viernes, 10 de abril de 2020

34.2. DE LA SANTA COMUNIÓN (Cont)


PUNTO SEGUNDO
Del amor con que Jesucristo nos otorgó
este don de la Eucaristía.

   Consideremos, en segundo lugar, el grande amor que Jesucristo nos manifestó al hacernos este don. El Santísimo Sacramento es un don que procede únicamente del amor. Para salvar a] hombre fue necesario, según los divinos decretos, que el Redentor muriese y aplacase con el sacrificio de su vida a la divina Justicia, irritada por nuestros pecados. Pero ¿qué necesidad había que Jesucristo, después de su muerte, se nos diese como alimento? Mas así lo quiso el amor. «Jesucristo —dice San Lorenzo Justiniano— instituyó la Eucaristía para darnos a entender el inmenso amor que nos tiene». Esto es cabalmente lo que dice San Juan: «Sabiendo Jesucristo que había llegado la hora de pasar de éste mundo al Padre, como hubiese amado a los suyos, los amó hasta el fin». Al saber nuestro amoroso Redentor que había llegado la hora de su muerte, quiso dejarnos la mayor prueba que nos podía dar de su amor, que fue este don del Santísimo Sacramento. Aquellas palabras de San Juan, los amó hasta el fin, significan, según la explicación de Teofilaeto y San Juan Crisóstomo, «que amó a los hombres con extremado amor, con amor sumo».

   Adviértase, además, como lo nota el Apóstol, la ocasión en que Jesucristo instituyó este Sacramento, que fue en el tiempo de su muerte. «En aquella misma noche en que debía ser vendido, tomó el pan y, dando gracias, lo partió y dijo: «Tomad y comed, éste es mi cuerpo». Mientras que los hombres se preparaban para azotarle, coronarle de espinas y hacerle morir en cruz, nuestro amoroso Redentor quiso darles esta última prueba de su amor. ¿Y por qué en la muerte y no antes instituyó este Sacramento ? «Lo hizo —dice San Bernardino—porque los testimonios de afecto que se dan a los amigos en los solemnes momentos de la muerte, fácilmente se graban en la memoria y se tienen en más aprecio».

   Jesucristo —dice el Santo— ya antes se nos había dado de muy diversas maneras: por compañero, por maestro, por padre, por guía, por ejemplo, por víctima: «pero el dársenos en alimento fue el último grado de amor, porque no puede darse unión más cabal y perfecta que la unión que hay entre el manjar y aquel que lo come». Por manera que nuestro Redentor no se contentó solamente con unirse a nuestra naturaleza humana: quiso hallar la manera de unirse por medio de este Sacramento con todos y cada uno de los hombres en particular.

   «En ninguna otra acción —dice San Francisco de Sales— puede considerarse a nuestro amantísimo Redentor ni más tierno ni más amoroso que en ésta, en la cual se aniquila, por decirlo así, y se convierte en alimento para introducirse en nuestras almas y unirse al corazón de sus fieles». «De suerte que por medio de la Comunión nos unimos —dice San Juan Crisóstomo— con aquel Señor en cuyo rostro no se atreven a fijar sus miradas los mismos serafines, y quedamos hechos con El un mismo cuerpo y una misma carne». «¿Hay por ventura algún pastor —añade el Santoque alimente a sus ovejas con su propia sangre? Pero ¡qué digo un pastor! ¿Cuántas madres hay que entregan sus hijos a las nodrizas para que los alimenten! Mas Jesucristo, en el Santísimo Sacramento, no consintió en esto, sino que nos alimenta con su propia sangre. ¿Por qué se hizo alimento nuestro? —prosigue diciendo el Santo—. Porque nos amaba con ardor, y por esto quiso unirse a nosotros de tal suerte que nosotros y El no fuésemos más que una cosa: esto es, de amadores amantes por todo extremo».

   Jesucristo, pues, quiso obrar el mayor de los milagros. «Memoria eterna dejó de sus maravillas —dice el Salmista—: ha darlo alimento a los que le temen», a fin de satisfacer el ansia amorosa que tenía de estar con nosotros y de unir al nuestro su adorado Corazón. «¡ Oh Dios, enamorado de nuestras almas! —exclama San Lorenzo Justiniano—, de tal manera quisiste incorporarnos con tu carne virginal, que tu Corazón y el nuestro, unidos entre sí, no formasen más que uno». Decía el Padre De la Colombiére, gran siervo de Dios, que, «si alguna cosa hiciera vacilar su fe en el misterio de la Eucaristía, no dudaría del poder de Cristo, sino más bien del amor que nos ha manifestado en este Sacramento. Cómo el pan se convierte en la carne de Cristo, cómo está a la vez en muchos lugares, lo comprendo — añadía—, porque Dios lo puede todo. Pero si me preguntaran cómo ama Jesucristo al hombre con tan extremado amor, hasta llegar a hacerse su alimento, no acertaría a responder; diría que no lo entiendo y que el amor de Jesucristo es incomprensible.» Pero, Señor, que tan grande exceso de amor, cual es convertiros en nuestro alimento, no conviene a vuestra Majestad; pero «el amor —responde San Bernardo— hace olvidarse al amante de su propia dignidad». El amor — dice también el Crisóstomo— no busca razones de propia conveniencia cuando trata de darse a conocer al amado; va, no adonde le conviene, sino adonde se siente arrastrado». Razón, pues, tenía Santo Tomás de llamar a este Sacramento «Sacramento de amor y prenda de caridad»; y San Bernardo: «Amor de los amores». Santa Magdalena de Pazzi llamaba día de amor el día del Jueves Santo, en que fue instituido este Santísimo Sacramento.

AFECTOS Y PETICIONES

   ¡Oh amor infinito de Jesús, digno de infinito amor! ¡Ay! ¿Cuándo os amaré como Vos me habéis amado a mí? A la verdad, nada más podéis añadir a vuestro amor para obligarme a aMiaros; y yo, con todo, he tenido valor de abandonaros a Vos, Bien infinito, para ir en pos de bienes viles y miserables. Dadme luces, ¡oh Dios mío!; descubridme de continuo la grandeza de vuestro amor, a fin de que acabe por enamorarme de Vos y trabaje sin cesar por agradaros. Os amo, ¡oh Jesús, amor mío y mi todo!; quiero unirme con frecuencia a Vos en este Sacramento, para desprenderme de todo y amaros a Vos sólo, vida mía. Ayudadme, ¡oh Redentor mío!, por los méritos de vuestra Pasión.

   Ayudadme también Vos, ¡oh Madre de Jesús y Madre mía!; decidle que me inflame del todo en su santo amor.

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