PUNTO TERCERO
Del gran deseo que tiene
Jesucristo
de que le recibamos en la Comunión.
Consideremos en tercer lugar el gran deseo
que tiene Jesucristo de que le recibamos en la santa Comunión. Sabiendo
Jesucristo que había llegado su hora; mas ¿cómo podía llamar Jesucristo su
hora aquella en que debía dar comienzo a su amarguísima Pasión? La llamó suya,
porque en aquella noche había determinado dejarnos este divinísimo
Sacramento, por medio del cual quería unirse todo entero a sus almas queridas.
Por lo cual les dijo a sus discípulos: «Con gran deseo he deseado comer con
vosotros esta Pascua». Con estas palabras nos quería dar a entender el deseo y
ansia vivísima que tenía de unirse con nosotros en este Sacramento. Aquellas
palabras: con gran deseo he deseado, «fueron voces —dice San Lorenzo
Justiniano— del amor inmenso que nos tenía». Y para que con mayor facilidad
pudiéramos recibirle, quiso ocultarse bajo las apariencias, de pan; si se
hubiera dado bajo la especie de algún alimento de mucho precio, los pobres
quedaran privados de él, así como tampoco hubieran podido recibirle de haber
escogido otro alimento no precioso, pero que no hubiera podido hallarse en
todos los lugares de la tierra. Pero no; Jesucristo quiso quedarse bajo las
apariencias de pan, porque en todas partes y a poca costa se halla, y de esta
suerte todos y en todas partes pudieran encontrarlo y recibirlo.
Ardiendo nuestro Redentor en esta grande
ansia que tiene de que le recibamos, no sólo nos exhorta a ello con
invitaciones amorosas, diciéndonos: «Venid y comed mi pan y bebed mi vino, que
os tengo preparados». «Comed, amigos, y bebed, carísimos, hasta saciaros», sino
que con precepto formal nos obliga a ello por estas palabras: «Tomad y comed,
este es mi cuerpo». Y para inclinarnos a
ello, nos alienta con las promesas del paraíso: «El que come mi carne tiene la
vida eterna». «El que come este pan vivirá eternamente.»
Y si rehusamos recibirle, nos amenaza con
excluirnos del paraíso: «Si no comiereis la carne del Hijo del Hombre..., no
tendréis vida en vosotros». Estas invitaciones, estas promesas, hasta las mismas
amenazas nacen del gran deseo que tiene Jesucristo de unirse con nosotros en
este Sacramento; este deseo proviene del grande amor que nos profesa; porque,
como dice San Francisco de Sales, el fin del amor no es otro que unirse con el
objeto amado; y por eso Jesucristo se une al alma por medio de este Sacramento.
«El que come mi carne y bebe mi sangre —dice por San Juan— en Mí permanece y Yo
en él». Por esto desea con tantas ansias que le recibamos en el Santísimo
Sacramento. «No hay abeja —dijo un día el Señor a Santa Matilde— que con tanta
avidez se arroje a libar las flores, para hacer la miel, como me lanzo Yo a las
almas que me desean.
¡Oh,
si los cristianos entendiesen el gran provecho que saca el alma de la santa
Comunión! Jesucristo es el dueño de todas las riquezas; «y habiendo el Padre
Eterno puesto el tesoro de sus riquezas en manos de Jesús», cuando este divino
Señor entra en el alma por la Comunión, lleva consigo inmensos tesoros de
gracia, pudiendo entonces exclamar con Salomón, hablando de la sabiduría
eterna: «Junto con ella vinieron a mi alma todos los bienes».
Dice
San Dionisio Aeropagita «que la Eucaristía tiene gran virtud para santificar
las almas». Y San Vicente Ferrer dejó escrito que más mejorada sale el alma
después de tina Comunión que tras larga semana de ayuno a pan y agua. El
Sagrado Concilio de Trento asegura que la Comunión es general medicina que nos
libra de los pecados veniales y nos preserva de los mortales». Por donde San
Ignacio mártir vino a llamar al Santísimo Sacramento «medicina de la
inmortalidad». E Inocencio III añade que si Jesucristo, padeciendo muerte de
cruz, nos rescató de la esclavitud del pecado, con la Eucaristía nos libra de
la voluntad de pecar».
Pero el efecto principal de este Sacramento es encender en el alma el fuego del divino amor. «Metióme dentro de la bodega
del vino y ordenó en mí la caridad», exclama la Esposa de los Cantares, y
añade: «Fortalecedme con flores, confortadme con manzanas, porque desfallezco
de amor.» Sobre estas palabras dice San Gregorio Niseno que esta bodega es
precisamente la Comunión, donde el alma de tal suerte queda embriagada en
divino amor, que le hace olvidar todas las bajezas de la tierra, que esto
significa aquel languidecer de amor de que habla la Esposa. Decía el venerable
Padre Francisco Olimpio, teatino, que no hay cosa que así inflame el alma en
divino amor como la santa Comunión.
«Dios es caridad», escribe San Juan, y es
también «fuego consumidor». Pues este fuego de amor es el que el Hijo de Dios
vino a prender en la tierra. «Fuego vine a poner en la tierra, ¿y qué he de
querer sino que arda? ».
¡Qué llamas de amor divino enciende
Jesucristo en las almas de los que lo reciben en este Sacramento! Vio cierto
día Santa Catalina de Sena a Jesús Sacramentado en manos de un sacerdote como
globo de fuego, y quedó maravillada la Santa al ver cómo tan gran incendio no
inflamaba y consumía en santo amor todos los corazones de los hombres.
Santa Rosa de Lima decía que, al comulgar, le parecía recibir el sol; y despedía de su rostro tales
rayos de luz, que deslumbraban la vista del que la veía; y tanto era el ardor
que de su boca salía, que quien, después de haber comulgado, le acercaba la
mano a la boca, sentía quemársele, como si la metiese en el fuego. Del rey San
Wenceslao(4) se refiere que, con sólo visitar en la
iglesia al Santísimo Sacramento, se inflamaba aun exteriormente en tanto ardor,
que el paje que le acompañaba, caminando sobre la nieve, no sentía los rigores
del frío con sólo poner los pies en las huellas que dejaba el santo rey. Es que
la Eucaristía, según expresión de San Juan Crisóstomo, «es una hoguera que de
tal manera inflama a los que a ella se acercan, que como leones que echan fuego
por la boca debemos levantarnos de aquella mesa, hechos fuertes y terribles
contra los demonios».
Pero
dirá alguno: «Si no comulgo con más frecuencia es porque me siento frío en el
amor divino» «Y porque te sientes frío —te diré con Gersón—, ¿por eso te
separas del fuego? Cabalmente porque te sientes frío debes acercarte con mayor
motivo a este Sacramento, siempre que alimentes en tu corazón el deseo de amar
a Dios». «Si te preguntan —dice San Francisco de Sales a su Pilotea— por qué
comulgas con tanta frecuencia, respóndeles que dos clases de personas deben
comulgar con frecuencia: los perfectos y los imperfectos; los perfectos, para
conservarse en la perfección, y los imperfectos, para lograr alcanzarla».
«Acércate al sagrado Banquete —dice San Buenaventura—, por frío que estés,
fiándolo todo a la misericordia divina; porque cuanto más aquejado está uno de
mortal dolencia, tanto más necesita de la asistencia del médico». Un día dijo
nuestro Señor a Santa Matilde: «Cuando te acerques a comulgar, desea tener en
tu corazón todo el amor que ha cabido en el de mis amantes, que Yo por mi parte
te lo recibiré tan grande como tú querrías que fuese».
AFECTOS Y PETICIONES
¡Oh Jesús mío, enamorado de las almas!, ya
no os queda nada que hacer para demostrarnos el grande amor que nos tenéis.
¿Qué otras invenciones o maravillas pudierais obrar para conquistar nuestro
amor? Haced, ¡oh Bondad infinita!, que de hoy en adelante os ame con todas mis
fuerzas y con toda la ternura de mi corazón. ¿Ya quién debo amar con más tierno
afecto que a Vos, Redentor mío, que después de haber dado la vida por mí os
habéis entregado todo entero en este Sacramento? ¡Ah Señor mío!, traedme
siempre a la memoria lo que me habéis amado, para desprenderme de todo y no
amar más que a Vos sin interrupción y con toda mi alma. Os amo, Jesús mío,
sobre todas las cosas y sólo a Vos quiero amar. Arrancad de mi corazón, yo os
lo ruego, todos los afectos que a Vos no se dirijan. Gracias os doy porque
todavía me dais tiempo para amaros y para llorar los disgustos que os he dado.
Deseo, Jesús mío, que Vos seáis el único objeto de todos mis amores. Socorredme
y salvadme, y mi salvación consista en amaros con todo mi corazón en esta vida
y en la otra.
¡Oh María, Madre mía, ayudadme a amar a Jesús; rogadle
por mí!
(4) Christiannus de Scala, Vita, cap. II, n. 15. Inter. Acta SS. Bollandina, 28 de septiembres.
El autor era sobrino del Santo por parte
de su hermano fratricida. Véase también Breviarium
Romanum, die 28 septembris.
(5) S.
Pedro de Alcántara, Tratado de la oración y meditación y devoción, I,
cap. IV: el Lunes.
(6) Sobre las revelaciones de Santa Margarita,
véase: Languet, Vie, liv. IV. n. 57. Vie et Oeuvres, I, Paray-le-Monial, 1876, p. 123-124.
(7) S. Pedro de Alcántara, 1. cit.
(8) Véase:
Luis de Granada, Vida del Maestro Juan de Avila, lib. III, c. 15, Madrid.
1674
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