PUNTO TERCERO
Reflexiona en presencia de la
tumba
En esta pintura de la muerte, hermano mío,
reconócete a ti mismo, y mira lo que algún día vendrás a ser: Acuérdate de que
eres polvo y en polvo te convertirás. Piensa que dentro de pocos años, quizá
dentro de pocos meses o días, no serás más que gusanos y podredumbre. Con tal
pensamiento se hizo Job (17, 14) un gran santo. A la podredumbre dije: Mi padre
eres tú, y mi madre y mi hermana a los gusanos. Todo ha de acabar. Y si en la
muerte pierdes tu alma, todo estará perdido para ti. Considérate ya muerto—dice
San Lorenzo Justiniano —, pues sabes que necesariamente has de morir. Si ya
estuvieses muerto, ¿qué no desearías haber hecho?... Pues ahora que vives,
piensa que algún día muerto estarás. Dice San Buenaventura que el piloto, para gobernar
la nave, se pone en el extremo posterior de ella. Así, el hombre, para llevar
buena y santa vida, debe imaginar siempre que se halla en la hora de morir. Por
eso exclama San Bernardo: Mira los pecados de tu juventud, y ruborízate; mira
los de la edad viril, y llora; mira los últimos desórdenes de la vida, y
estremécete, y ponles pronto remedio.
Cuando San Camilo de Lelis se asomaba a
alguna sepultura, decíase a sí mismo: «Si volvieran los muertos a vivir, ¿qué
no harían por la vida eterna? Y yo, que tengo tiempo, ¿qué hago por mi
alma?...» Por humildad decía esto el Santo; mas tú, hermano mío, tal vez con
razón pudieras temer el ser aquella higuera sin fruto de la cual dijo el Señor:
Tres años que vengo a buscar fruto a esta higuera, y no le hallo (Lc., 13, 7).
Tú, que estás en el mundo más de tres años ha, ¿qué frutos has producido?...
Mirad—dice San Bernardo—que el Señor no busca solamente flores, sino frutos; es
decir, que no se contenta con buenos propósitos y deseos, sino que exige santas
obras. Sabe, pues, aprovecharte de este tiempo que Dios, por su misericordia,
te concede, y no esperes para obrar bien a que ya sea tarde, al solemne
instante en que se te diga: ¡Ahora! Llegó el momento de dejar este mundo.
¡Pronto!... Lo hecho, hecho está.
AFECTOS Y PETICIONES
Aquí me tenéis, Dios mío; yo soy aquel árbol
que desde muchos años ha merecía haber oído de Vos estas palabras: Córtale,
pues ¿para qué ha de ocupar terreno en balde?... (Lc., 13, 7). Nada más cierto,
porque en tantos años como estoy en el mundo no os he dado más frutos que
abrojos y espinas de mis pecados... 13 Mas Vos, Señor, no queréis que yo pierda
la esperanza. A todos habéis dicho que quien os busca os halla (Lc., 11, 9). Yo
os busco, Dios mío, y quiero recibir vuestra gracia. Aborrezco de todo corazón
cuantas ofensas os he hecho, y quisiera morir por ellas de dolor. Si en lo
pasado huí de Vos, más aprecio ahora vuestra amistad que poseer todos los
reinos del mundo. No quiero resistir más a vuestro llamamiento. Ya que es voluntad
vuestra que del todo me dé a Vos, sin reserva a Vos me entrego todo... En la
cruz os disteis todo a mí. Yo me doy todo a Vos. Vos, Señor, habéis dicho: Si
algo pidiereis en mi nombre, Yo lo haré (Jn., 14, 14). Confiado yo, Jesús mío,
en esta gran promesa, en vuestro nombre y por vuestros méritos os pido vuestra
gracia y vuestro amor. Haced que de ellos se llene mi alma, antes morada de
pecados. Gracias os doy por haberme inspirado que os dirija esta oración, señal
cierta de que queréis oírme. Oídme, pues, ¡oh Jesús mío!, concededme vivo amor
hacia Vos, deseo eficacísimo de complaceros y fuerza para cumplirle...
¡Oh María, mi gran intercesora, escuchadme
Vos también, y rogad a Jesús por mí!
No hay comentarios:
Publicar un comentario