PUNTO TERCERO
La vida es breve: luego hay que
trabajar para alcanzar una buena muerte
¡Qué gran locura es, por los breves y
míseros deleites de esta cortísima vida, exponerse al peligro de una infeliz
muerte y comenzar con ella una desdichada eternidad! ¡Oh, cuánto vale aquel
supremo instante, aquel postrer suspiro, aquella última escena! Vale una
eternidad de dicha o de tormento. Vale una vida siempre feliz o siempre
desgraciada. Consideremos que Jesucristo quiso morir con tanta amargura e
ignominia para que tuviéramos muerte venturosa. Con este fin nos dirige tan a
menudo sus llamamientos, sus luces, sus reprensiones y amenazas, para que
procuremos concluir la hora postrera en gracia y amistad de Dios.
Hasta un gentil, Antistenes, a quien
preguntaban cuál era la mayor fortuna de este mundo, respondió que era una
buena muerte. ¿Qué dirá, pues, un cristiano á quien la luz de la fe enseña que
en aquel trance se emprende uno de los dos caminos, el de un eterno padecer o
el de un eterno gozar? Si en una bolsa hubiese dos papeletas, una con el rótulo
del infierno, otra con el de la gloria, y tuvieses que sacar por suerte una de
ellas para ir sin remedio a donde designase, ¿qué de cuidado no pondrías en
acertar a escoger la que te llevase al Cielo? Los infelices que estuvieran
condenados a jugarse la vida, ¡cómo temblarían al tirar los dados que fueran a
decidir de la vida o la muerte! ¡Con qué espanto te verás próximo a aquel punto
solemne en que podrás a ti mismo decirte: «De este instante depende mi vida o
muerte perdurables! ¡Ahora se ha de resolver si he de ser siempre
bienaventurado o infeliz para siempre! Refiere San Bernardino de Sena que
cierto príncipe, estando a punto de morir, atemorizado, decía: Yo, que tantas
tierras y palacios poseo en este mundo, ¡ no sé, si en esta noche muero, qué
mansión iré a habitar!
Si crees, hermano mío, que has de morir, que
hay una eternidad, qué una vez sola se muere, y que, engañándote entonces, el yerro
es irreparable para siempre y sin esperanza de remedio, ¿cómo no te decides,
desde el instante que esto lees, a practicar cuanto puedas para asegurarte
buena muerte?... Temblaba un San Andrés Avelino, diciendo: «¿Quién sabe la
suerte que me estará reservada en la otra vida, si me salvaré o me
condenaré?...» Temblaba un San Luis Beltrán de tal manera, que en muchas noches
no lograba conciliar el sueño, abrumado por el pensamiento que le decía: ¿Quién
sabe si te condenarás?... ¿Y tú, hermano mío, que de tantos pecados eres
culpable, no tienes temor?... Sin tardanza, pon oportuno remedio; forma la
resolución de entregarte a Dios completamente, y comienza, siquiera desde
ahora, una vida que no te cause aflicción, sino consuelo en la hora de la
muerte. Dedícate a la oración; frecuenta los sacramentos; apártate de las
ocasiones peligrosas, y aun abandona el mundo, si necesario fuere, para
asegurar tu salvación; entendiendo que cuando de esto se trata no hay jamás
confianza que baste.
AFECTOS Y PETICIONES
¡Cuánta gratitud os debo, amado Salvador
mío!... ¿Y cómo habéis podido prodigar tantas gracias a un traidor ingrato para
con Vos? Me creasteis, y al crearme veíais ya cuántas ofensas os había de
hacer. Me redimisteis, muriendo por mí, y ya entonces percibíais toda la
ingratitud con que había de colmaros. Luego, en mi vida del mundo, me alejé de
Vos, fui como muerto, como animal inmundo, y Vos, con vuestra gracia, me habéis
vuelto a la vida. Estaba ciego, y habéis dado luz a mis ojos. Os había perdido,
y Vos hicisteis que os volviera a hallar. Era enemigo vuestro, y Vos me habéis
dado vuestra amistad... ¡Oh Dios de misericordia!, haced que conozca lo mucho
que os debo y que llore las ofensas que os hice. Véngaos de mi dándome dolor
profundo de mis pecados; mas no me castiguéis privándome de vuestra gracia y
amor... ¡Oh eterno Padre, abomino y detesto sobre todos los males cuantos
pecados cometí ! ¡ Tened piedad de mí, por amor de Jesucristo! Mirad a vuestro
Hijo muerto en la cruz, y descienda sobre mí su Sangre divina para lavar mi
alma. ¡Oh Rey de mi corazón, adveniat regnum tuum! Resuelto estoy a desechar de
mí todo afecto que no sea por Vos. Os amo sobre todas las cosas; venid a reinar
en mi alma. Haced que os ame como único objeto de mi amor. Deseo 31 complaceros
cuanto me fuere posible en el tiempo de vida que me reste. Bendecid, Padre mío,
este mi deseo, y otorgadme la gracia de que siempre esté unido a Vos. Os
consagro todos mis afectos, y de hoy en adelante quiero ser sólo vuestro, ¡oh
tesoro mío, mi paz, mi esperanza, mi amor y mi todo! De Vos lo espero todo por
los merecimientos de vuestro Hijo!
Reina Y Madre mía María, mi reina y mi
Madre!, ayudadme con vuestra intercesión. Madre de Dios, rogad por mí.
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