Qui me ínvenerit inveniet vital
et hauriet salutem a Domino.
El que me hallare hallará la vida
y alcanzará del Señor la salvación.
Prov., VIII,. 35..
PUNTO PRIMERO
María es una abogada poderosa
para salvarnos.
¡Cuan agradecidos debemos estar a la
misericordia divina por habernos dado a María por abogada, la cual puede con
sus ruegos obtenernos cuantas gracias deseamos. «¡ Oh dignación soberana de
nuestro Dios —exclama San Buenaventura—, que siendo nosotros culpables te
constituye a Ti, oh María, abogada nuestra, para que con tus ruegos nos
alcances todo lo que quieras!». Pecadores, hermanos míos, si somos reos de la
.Justicia divina y nuestros pecados nos han condenado al infierno, no hay por
qué desesperar ; acudamos a esta amorosísima Madre, cobijémonos bajo su manto,
y nos salvará. Lo que de nosotros pide para salvarnos es buena voluntad de
mudar de vida, buena intención y una ilimitada confianza en su poder. Porque
María es una abogada poderosa, una abogada misericordiosa, una
abogada que desea salvar a todos.
Consideremos en primer lugar que María es una abogada poderosa, que todo
lo puede con el Soberano Juez en beneficio de sus devotos. Este es un muy
particular privilegio que le otorgó el mismo Juez, que es su Hijo. «Sí —dice
San Buenaventura—, no deja de ser un gran privilegio el que María sea
poderosísima cerca de su Hijo». Dice Juan Gersón que nada pide la Virgen
Santísima a Dios, con voluntad determinada de lograrlo, que no lo alcance, y
que María, en su calidad de Reina, manda a los ángeles para iluminar a sus
devotos, purificarlos y perfeccionarlos. Por esto la Santa Iglesia, a fin de
inspirarnos confianza en esta gran Abogada nuestra, la invoca con el nombre de
Virgen poderosa: Virgen poderosa, ruega por nosotros.
Por qué es María tan poderosa ? Porque es la Madre de
Dios. «Los ruegos de la Madre de Dios —dice San Antonino— van revestidos con
cierto aire de imperio; por lo cual es imposible que no sean atendidos».
Las oraciones de María, como Madre del Redentor, tienen cierta razón de imperio
para Jesucristo, y por esto es imposible que, cuando ruega, no sean atendidos
sus ruegos. San Gregorio de Nicomedia añade que nuestro Redentor atiende,
benigno, a las oraciones de su Madre, como para satisfacer la obligación que le
tiene por haberle dado el ser de hombre. Que por esto escribió Teófilo, obispo
de Alejandría, «que el Hijo hasta agradece que su Madre le pida mercedes,
porque quiere concederle cuanto le pide para recompensar el favor que Ife hizo
de haberle revestido de carne humana.» Por esto exclama el mártir San Metodio:
«¡Alégrate, ;oh María!, y regocíjate, que tienes por deudor al mismo Hijo de
Dios. Todos nosotros somos deudores a Dios; sólo Tú lo tienes a El por deudor».
De
todo esto concluía Cosme de Jerusalén «que María goza de un poder ilimitado».
«Sí, es omnipotente —añade Ricardo de San Lorenzo—, porque parece cosa muy
puesta en razón que la Madre participe del poder del Hijo; y como el Hijo es
omnipotente, ha hecho también omnipotente a la Madre». Pero con esta
diferencia: que el Hijo es omnipotente por naturaleza, al paso que la Madre lo
es por gracia; es decir, que obtiene cuanto pide, según aquel célebre verso:
«Lo que Dios con su imperio, lo puedes Tú, Virgen María, con tus ruegos».
Concuerda con esto lo que fue revelado a Santa Brígida. Oyó un día la Santa que
Jesucristo, hablando con María, le dijo estas palabras: «Pídeme, Madre mía,
cuanto quieras, que no será vana tu petición». Y de ello dio la razón diciendo
«que. así como Tú nada me negaste mientras vivíamos en la tierra, justo es que
nada te niegue Yo ahora en el cielo». En suma: no hay nadie en el mundo, por
criminal que sea, que no pueda salvarse por la intercesión de María. «¡Oh María
—le dice San Gregorio de Nicomedia—, tus fuerzas son insuperables, a fin de que
la muchedumbre de los pecados no venza tu clemencia. Nada hay que pueda
resistir a tu poder, porque el Creador mira tu gloria como la suya propia». «Nada
os es imposible —dice San Pedro Damiano—, puesto que aún podéis salvar a los
desesperados de su salvación».
AFECTOS
Y PETICIONES
¡Oh
Reina y Madre mía bondadosísima! «Vos sois omnipotente —os diré con San Germán—
para salvar a los pecadores, y no tenéis necesidad de otra recomendación cerca
de Dios, porque sois la Madre de la verdadera vida». Si pues, acudo a Vos, ¡oh
Señora mía!, todos mis pecados no pueden hacerme desconfiar de mi salvación.
Vos, con vuestros ruegos, alcanzáis cuanto queréis; si oráis por mí,
ciertamente me salvaré. ¡Oh gran Madre de Dios!, os diré con San Bernardo,
rogad por este miserable, porque vuestro Hijo atiende a vuestros ruegos y os
concede todo cuanto le pedís.
Verdad es que soy pecador; pero quiero enmendarme, y me complazco en ser
vuestro especial siervo. Soy indigno, lo reconozco, de vuestra protección; pero
sé muy bien que no habéis desamparado a ninguno de los que en Vos han puesto su
confianza. Si lo queréis, podéis salvarme; en Vos confío. Cuando me daba yo por
perdido y vivía olvidado de Vos, pensabais Vos en mí y me alcanzasteis la
gracia de enmendarme; ¿cuánto más no debo esperar en vuestra piedad ahora que
estoy consagrado a vuestro servicio y que me encomiendo a Vos y en Vos pongo
toda mi confianza?
¡Oh
María!, rogad por mí y hacedme santo. Alcanzadme la santa perseverancia; haced
que ame con todo mi corazón a vuestro Hijo y a Vos, Madre amabilísima. Os amo,
Reina mía, y espero amaros siempre. Amadme Vos también, y con vuestro amor
trocadme de pecador en santo.
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