PUNTO SEGUNDO
El pecado mortal deshonra a Dios
El pecador no sólo injuria a Dios, sino que
también le deshonra. Dice San Pablo: «Traspasando la ley deshonras a Dios». Por un miserable placer,
menosprecia y huella la amistad de Dios. Si el hombre perdiese esta soberana
amistad por ganar un reino, y aun todo el mundo, haría, sin embargo, un inmenso
mal, pues la amistad de Dios vale más que el mundo y que mil mundos. Mas ¿por
qué se ofende a Dios? (Sal., 10, 13). por un puñado de tierra, por un rapto de
ira, por un brutal placer, por humo, por capricho (Ez., 13, 19). apenas el
pecador comienza a deliberar consigo mismo si dará o no consentimiento al
pecado, entonces, por decirlo así, toma en sus manos la balanza y se pone a
considerar qué cosa pesa más, si la gracia de Dios de la ira, el humo, el
placer... y cuando luego da el consentimiento, declara que para él vale más
aquel humo o aquel placer que la divina amistad. ved, pues, a Dios
menospreciado por el pecador. David, considerando la grandeza y majestad de Dios,
exclamaba (Sal. 34, 10): «Señor, ¿quién es semejante a Ti?» Mas Dios, al
contrario, viéndose comparado por los pecadores a una satisfacción vilísima y
pospuesto a ella, les dice (Is., 40, 25): «¿A quién me habéis asemejado e igualado?»
«¿de suerte —exclama el Señor— que aquel placer vale más que mi gracia?» No
habrías pecado si, al pecar, debieras haber perdido una mano, o diez ducados, o
quizá menos. De modo, dice Salviano, que sólo Dios es tan vil a tus ojos, que
merece ser pospuesto a un rapto de cólera, a un mísero deleite.
Además,
cuando el pecador, por cualquier placer suyo, ofende a Dios, hace que tal
placer se convierta en su Dios, porque en aquél pone su fin. Así, dice San Jerónimo:
«Lo que alguien desea, si lo venera es para él un Dios». Vicio en el corazón,
es ídolo en altar. Por lo mismo, dice Santo Tomás: «Si amas los deleites, éstos
son tu Dios.» y San Cipriano: «Todo cuanto el hombre antepone a Dios lo
convierte en su Dios.» Cuando Jeroboán se rebeló contra el Señor, procuró llevar
consigo el pueblo a la idolatría, y le presentó sus ídolos, diciendo (1 r., 12,
28): «Aquí tienes, Israel, a tus dioses.» Así procede el demonio: ofrece al
pecador los placeres, y le dice: «¿qué quieres hacer de Dios?... Ve aquí al tuyo;
esta pasión, este deleite. acéptalo y abandona a Dios.» Y si el pecador
consiente, eso mismo hace: adora en su corazón el placer como a Dios. « vicio
en el corazón, es ídolo en altar.» Y si a lo menos los pecadores no deshonrasen
a Dios en presencia de él mismo!... mas no; le injurian y deshonran cara a
cara, porque Dios está presente en todo lugar (Ser., 23, 24). El pecador lo
sabe. ¡Y con todo, se atreve a provocar al Señor en la misma presencia divina!
(is., 65, 3).
AFECTOS Y PETICIONES
Vos sois, pues, Señor, el bien infinito, y
os he cambiado muchas veces por un vil deleite, que desaparece apenas gozado. Mas
vos, aunque tanto os desprecié, me ofrecéis ahora el perdón, si le quiero
aceptar, y me prometéis recibirme en vuestra gracia si me arrepiento de haberos
ofendido. Sí, Señor mío, duéleme de todo corazón de tanta ofensa y aborrezco
mis pecados más que todos los males. Ahora vuelvo a vos, y espero que me
recibiréis y abrazaréis como a un hijo. gracias mil os doy, ¡oh Infinita Bondad! ayudadme, Señor, y no permitáis que os aleje
nuevamente de mí. No dejará el infierno de ofrecernos tentaciones; pero Vos
sois más poderoso que él. Bien sé que no me apartaré jamás de Vos si a Vos
siempre me encomiendo. Tal es la gracia
que os demando: que siempre me encomiende a Vos y os ruegue como ahora,
diciendo: Señor, ayudadme, dadme luz, fuerza, perseverancia... dadme la gloria
y, sobre todo, concededme vuestro amor, que es la verdadera gloria del alma. Os
amo, bondad infinita, y quiero amaros siempre.
Oídme, por el amor de Cristo Jesús...
¡Oh María, refugio de los pecadores,
socorred a un pecador que quiere amar a Dios!
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