PUNTO TERCERO
El que abusa de la misericordia
de Dios
merece caer en las manos de su
justicia.
Refiérese en la vida del Padre Luis de Lanuza
que cierto día dos amigos estaban paseando juntos en Palermo, y uno de ellos,
llamado César, que era comediante, notando que el otro se mostraba pensativo en
extremo, le dijo: «Apostaría a que has ido a confesarte, y por eso estás tan
preocupado... yo no quiero acoger tales
escrúpulos... Un día me dijo el Padre Lanuza que Dios me daba doce años de vida
y que si en ese plazo no me enmendaba tendría mala suerte. Después he viajado
por muchas partes del mundo; he padecido varias enfermedades, y en una de ellas
estuve a punto de morir... Pero en este
mes, cuando van a terminar los famosos doce años, me hallo mejor que nunca...».
Y luego invitó a su amigo a que fuese, el sábado inmediato, a ver el estreno de
una comedia que el mismo César había compuesto... En aquel sábado, que fue el
24 de noviembre de 1668, cuando César se disponía a salir a escena, dióle de
improviso una congestión y murió repentinamente en brazos de una actriz. Así acabó la comedia. Pues bien, hermano mío;
cuando la tentación del enemigo te mueva a pecar otra vez, si quieres
condenarte puedes libremente cometer el pecado; mas no digas que deseas tu
salvación. mientras quieras pecar, date por condenado, e imagina que Dios
decreta su sentencia, diciendo: «¿Qué más puedo hacer por ti, ingrato, de lo
que ya hice?» (Is,, 5. 4). Ya que quieres condenarte, condénate, pues... tuya
es la culpa.
Dirás,
acaso, que en dónde está ese modo de misericordia de Dios... ¡Ah, desdichado! ¿No
te parece misericordia el haberte Dios sufrido tanto tiempo con tantos pecados?
Prosternado ante Él y con el rostro en tierra debieras estar dándole gracias y
diciendo: «Misericordia del Señor es que no hayamos sido consumidos» (Lm., 3,
22). Al cometer un solo pecado mortal incurriste en delito mayor que si
hubieras pisoteado al primer soberano del mundo. Y tantos y tales has cometido
que si esas ofensas de Dios las hubieses hecho contra un hermano tuyo, no las
hubiera éste sufrido... Mas Dios no sólo te ha esperado, sino que te ha llamado
muchas veces y te ha ofrecido el perdón. ¿Qué más debía hacer? (Is., 5, 4). Si Dios
se mostrado más clemente contigo? Así, pues, si de nuevo volvieras a ofenderle,
harías que su divina misericordia se trocara en indignación y castigo.
Si
aquella higuera hallada sin frutos por su dueño no los hubiera dado tampoco
después del año de plazo concedido para cultivarla, ¿quién osaría esperar que
se le diese más tiempo y no fuese cortada? escucha, pues, lo que dice San Agustín:
«¡Oh árbol infructuoso!, diferido fue el golpe de la segur. ¡Mas no te creas
seguro, porque serás cortado! Fue aplazada la pena —expresa el Santo—, pero no
suprimida. Si abusas más de la divina misericordia, el castigo te alcanzará:
serás cortado.» ¿Esperas, por tanto, a que el mismo Dios te envíe al infierno? Pues
si te envía, ya lo sabes, jamás habrá remedio para ti. Suele el Señor callar,
mas no por siempre. Cuando llega la hora de la justicia, rompe el silencio. Esto
hiciste y callé. Injustamente creíste que sería tal como tú. Te argüiré y te
pondré ante tu propio rostro (Sal. 49, 21). Te pondrá ante los ojos los actos
de divina misericordia, y hará que ellos mismos te juzguen y condenen.
AFECTOS Y PETICIONES
¡Ah Dios mío! Desventurado de mí si, después
de haber recibido la luz que ahora me dais, volviese a ser infiel haciéndoos
traición. Esas luces, señales son de que deseáis perdonarme. Me arrepiento, ¡oh
Sumo Bien!, de cuantas ofensas hice a vuestra infinita bondad. Por vuestra Preciosísima
Sangre espero el perdón ciertamente. Mas si de nuevo me apartara de Vos,
reconozco que merecería un infierno a propósito creado para mí. Tiemblo, Dios
de mi alma, por la posibilidad de volver a perder vuestra gracia. porque muchas
veces he prometido seros fiel, y luego nuevamente me he rebelado contra vos... No
lo permitáis, Señor; no me abandonéis en esa inmensa desgracia de verme otra
vez convertido en un enemigo vuestro. Dadme otro castigo; pero ése, no. «No
permitáis que me aparte de Vos.» Si veis que he de ofenderos, haced que antes
pierda la vida. Acepto la muerte más dolorosa antes que llorar la desdicha de
verme privado de vuestra gracia. No permitas me aparte de Ti. Lo repito, Dios
mío, y haced que lo repita siempre: «No permitáis que me separe de vos. os amo,
carísimo Redentor mío, y no quiero separarme de Vos.» Concededme, por los
merecimientos de vuestra Pasión, amor tan fervoroso que con Vos me una
estrechamente y jamás pueda alejarme de Vos.
Ayudadme, ¡oh Virgen María!,
con vuestra intercesión y alcanzadme la santa perseverancia y el amor a Cristo Jesús.
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