PUNTO SEGUNDO
De la acusación y examen en el
juicio particular.
Considera la acusación y
examen: «Comenzó el juicio y los libros fueron abiertos» (Dn., 7, 10). Dos
serán estos libros: el Evangelio y la conciencia. En aquél se leerá lo que el
reo debió hacer; en ésta, lo que hizo. En el peso de la divina Justicia no
entrarán las riquezas, dignidades y nobleza de los hombres, sino sus obras no
más. «Has sido pesado en la balanza —dice Daniel (5, 27) al rey Baltasar—, y
has sido hallado falto.» Es decir, según comentario del Padre Álvarez, que «no
fueron puestos en el peso el oro y las riquezas, sino sólo el rey».
Llegarán luego los acusadores,
y el demonio ante todos. «Estará el
enemigo ante el tribunal de Cristo —dice San Agustín—, y referirá las palabras
de tu profesión.» «Nos recordará cuanto hemos hecho, el día, la hora en que
hemos pecado.» Referir las palabras de nuestra profesión significa que presentará
todas las promesas que hicimos, olvidadas y no cumplidas después, y aducirá
nuestras culpas, designando los días y horas en que las hayamos cometido.
Luego dirá al Juez: «Señor, yo nada he padecido por este reo; pero él
os dejó a Vos, que disteis la vida por salvarle, y se hizo esclavo mío. A mí me
pertenece...» Serán también acusadores los ángeles custodios, como dice
Orígenes (Hom. 66), y «darán testimonio de los años en que procuraron la
salvación del pecador, aunque éste despreció todas las inspiraciones y avisos».
Entonces, «todos sus amigos le despreciarán» (Lm., 1, 2). Hasta las paredes que vieron pecar al reo
serán acusadoras (Hab., 2, 11); y acusadora será la misma concien33 cia (Ro.,
2, 15-16). Los pecados —dice San Bernardo—clamarán diciendo: «Tú nos hiciste,
tus obras somos, y no te abandonaremos.» Acusadoras, por último, serán, como
escribe San Juan Crisóstomo (Hom. in Matth.), las llagas del Señor: «Los clavos
se quejarán de tí; las cicatrices contra ti hablarán; la cruz de Cristo clamará
en contra tuya.» Después se hará el examen. Dice el Señor (Sof., 1, 12): «Con
la luz en la mano escudriñaré a Jerusalén.» La luz de la lámpara penetra todos
los rincones de la casa, escribe Mendoza. Y Cornelio a Lápide, comentando la
palabra in lucernis del texto, dice que Dios presentará ante el reo los
ejemplos de los Santos, todas las luces e inspiraciones que les dio, todos los
años de vida que le concedió para que practicase el bien. Hasta de las miradas
tendrás que dar cuenta, exclama San Anselmo.
Y así como se purifica y aquilata el oro separándole de la escoria, así
se aquilatarán y examinarán las confesiones, comuniones y otras buenas obras
(Mal., 3, 3). «Cuando tomare el tiempo,
juzgaré las justicias». En suma, dice San Pedro (1 P., 4, 18) que en juicio
apenas si el justo se salvará.
Si se ha de dar cuenta de toda
palabra ociosa, ¿qué cuenta no se dará de tanto mal pensamiento consentido, de
tantas palabras impuras?. Especialmente hablando de los escandalosos, que le
roban innumerables almas, dice el Señor (Os., 13, 8): «Los asaltaré como la osa
a quien han robado los cachorros». Y,
finalmente, refiriéndose a las acciones del reo, dirá el Juez Supremo (Pr., 31,
31): «Dadle el fruto de sus manos»; es decir, pagadle según sus obras.
AFECTOS Y PETICIONES
¡Ah Jesús mÍO! Si quisieras
pagarme ahora según las obras que he hecho, el infierno seria mi recompensa...
¡Cuántas veces, oh Dios, escribí mi propia condena a esa cárcel de tormentos!
Inmensa es mi gratitud por la paciencia con que me habéis sufrido.
¡Oh Señor!, si ahora tuviese
que presentarme a vuestro Tribunal, ¿qué cuenta daría de mi vida? Esperadme,
Dios mío, un poco más, no me juzguéis aún (Sal. 142, 2). ¿Qué sería de mí si en
este momento me juzgaseis? Aguardad,
Señor, y ya que habéis usado conmigo de tanta clemencia, sed todavía tan
misericordioso que me deis gran dolor de mis pecados.
Me arrepiento, ¡oh Bien Sumo!,
de haberos menospreciado tantas veces, y os amo sobre todas las cosas... Eterno
Padre, perdonadme por amor de Jesucristo, y por sus méritos concededme la santa
perseverancia... Jesús mío, todo lo
espero del infinito valer de vuestra Sangre. María Santísima, en Vos confío...
Eia, ergo, advócata nostra, illos tuos miserícordes óculos ad nos
converte. Mirad mi gran miseria, y
compadeceos de mí.
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