PUNTO TERCERO
Último engaño: «Soy joven: no
desespero de salvarme más tarde».
Consideremos este quinto
engaño. Eres joven: ¿mas no sabes que Dios no cuenta los años, sino los pecados
de cada hombre?... ¿Cuántos has cometido?... Muchos ancianos habrá que no hayan
hecho ni la décima parte de los que tú hiciste. ¿Ignoras que el Señor tiene
determinados el número y medida de las culpas que a cada pecador ha de
perdonar? «El Señor —dice la Escritura
(2 Mac., 6, 14)— sufre con paciencia para castigar a las naciones en el colmo
de sus pecados cuando viniere el día del juicio.» Lo cual significa que el
Señor es paciente y sufre y espera hasta cierto limite; mas no bien se colma la
medida de los pecados que a cada hombre quiere perdonar, cesa el perdón y se
ejecuta el castigo, enviando de improviso la muerte al pecador en el estado de
condenación en que éste se halle, o abandonándole a su pecado, que es pena peor
que la misma muerte (Is., 5).
Si tenéis una tierra de labor
y la cercáis con setos, y a pesar de haberla cultivado muchos años y de haber
hecho en ella gastos considerables, veis que, con todo eso, no os da fruto
alguno, ¿qué haréis?... Le arrancaréis el cercado y la dejaréis abandonada.
Temed que Dios no haga eso
mismo con vosotros. Si seguís pecando, iréis perdiendo el remordimiento de
conciencia; no pensaréis en la eternidad ni en vuestra alma; perderéis casi del
todo la luz que nos guía, acabaréis por perder todo temor... Pues ya con eso
quitada está la cerca que os defendía. Ya llegó el abandono de Dios. Examinemos, en fin, el último engaño. Dices:
«Verdad es que por ese pecado perderé la gracia de Dios y quedaré condenado al
infierno. Puede, pues, suceder que 27 me condeno; mas también puede acaecer que
luego me confiese y me salve...» Concedo que así pudiera ser. Quizá te salves. No soy profeta, y no me es
dado asegurar con certidumbre que después de ese nuevo pecado no habrá ya para
ti perdón de Dios. Mas no me negarás que
si con tantas gracias como el Señor te ha concedido todavía vuelves a
ofenderle, es sumamente fácil que para siempre te pierdas. Así lo patentiza la
Sagrada Escritura (Ecl., 3, 27): «El corazón obstinado mal se hallará en sus
postrimerías.» «Los que proceden malignamente serán exterminados» (Sal. 36,
9). «El que siembra pecados, recogerá,
al fin, penas y tormentos» (Gal., 6, 8). «Os llamé —dice Dios (Pr., 1, 24-26)— y
me rechazasteis... Yo también me reiré en vuestra muerte.» «Mía es la venganza,
y Yo les daré el pago a su tiempo» Dt., 32, 35).
Así habla de los pecadores
obstinados la Sagrada Escritura, y así lo exigen la razón y la justicia. Y, sin
embargo, dices que, a pesar de todo, quizá te salvarás. Repetiré que no es imposible; pero ¿no es
tremenda locura confiar la eterna salvación a un quizá, y a un quizá tan poco
probable? ¿Es negocio éste de tan corto valer, que podemos ponerle en tan grave
riesgo?
AFECTOS
Y PETICIONES
Amadísimo Redentor mío:
Postrado a vuestros pies, os agradezco con toda mi alma que, a pesar de mis
muchas culpas, no me hayáis abandonado. ¡Cuántos que os habrán ofendido menos
que yo no habrán recibido las inspiraciones que ahora me dais! Bien veo que
deseáis salvarme, y yo uno a los vuestros mis deseos. Quiero ensalzar en el
Cielo eternamente vuestra misericordia.
Espero, Señor, que me habréis perdonado; pero si todavía no he
recuperado vuestra gracia por no haber sabido arrepentirme de mis culpas, ahora
me arrepiento de todo corazón, y las detesto sobre todos los males. Perdonadme, por piedad, y aumentad en mí el
dolor de haberos ofendido a Vos, Dios mío, Bondad Suma e inefable. Dadme dolor y amor, pues aunque os amo sobre
todas las cosas, harto poco es; quiero amaros más, y a Vos pido y de Vos espero
alcanzar ese amor. Oídme, Jesús mío, ya que prometisteis oír al que os
suplica...
¡Oh Virgen María, Madre de
Dios!, el mundo entero afirma que nunca dejáis desconsolado al que a Vos se
encomienda. Y pues sois, después de
Jesucristo, mi única esperanza, a Vos, Señora, acudo, y en Vos confío. Encomendadme
a vuestro Hijo y salvadme.
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