viernes, 10 de abril de 2020

7.1. SENTIMIENTOS DE UN MORIBUNDO NEGLIGENTE QUE APENAS HA PENSADO EN LA MUERTE


Dispone domui tuae, quia morieris
                                                    tu, et non  vives
 Dispón de tu casa, porque vas a morir
                                                                 y estás al fin de tu vida.
Is., 38. I


PUNTO PRIMERO
Terror y remordimiento del pecador moribundo

   Imagina que estás junto a un enfermo a quien quedan pocas horas de vida. ¡Pobre enfermo! Mirad cómo le oprimen y angustian los dolores, desmayos, sofocaciones y falta de respiración y el sudor glacial y el desvanecimiento, hasta el punto de que apenas siente, ni entiende, ni habla. Y su mayor desdicha consiste en que, estando ya próximo a la muerte, en vez de pensar en su alma y apercibir la cuenta para la eternidad, sólo trata de médicos y remedios que le libren de la dolencia que le va matando. No son capaces de pensar más que en si mismos, dice San Lorenzo Justiniano al hablar de tales moribundos. Pero ¿a lo menos, los parientes y amigos le manifestarán el peligroso estado en que se halla? No; no hay entre todos ellos quien se atreva a darle la nueva de la muerte y advertirle que debe recibir los santos sacramentos. Todos rehuyen el decírselo para no molestarle! (¡Oh Dios mío!, gracias mil os doy porque en la hora de la muerte haréis que me asistan mis queridos hermanos de mi Congregación, los cuales, sin otro interés que el de mi salvación, me ayudarán todos a bien morir.) Entre tanto, y aunque no se le haya dado anuncio de la muerte, el pobre enfermo, al ver la confusión de la familia, las discusiones de los médicos, los varios, frecuentes y heroicos remedios a que acuden, se llena de angustia v de terror, entre continuos asaltos de temores, desconfianza y remordimientos, y duda si habrá llegado el fin de sus días. ¿Qué no sentirá cuando, al cabo, reciba la noticia de que va a morir? Arregla las cosas de tu casa, porque morirás y no vivirás. (Is., 38, 1). ¡Qué pena tendrá al saber que su enfermedad es mortal, que es preciso reciba los sacramentos, se una con Dios y vaya despidiéndose del mundo! ¡Despedirse del mundo! Pues ¿cómo? ¿Ha de despedirse de todo: de la casa, de la ciudad, de los parientes, amigos, conversaciones, juegos, placeres?... Sí, de todo. Diríase que ante el notario, ya presente, se escribe esa despedida con la fórmula: Dejo a tal persona; dejo. Y consigo ¿ qué llevará? Sólo una pobre mortaja, que poco a poco se pudrirá con el muerto en la sepultura. ¡Oh, qué turbación y tristeza traerán al moribundo las lágrimas de la familia, el silencio de los amigos, que, mudos cerca de él, ni aun aliento tienen para hablar! Mayor angustia le darán los remordimientos de la conciencia, vivísimos entonces por lo desordenado de la vida, después de tantos llamamientos y divinas luces, después de tantos avisos dados por los padres espirituales, y de tantos propósitos hechos, mas no cumplidos o presto olvidados. «¡Pobre de mí—dirá el moribundo—, que tantas luces recibí de Dios, tanto tiempo para arreglar mi conciencia, y no lo hice! ¡Y ahora me veo en el trance de la muerte! ¿Qué me hubiera costado huir de aquella ocasión, apartarme de aquella amistad, confesarme todas las semanas? Y aunque mucho me hubiese costado, ¿no hubiera debido hacerlo todo para salvar mi alma, que más que todo importa? ¡Oh, si hubiera puesto por obra aquella buena resolución que forme, si hubiera seguido como empecé entonces, qué contento estaría ahora! Mas no lo hice, y ya no es tiempo de hacerlo...» Los sentimientos de esos moribundos que en vida olvidaron su conciencia se asemejan a los del condenado que, sin fruto ni remedió, llora en el infierno sus pecados como causa de su castigo.

AFECTOS Y PETICIONES

   Estos son, Señor, los sentimientos y angustias que tendría si en este instante me anunciaran mi próxima muerte. Os doy fervientes gracias por esta enseñanza y por haberme dado tiempo para enmendarme. No quiero, Dios mío, huir más de Vos. Bastantes veces me habéis buscado, y si ahora resisto y no me entrego a Vos, fundadamente debo temer que me abandonaréis para siempre. Con el fin de que os amara, formasteis mi corazón; mas yo le empleé mal, amando a las criaturas y no a Vos, Creador y Redentor mío, que disteis por mí la vida. No sólo dejé de amaros, sino que mil veces os he menospreciado y ofendido, y sabiendo que el pecado os disgustaba en extremo, no vacilé en cometerle. ¡Oh Jesús mío, de todo ello me arrepiento, y de todo corazón aborrezco lo malo! ¡ Mudar quiero de vida, renunciando a todos los placeres mundanos para sólo a Vos amar y servir, oh Dios de mi alma! Y pues me habéis dado grandes muestras de vuestro amor, quisiera yo ofreceros antes de mi muerte algunas del mío. Acepto desde ahora todas las enfermedades y cruces que me enviéis, todos los trabajos y desprecios que de los hombres recibiere. Dadme fuerzas para sufrirlo en paz, por amor a Vos, como deseo. Os amo, bondad infinita; os 62 amo sobre todas las cosas. Aumentad mi amor y concededme la santa perseverancia. ¡María, mi esperanza, ruega a Jesús por mí!

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