PUNTO TERCERO
Dios nos amó hasta llegar a
morir por nosotros.
Nuestra admiración subirá de punto si
consideramos el ardentísimo deseo que tenía Jesucristo de padecer y morir por
nosotros. Por esto durante su vida dijo: «Con un bautismo tengo de ser
bautizado; ;y cómo traigo oprimido mi corazón hasta que no se cumpla!». «Tengo
de ser bautizado con bautismo de mi propia sangre, y me consume el deseo de que
llegue pronto la hora de mi Pasión y muerte, a fin de que comprenda el hombre
el amor que le tengo.» Este mismo deseo le hizo decir en la noche que precedía
a su Pasión: «Con deseo he deseado comer con vosotros este cordero pascual». «De
manera que parece —dice San Basilio de Seleucia— que nuestro Dios no puede
calmar la sed que le devora de amar al hombre».
¡Oh
Jesús mío! Los hombres no os aman porque no piensan en el amor que les habéis
tenido. ¡Ah! Si un alma se parase a contemplar a un Dios muerto por su amor, y
con un deseo insaciable de morir para demostrarle el amor que le tiene, ¿cómo
es posible que pueda vivir sin amarle ? La caridad de Cristo —dice San
Pablo— nos hace fuerza. No es tanto lo que Jesucristo ha hecho y padecido
por nosotros lo que nos fuerza y nos obliga a amarle, sino el amor que en
padecer por nosotros nos ha manifestado. Considerando esto, exclamaba San
Lorenzo Justiniano: «Hemos visto a la sabiduría misma, al mismo Dios, como loco
de amor por el amor excesivo que tiene a los hombres». ¿Quién pudiera creer, si
la fe no nos lo asegura, que el Creador ha querido morir por sus criaturas?
Arrebatada en éxtasis Santa María Magdalena de Pazzi, con un Crucifijo en las
manos, llamaba a Jesucristo loco de amor. «En verdad, Jesús mío —repetía —, que
estás loco de amor». Esto mismo decían los gentiles, y cuando oían predicar la
Pasión y muerte de Jesucristo la tenían por locura y se resistían a creerla,
como lo atestigua San Pablo: «Predicamos a Jesucristo crucificado, lo cual para
los judíos es motivo de escándalo, y parece una locura a los gentiles». «¿Quién
podrá creer —decían— que un Dios felicísimo, que de nadie necesita, haya podido
descender a la tierra y hacerse hombre y morir por amor de los hombres, sus
criaturas? Esto equivaldría a creer que Dios se ha vuelto loco por los
hombres.» Y, sin embargo, es de fe que Jesucristo, verdadero Hijo de Dios, por
amor nuestro se entregó a la muerte. «Nos amó y se entregó a Sí mismo por
nosotros».
¿Por qué obró de esta suerte? A fin de que
vivamos, no para el mundo, sino para aquel Señor que se ha dignado morir por
nosotros «Por todos nosotros murió Cristo —dice San Pablo—, para que los que
tienen vida no vivan para sí, sino para Aquel que por nosotros murió». Obró de
esta suerte para poder, con el amor que nos ha manifestado, granjearse todos
los afectos de nuestro corazón. «Porque a este fin Cristo murió y resucitó
—añade el Apóstol—, para enseñorearse de vivos y muertos».
Por
esto los santos, al meditar la Pasión de Jesucristo, creían hacer bien poco
dando todo y hasta su vida por amor de un Dios tan amante. ¡Cuántos hombres
ilustres, cuántos príncipes han abandonado parientes, riquezas, patria, los
cetros y coronas, para sepultarse en un claustro y vivir allí amando a Jesucristo!
¡Cuántos mártires han sacrificado su vida! ¡Cuántas vírgenes, renunciando a la
mano de los príncipes, han corrido presurosas a la muerte, para responder, en
la medida que podían, al afecto que les había demostrado un Dios muerto por su
amor!
Y tú,
hermano mío, ¿qué has hecho hasta ahora por amor de Jesucristo? Así como El ha
muerto por los santos: por San Lorenzo, por Santa Lucía, por Santa Inés, ha
muerto igualmente por ti. ¿Qué piensas hacer en lo que te resta de vida, y que
Dios benignamente te concede para que le ames? De hoy en adelante contempla a
menudo el Crucifijo, y, al contemplarlo, trae a la memoria el amor que te ha
tenido y dile interiormente: «¡Conque Vos, Dios mío, habéis muerto por mí!» Haz
esto a lo menos, pero hazlo con frecuencia, y obrando así te sentirás
dulcemente obligado a amar a un Dios que tanto te ha amado.
AFECTOS Y PETICIONES
Amadísimo Redentor mío! Es verdad que si no
os he amado es porque no he pensado en el amor que me habéis tenido. ¡Oh Jesús
mío!, harto ingrato he sido con Vos. Por mí habéis muerto con la más amarga de
todas las muertes, y yo he sido tan desagradecido, que ni siquiera he querido pensar en ello. Perdonadme,
que yo os prometo, Amor mío crucificado, que de hoy en adelante Vos seréis el
único objeto de mis pensamientos y de todos mis afectos. Y cuando el demonio o e1 mundo me brinden con algún fruto vedado, recordadme, amantísimo Salvador
mío, los trabajos que habéis
padecido por mi amor, a fin de que os ame y no vuelva a ofenderos.
¡Ah!
Si uno de mis criados hubiera hecho por mí lo que Vos habéis llevado a cabo,
¿cómo tendría valor para darle un disgusto? ¿Y cómo he tenido valor para
ofenderos a Vos tantas veces, después de haber muerto por mí ? ¡Oh hermosas
llamas del divino amor, que obligasteis a un Dios a dar la vida por mí!, venid,
inflamad y abrasad mi corazón y purificadle de todos los afectos a las cosas
creadas. ¡Amantísimo Redentor mío!, ¿cómo es posible que os contemple reclinado
en el pesebre de Belén, o suspendido de la cruz en el Calvario, o encerrado en
los Sagrarios de nuestros altares y no me enamore de Vos?
¡Oh
Jesús mío!, os amo con todo mi corazón; en los años que me restan de vida. Vos
sólo seréis mi único amor, pues sobrados años he pasado miserablemente olvidado
de vuestra Pasión y de vuestro amor. A Vos me entrego todo entero, y si no me
doy a Vos, como debo, apoderaos de mi corazón y reinad en él como dueño y Señor.
«Venga a nos el tu reino.» Quiero ser esclavo de vuestro amor; no quiero
pensar, ni hablar, ni tratar, ni suspirar más que por amaros y complaceros.
Asistidme siempre con vuestra gracia, para que sea fiel a mis promesas. Todo lo
fío a vuestros méritos, ¡oh Jesús mío!
¡Oh Madre del Amor Hermoso!, haced qué ame
con todo mi corazón a vuestro Hijo, que es tan amable y que tanto me ha amado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario