viernes, 10 de abril de 2020

11.1. VALOR DEL TIEMPO

          Filii conserva tempos.
                                          Hijo mío, guarda el tiempo. 
Eccli,. IV, 23.

PUNTO PRIMERO
Terror y remordimiento del pecador moribundo

   «Hijo mío —nos dice el Espíritu Santo—, procura emplear bien el tiempo, que es la cosa más preciosa y el don más grande que que puede Dios otorgar a un hombre en esta vida.» Hasta los gentiles conocieron cuánto valía el tiempo, pues Séneca dijo que no había precio que igualase al valor del tiempo. Pero mejor que los gentiles han estimado y conocido los santos su mucho valer. Decía San Bernardino de Sena que un momento de tiempo vale tanto como Dios, porque a cada instante puede el hombre, con un acto de contrición o de amor, adquirir la divina gracia y la gloria eterna.

   El tiempo es un tesoro que solamente se halla en esta vida, pues en la otra no existe, ni en el infierno ni en el cielo. ¡Oh, si tuviésemos una hora! Tal es el grito de los condenados en el infierno. ¡Qué no darían por una hora de tiempo, en la cual pudieran reparar su ruina! Mas esta hora no la tendrán jamás. En el cielo no hay lamentos; mas si los bienaventurados pudieran llorar, llorarían, a buen seguro, por haber perdido durante la vida el tiempo, en el cual podían haber adquirido mayor grado de gloria; pero tampoco ellos podrán alcanzar este tiempo. Después de muerta se apareció una religiosa benedictina, radiante de gloria, a cierta persona y le dijo que nadaba en delicias, pero que, si le fuese dado desear alguna cosa, solamente desearía tornar a la vida y padecer mucho para merecer más gloria, y añadió que se daría por dichosa el poder sufrir hasta el día del juicio todos los dolores que había experimentado en su última enfermedad para lograr la gloria que corresponde al mérito de una sola Avemaria(3).

   Y tú, hermano mío, ¿en qué malgastas el tiempo? ¿Por qué lo que puedes hacer hoy lo dejas para mañana? No te olvides de que el tiempo pasado desapareció ya y no es tuyo; el que está por venir tampoco está en tu poder; sólo tienes el tiempo presente para obrar el bien. «¡Oh insensato! —dice San Bernardo—, ¿por qué presumes de lo futuro, como si Dios hubiera puesto en tus manos la presidencia de los tiempos?». A lo cual añade San Agustín: «¿Cómo puedes prometerte un día tú, que no tienes una hora?». ¿Cómo puedes prometerte el día de mañana, si no sabes si te queda todavía una hora de vida? Por lo cual concluye Santa Teresa diciendo: «Si hoy no estás preparado para morir, teme una muerte desgraciada.

AFECTOS Y PETICIONES

   Gracias os doy, Dios mío, por el tiempo que me concedéis para remediar los desórdenes de mi vida pasada. Si en este momento hubiese de morir, una de mis mayores angustias sería el recuerdo del tiempo que he perdido. ¡Ah Señor mío! Vos me habéis dado el tiempo para amaros y yo lo he empleado en ofenderos; bien merecía que me hubierais arrojado al infierno en aquel mismo instante en que os ofendí; mas Vos me llamasteis a penitencia y me perdonasteis. Os prometí no volver más a ofenderos; pero ¡cuántas veces he vuelto de nuevo a injuriaros y Vos habéis vuelto a perdonarme! Sea eternamente bendita vuestra misericordia, que, si no fuera infinita, ¿cómo podría haberme soportado? ¿Quién hubiera podido tener conmigo la paciencia que me habéis tenido? ¡Cuánto me pesa de haber ofendido a un Dios tan bueno! Carísimo Salvador mío, la sola paciencia que habéis usado conmigo debiera enamorarme de Vos. No permitáis, os suplico, que prosiga siendo ingrato al amor que me habéis manifestado. Desprendedme de todo lo terreno y atraedme totalmente a vuestro amor. No, Dios mío, no quiero perder el tiempo que me dais para reparar el mal que he cometido ; antes al contrario, quiero emplearlo todo en serviros y amaros. Dadme la santa perseverancia. Os amo, Bondad infinita, y espero amaros eternamente.


   Gracias os doy, ¡oh María!, porque Vos habéis sido mi intercesora para alcanzarme espacio de penitencia. Asistidme ahora y haced que emplee todo el tiempo en amar a vuestro Hijo y Redentor mío y a Vos, Reina v Madre mía.




(3) La visión que narra Lohner se refiere a un varón muy piadoso que había sufrido tres años de gota.

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