandeza del bien perdido
Considerar el alto bien que
han perdido, será el tercer remordimiento de los condenados, cuya pena, como
dice San Juan Crisóstomo, será más grave por la privación de la gloria que por
los mismos dolores del infierno (2).
«Déme Dios cuarenta años de reinado, y renuncio gustosa al paraíso»,
decía la infeliz princesa Isabel de Inglaterra... Obtuvo los cuarenta años de
reinado. Mas, ahora, su alma en la otra vida, ¿qué dirá? Seguramente no pensará
lo mismo. ¡Cuán afligida y desesperada se hallará viendo que, por reinar
cuarenta años entre angustias y temores, disfrutando un trono temporal, perdió
para siempre el reino de los Cielos! Mayor aflicción todavía ha de tener el
réprobo al conocer que perdió la gloria y el Sumo Bien, que es Dios, no por
azares de mala fortuna ni por malevolencia de otros, sino por su propia culpa.
Verá que fue creado para el Cielo, y que Dios le permitió elegir libremente
entre la vida y la muerte eternas. Verá que en su mano tuvo el ser para siempre
dichoso, y que, a pesar de ello, quiso hundirse por sí propio en aquel abismo
de males, de donde nunca podrá salir, y del cual nadie le librará. Verá cómo se salvaron muchos de sus
compañeros, que, aunque se hallaron entre idénticos o mayores peligros de
pecar, supieron vencerlos encomendándose a Dios, o si cayeron, no tardaron en
levantarse y se consagraron nuevamente al servicio del Señor. Mas él no quiso
imitarlos, y fue desastrosamente a caer en el infierno, mar de dolores donde no
existe la esperanza. ¡Oh hermano mío! Si
hasta aquí has sido tan insensato que por no renunciar a un mísero deleite
preferiste perder el reino de los Cielos, procura a tiempo remediar el daño. No
permanezcas en tu locura, y teme ir a llorarla en el infierno. Quizá estas
consideraciones que lees son los postreros llamamientos de Dios. Tal vez, si no
mudas de vida y cometes otro pecado mortal, te abandonará el Señor y te enviará
a padecer eternamente entre aquellas muchedumbres de insensatos que ahora
reconocen su error (Sb., 5, 6), aunque le confiesan desesperados, porque no
ignoran que es irremediable. Cuando el enemigo te induzca a pecar, piensa en el
infierno y acude a Dios y a la Virgen Santísima. La idea del infierno podrá
librarte del infierno mismo, Acuérdate de tus postrimerías y no pecarás jamás
(Ecl., 7, 40) porque ese pensamiento te hará recurrir a Dios.
AFECTOS Y PETICIONES
¡Ah Soberano Bien! ¡Cuántas
veces os perdí por nada, y cuántas merecía perderos para siempre! Pero me
reaniman y consuelan aquellas palabras del profeta (Sal. 104, 3): Alégrese el corazón de los que
buscan al Señor. No debo, pues, desconfiar
de recuperar vuestra gracia y amistad, si de veras os busco. Si, Señor mío;
ahora suspiro por vuestra gracia más que por ningún otro bien. Prefiero verme
privado de todo, hasta de la vida, antes que perder vuestro amor. Os amo, Creador mío, sobre todas las cosas; y
porque os amo, me pesa de haberos ofendido... ¡Oh Dios mío, a quien menosprecié
y perdí, perdonadme y haced que os halle, porque no quiero perderos más.
Admitidme de nuevo en vuestra amistad y lo abandonaré todo para amar únicamente
a Vos. Así lo espero de vuestra misericordia... Eterno Padre, oídme: por amor
de Jesucristo, perdonadme y concededme la gracia de que nunca me aparte de Vos,
que si de nuevo y voluntariamente os ofendiese, con harta causa temería que me
abandonaseis...
¡Oh María, esperanza de
pecadores, reconciliadme con Dios y amparadme bajo vuestro manto, a fin de que
jamás me separe de mi Redentor!
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