viernes, 10 de abril de 2020

19.2. DEL BIEN INEFABLE DE LA GRACIA DE DIOS Y DEL GRAN MAL DE INCURRIR EN SU DESGRACIA (Cont)


PUNTO SEGUNDO
Dichosa el alma que vive en estado de gracia.

   Dice Santo Tomás de Aquino que el don de la gracia excede a todos los dones que una criatura puede recibir, puesto que la gracia es participación de la misma naturaleza divina. Y antes había dicho San Pedro: «Para que por ella seáis participantes de la divina naturaleza.» ¡Tanto es lo que por su Pasión mereció Nuestro Señor Jesucristo! Él nos comunicó en cierto modo el esplendor que de Dios había recibido (Jn., 17, 22); de manera que el alma que está en gracia se une con Dios íntimamente (1 Co., 6, 17), y como dijo el Redentor (Jn., 14, 33), en ella viene a habitar la Trinidad Santísima.

   Tan hermosa es un alma en estado de gracia, que el Señor se complace en ella y la elogia amorosamente (Cant., 4, 1): «¡Qué hermosa eres, amiga mía; qué hermosa!» Diríase que el Señor no sabe apartar sus ojos de un alma que le ama ni dejar de oír cuanto le pida (Sal. 33, 16). Decía Santa Brígida que nadie podría ver la hermosura de un alma en gracia sin que muriese de gozo. Y Santa Catalina de Sena, al contemplar un alma en tan feliz estado, dijo que preferiría dar su vida a que aquella alma hubiese de perder tanta belleza.  Por eso la santa besaba la tierra por donde pasaban los sacerdotes, considerando que por medio de ellos recuperaban las almas la gracia de Dios.

   ¡Qué tesoro de merecimientos puede adquirir un alma en estado de gracia! en cada instante le es dado merecer la gloria; pues, como dice Santo Tomás, cada acto de amor hecho por tales almas merece la vida eterna. ¿Por qué envidiar, pues, a los poderosos de la tierra? Si estamos en gracia de Dios podemos continuamente conquistar harto mayores grandezas celestiales. Un hermano coadjutor de la Compañía de Jesús, según refiere el p. patrignani en su menologio, aparecióse después de su muerte y reveló que se había salvado, así como Felipe II, rey de España, y que ambos gozaban ya de la gloria eterna;  pero que cuanto menor había él sido en el mundo comparado con el rey, tanto más alto era su lugar en el cielo.

   Sólo el que la disfruta puede entender cuan suave es la paz de que goza, aun en este mundo, un alma que está en gracia (Sal. 33, 9). Así lo confirman las palabras del Señor (Sal. 118, 165): «Mucha paz para los que aman tu ley.» La
paz que nace de esa unión con Dios excede a cuantos placeres pueden dar los sentidos en el mundo.

AFECTOS Y PETICIONES

   ¡Oh Jesús mío! Vos sois el Buen Pastor que se dejó crucificar por dar la vida a sus ovejas. Cuando yo huía de Vos me buscabais con amorosa diligencia. Acogedme ahora que os busco y vuelvo arrepentido a vuestros pies.  Concededme de nuevo vuestra gracia, que míseramente perdí por mi culpa. Al considerar que tantas veces me he apartado de Vos, quisiera morir de dolor, y de todo corazón me arrepiento. Perdonadme, por la muerte olorosísima que para mi bien sufristeis en la cruz. Prendedme con las suaves cadenas de vuestro amor, y no consintáis que otra vez huya de Vos. Dadme ánimo para sufrir con paciencia cuantas cruces me enviéis, ya que merecí las penas eternas del infierno, y haced que abrace con amor los desprecios que reciba de los hombres, puesto que he merecido ser eternamente hollado por los demonios. Haced, en suma, que obedezca en todo a vuestras inspiraciones, y venza todos los humanos respetos por amor a vos. Resuelto estoy a no servir más que a vos.  Pidan los otros lo que quisieren, yo solamente quiero amaros a vos, Dios mío amabilísimo. Sólo a Vos deseo complacer. Ayudadme, Señor, que sin vos nada puedo. Os amo, Jesús mío, con todo mi corazón, y confío en vuestra Sangre Preciosa...

   María, mi esperanza, auxiliadme con vuestra intercesión. Y puesto que os gloriáis de salvar a los pobres pecadores que recurren a Vos, y yo, de ser vuestro humilde siervo, socorredme y salvadme.

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