viernes, 10 de abril de 2020

34.1. DE LA SANTA COMUNIÓN

                      Accipite comedite, hoc est
                                                                 Caorpus Meum
                                         Tomad y comed,
este es mi Cuerpo
Mt., 26, 26.

PUNTO PRIMERO
Del gran don de la Eucaristía.

   Tres cosas hemos de considerar en la Eucaristía: el gran don del Santísimo Sacramento, el grande amor que Jesucristo nos ha manifestado al darnos este don y el gran deseo que tiene de que recibamos este don por excelencia.

   Consideremos en primer lugar la grandeza del don que nos ha hecho Jesucristo dándosenos a Sí mismo en alimento en la santa Comunión. «Aunque Jesucristo es omnipotente —dice San Agustín—, no puede darnos más». «¿Y qué mayor tesoro —añade San Bernardino de Sena— podrá desear o recibir un alma que el cuerpo sacrosanto de Jesucristo?». «Dad a conocer —exclama Isaías— a las gentes sus designios». Publicad, ¡oh hombres', las amorosas invenciones de nuestro Dios. Si nuestro divino Redentor no nos hubiera hecho este don, ¿quién se hubiera atrevido a pedírselo? ¿quién hubiera jamás tenido la osadía de decirle: «Si queréis, Señor, darnos a conocer vuestro amor, ocultaos bajo las apariencias de pan y permitid que os recibamos como alimento»? El, sólo pensarlo se tendría por locura. «Porque, a la verdad, ¿no parece insigne locura —nota San Agustín— decir: «Comed mi carne, bebed mi Sangre?». Cuando Jesucristo reveló a los discípulos este don del Santísimo Sacramento que intentaba darles, no pudieron alcanzar a comprenderlo, y se separaron de El diciendo: «¿Cómo puede Este darnos a comer su propia carne? Dura es esta doctrina; ¿quién podrá oírla?». Mas lo que los hombres no pudieron siquiera imaginar, lo ha pensado y llevado a cabo el grande amor de Jesucristo.

   El Señor se ha quedado en este Sacramento como recuerdo del amor que en su Pasión nos manifestó. Por eso San Bernardino llama a este Sacramento «el memorial de su amor». Esto es muy conforme con lo que dijo el mismo Jesucristo por San Lucas: «Haced esto en memoria mía»: «No se contentó con esto— dice San Bernardino—, sino que, ardiendo Jesucristo de amor por nosotros, no quedó satisfecho su amor con darnos su vida por nuestra salud sino que se vio como forzado por el ímpetu del amor a ejecutar antes de morir la obra más estupenda que jamás había obrado, cual era darnos en alimento su sacratísimo cuerpo». Dice el abad Guérrico «que Jesucristo, instituyendo este Sacramento, hizo el último esfuerzo de amor en favor de sus amigos». Mejor se expresa todavía el Concilio de Trento, diciendo «que Jesucristo quiso como derramar sobre los hombres todos los tesoros de su amor».

    «¿Qué fineza tan grande de amor no fuera —dice San Francisco de Sales— si un príncipe, estando a la mesa, mandase aun pobre una porción de sus platos? ¿Qué si le mandase toda su comida? ¿Qué, finalmente, si le mandase como manjar un pedazo de carne arrancado de su propio brazo?» Pues bien, Jesucristo en la santa Comunión nos da en alimento, no un plato de su mesa, no una parte dé su cuerpo, sino toda su carne sacrosanta. «Tomad y comed —nos dice—, éste es mi cuerpo». Y junto con su cuerpo nos da también su alma y su divinidad; de suerte que, al dársenos el Señor en este Sacramento, «nos da todo lo que tiene—dice San Juan Crisóstomo—, sin reservarse nada para Sí». Y el Doctor Angélico añade: «Dios nos ha dado en la Sagrada Eucaristía todo lo que es y todo lo que tiene». «He aquí —exclama admirado San Buenaventura— a nuestro soberano Señor, a quien el mundo entero no es bastante a contener; helo aquí que en el Santísimo Sacramento se queda como nuestro prisionero». Si el Señor se nos da todo entero en la Eucaristía, ¿cómo podemos temer que nos niegue ninguna gracia que le pidamos? «¿Cómo dejará de darnos con El cualquiera otra cosa?».

AFECTOS Y PETICIONES

   ¡Oh Jesús mío!  Qué es lo que os ha movido a darnos vuestro Cuerpo en alimento? Y después de este don, ¿ os queda más que dar para obligarnos a amaros? ¡Ah Señor!, dadme luces y hacedme comprender el exceso de amor que os movió a convertiros en alimento para uniros con nosotros, miserables pecadores. Mas si Vos os habéis dado al hombre todo entero, justo es que el hombre se entregue enteramente a Vos. ¡Oh Redentor mío!, ¿y cómo he podido ofenderos a Vos, que tanto me habéis amado y que nada habéis perdonado para granjearos mi amor? Por mí os hicisteis hombre, por mí moristeis, por mí os trocasteis en alimento; ¿qué más, decidme, os queda que hacer? Os amo, Bondad infinita; os amo, Amor infinito. Venid, Señor, con frecuencia a mi alma e inflamadla en vuestro santo amor; haced que me olvide de todo para no pensar más que en Vos.

   ¡Oh Santísima Virgen María!, rogad por mí, y con vuestra intercesión hacedme digno de recibir con frecuencia a vuestro Hijo en el Santísimo Sacramento.

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