PUNTO TERCERO
Los bienes de este mundo no
valen para nada en la eternidad
El tiempo es corto —dice San Pablo— ; los que gozan del mundo vivan
como si no gozasen de él, porque la apariencia de este mundo pasa en un momento.
¿Qué es nuestra vida en este mundo, sino una comedia que pasa pronto y se
acaba? La apariencia de este mundo pasa luego, es decir, la comedia, la
escena teatral. «Es el mundo —dice Cornelio Alápide— a la manera de una pieza
de teatro: pasa una generación y le sucede otra». Quien apareció en la escena
como rey no lleva consigo la púrpura. Dime tú, ¡oh casa, oh quinta!, ¿cuántos
señores tuviste? No bien se acaba la representación, el que hizo oficio de rey
ya no es rey, el que apareció como señor dejó de serlo. Tuya es ahora aquella
quinta, tuyo aquel palacio; vendrá luego la muerte y pasarán a manos de otros
dueños.
Una hora de mal —dice el
Eclesiástico— hace olvidar los mayores deleites. En la hora funesta de
la muerte pasan al olvido y se desvanecen todas las grandezas, los títulos
honoríficos y el fausto del mundo. Para Casimiro, rey de Polonia, se acabó la
escena de este mundo en un día que daba un banquete a los magnates de su reino
y al punto de llevar la copa a los labios. El emperador Celso fue asesinado a
los ocho días de su elección, y para él acabó la escena. Dieciocho años tenía
Ladislao, rey de Bohemia, y mientras preparaba grandes festejos para recibir a
la hija del rey de Francia, que había de ser su esposa, he aquí que una mañana
se siente acometido de un gran dolor y muere. Despachan correos en seguida por
todas partes para que anuncien a la futura esposa que torne a Francia, pues
para Ladislao se había acabado la comedia de este mundo. Este pensamiento de la
vanidad del mundo bastó para santificar a San Francisco de Borja, el cual (como
en otro lugar se dijo), al ver a la emperatriz Isabel segada por la muerte en
medio de las grandezas y en la flor de la juventud, determinó entregarse
totalmente a Dios, diciendo: «¿ En esto vienen a parar los cetros y coronas de
este mundo? De hoy en adelante sólo quiero servir a un Señor que no pueda
morir.»
Procuremos, pues, vivir de suerte que no se nos diga en la hora de la muerte lo
que dijeron a aquel necio del Evangelio: ¡Insensato!, esta misma noche han
de exigir de ti la entrega de tu alma; y cuanto has almacenado, ¿para quién
será? De donde concluye San Lucas: Esto es lo que sucede al que atesora
para sí y no es rico a los ojos de Dios. A lo cual añade Jesucristo:
Atesorad más bien para vosotros tesoros en el cielo, donde no hay orín ni
polilla que los consuman. Es decir, trabajad por enriqueceros, no ya de los
bienes del mundo, sino del mismo Dios, atesorando virtudes y méritos, bienes
que llevaréis al cielo y durarán eternamente. Esforcémonos, pues, por adquirir
el gran tesoro del divino amor. «¿Qué es lo que tiene el rico —dice San
Agustín— si no tiene caridad? Y al pobre, si tiene caridad, ¿qué es lo que le
falta?». Aunque un hombre nade en riquezas, si no tiene a Dios, es el más pobre
del mundo; pero el pobre que posee a Dios lo posee todo, ¿Y quién posee a Dios?
«¡El que le ama», responde San Juan. El
que permanece en la caridad, en Dios
permanece y Dios en él.
AFECTOS
Y PETICIONES
¡Oh
Dios mío!, no quiero que Satanás tenga más dominio sobre mi alma; Vos sólo sois
y seréis mi dueño y señor; todo lo quiero perder a trueque de conquistar
vuestra gracia, pues la tengo en mayor estima que mil coronas y mil reinos. ¿Y
qué he de amar si no os amo a Vos, amabilidad infinita, bien infinito, belleza,
bondad, amor infinito? En lo pasado os abandoné a Vos para correr detrás de las
criaturas; éste será siempre el dolor que traspase mi corazón: el haberos
ofendido a Vos, que tanto me habéis amado. Mas, después que me habéis unido a
Vos con tantas gracias, espero no verme ya privado de vuestro amor. Tomad, Amor
mío, toda mi voluntad y todas mis cosas, y haced de mí lo que os plazca. Si en
lo pasado la adversidad me ha turbado, os pido por ello perdón; no quiero jamás
quejarme de vuestras disposiciones, pues sé que todas ellas son para mí buenas
y santas. Disponed de mí, Dios mío, como os agrade, que yo os prometo recibirlo
todo con alegría y daros por ello las gracias. Haced que os ame, y nada más os
pido, ¿Para qué riquezas, para qué honores, para qué todo el mundo? Dios, basta
Dios; sólo quiero a Dios.
¡Oh
María!, dichosa Tú, que en este mundo no amaste más que a Dios; alcánzame la
gracia de asociarme a Ti, a lo menos en lo que me resta de vida. En Ti confío.
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