PUNTO TERCERO
Dios amenaza al
pecador con una mala muerte
¡Cosa digna de admiración!
Dios no cesa de amenazar al pecador con el castigo de la mala muerte. «Entonces
me llamarán, y no oiré (Pr., 1, 28). ¿Por ventura oirá Dios su clamor cuando
viniere sobre él la angustia? (Jb.,27, 9). Me reiré en vuestra muerte y os
escarneceré (Pr., 1, 26). El reír de Dios es no querer usar de su misericordia.
«Mía es la venganza, y Yo les daré el pago a su tiempo, para que resbale su
pie» (Dt., 32, 35). Lo mismo dice en otros lugares; y, con todo, los pecadores
viven tranquilos y seguros, como si Dios les hubiese prometido para la hora de
la muerte el perdón y la gloria.
Sabido es que, cualquiera que fuere la hora
en que el pecador se convierta, Dios lo perdonará, como tiene ofrecido. Mas no
ha dicho que en el trance de morir se convertirá el pecador. Antes bien, muchas
veces ha repetido que quien vive en pecado, en pecado morirá (Jn., 8, 21, 24),
y que si en la muerte le busca, no le encontrará (Jn.,7, 34). Menester es, por
tanto, buscar a Dios cuando es posible hallarle (Is., 55, 6), porque vendrá un
tiempo en que no le podremos hallar. ¡Pobres pecadores! ¡Pobres ciegos que se
contentan con la esperanza de convertirse a la hora de la muerte, cuando ya no
podrán! Dice San Ambrosio: Los impíos no aprendieron a obrar bien sino cuando
ya no era tiempo. Dios quiere salvarnos a todos; pero castiga a los obstinados.
Si a cualquier infeliz que estuviese en
pecado le asaltase repentino accidente que le privara de 'sentido, ¡ qué
compasión no excitaría en cuantos le vieran a punto de muerte sin recibir
sacramentos ni dar muestras de contricción! ¡Y qué júbilo tendrían todos luego
si aquel hombre volviera en sí y pidiese la absolución de sus culpas e hiciese
actos de arrepentimiento! Mas ¿no es un loco el que, teniendo tiempo de hacer
todo esto, sigue viviendo en pecado, o vuelve a pecar y se pone en riesgo de
que le sorprenda la muerte cuando tal vez no pueda arrepentirse? Nos espanta el
ver morir a alguien de repente, y con todo, muchos se exponen voluntariamente a
morir así estando en pecado.
Pesados están en fiel balanza los juicios
del Señor (Pr., 16, 11). Nosotros no llevamos cuenta de las gracias que Dios
nos da; pero Él las cuenta y mide, y cuando las ve despreciadas en los límites
que fija su justicia, abandona al pecador a sus pecados, y así le deja morir...
¡Desdichado del que difiere la conversión hasta el día postrero! La penitencia
que se pide a un enfermo, enferma es, dice San Agustín. Y San Jerónimo decía
que de cien mil pecadores que vivan en pecado hasta que les llegue la muerte, apenas
si uno se salvará. San Vicente Ferrer afirmaba que la salvación de uno de ésos
sería milagro mayor que la resurrección de un muerto.
¿Qué arrepentimiento se puede esperar en la
muerte del que hubiere vivido amando el pecado, hasta aquel instante? Refiere
San Belarmino que, asistiendo a un moribundo y habiéndole exhortado a que
hiciera un acto de contrición, le respondió el enfermo que no sabia lo que era
contrición. Procuró San Belarmino explicárselo, pero el enfermo dijo: «Padre,
no lo entiendo, ni estoy ahora capaz de esas cosas.» Y así falleció, «dando
visibles señales de su condenación», como San Belarmino dejó escrito. Justo
castigo del pecador—dice San Agustín — será que al morir se olvide de sí mismo
el que en la vida se olvidó de Dios.
No queráis engañaros —nos dice el Apóstol
(Ga., 6, 7)—. Dios no puede ser burlado. Parque aquello que sembrare el hombre,
eso también segará. Y asi, el que siembra en su carne segará corrupción. Seria
burlarse de Dios el vivir despreciando sus leyes y alcanzar después eterna
recompensa y gloria. «Pero Dios no puede ser burlado.» Lo que en esta vida se
siembra, en la otra se recoge. El que siembra acá vedados placeres carnales, no
recogerá luego más que corrupción, miseria y muerte perdurables.
Cristiano, hermano mío, lo que para otros se
dice, también se dice para ti, si te vieras a punto de morir, desahuciado de
los médicos, privado el uso de los sentidos y agonizando ya, ¿cuánto no
rogarías a Dios que te concediese un mes, una semana más de vida para arreglar
la cuenta de tu conciencia? Pues Dios te concede ahora ese tiempo, dale mil
gracias, remedia pronto el mal que has hecho y acude a todos los medios
precisos para estar en gracia cuando la muerte llegue, porque entonces ya no
habrá tiempo de remediarlo
AFECTOS Y
PETICIONES
¡Ah Dios mío! ¿Quién, sino Vos, pudiera
haber tenido toda la paciencia que para conmigo habéis usado? Si no fuese
infinita vuestra bondad, yo desconfiaría de alcanzar perdón. Pero mi Dios murió
para perdonarme y salvarme; y pues me ordena que tenga esperanza, en Él
esperaré. Si mis pecados me espantan y condenan, vuestros merecimientos y
promesas me infunden valor. Prometisteis la vida de la gracia a quien vuelva a
vuestros brazos. Convertíos y vivid (Ez., 18, 32), Prometisteis abrazar al que
a Vos acudiere. Volveos a Mí y Yo me volveré a vosotros (Zac., 1, 3). Dijisteis
que no despreciaríais al que se arrepintiera y humillase (Sal. 50, 19). Pues
heme aquí, Señor; a Vos vuelvo y recurro; confiésome merecedor de mil infiernos
y me arrepiento de haberos ofendido. Ofrezco firmemente no más ofenderos y
amaros siempre. No permitáis que sea en adelante ingrato a tanta bondad. Padre
Eterno, por los méritos de la obediencia de Jesucristo, que murió por
obedeceros, haced que yo obedezca a vuestra voluntad hasta la muerte. Os amo,
Sumo Bien mío, y por el amor que os tengo quiero obedeceros en todas las cosas.
Dadme la santa perseverancia; dadme vuestro amor, y nada más os pido.
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