PUNTO SEGUNDO
Locura del pecador que no piensa
en lo por venir.
¡Infortunados pecadores! se afanan y aplican
en adquirir la ciencia mundana y en procurarse los bienes de esta vida, que en
breve plazo ha de acabarse, y olvidan los bienes de aquella otra vida que no ha
de acabar jamás. De tal manera pierden el juicio, que no solamente son locos,
sino que se reducen a la condición de brutos; porque viviendo como
irracionales, sin considerar lo que es el bien ni el mal, siguen solamente al
instinto de las afecciones sensuales, se entregan a lo que inmediatamente
agrada a la carne y no atienden a la pérdida y eterna ruina que se acarrean. Esto
no es proceder como hombre, sino como bestia. «Llamamos hombre —dice San Juan Crisóstomo—
a aquel que conserva la imagen esencial del ser humano.» Pero ¿cuál es tal
imagen? El ser racional. Ser hombre es, por consiguiente, ser racional, o sea,
obrar con arreglo a la razón, no según el apetito sensitivo. Si Dios diese a
una bestia el uso de razón y ella conforme a la razón obrase, diríamos que
procedía como hombre. Y, al contrario, cuando el hombre procede con arreglo a
los sentidos, contra la razón, debe decirse que obra como bestia.
«¡Ah, si tuviesen sabiduría e
inteligencia y previesen las postrimerías!» (Dt., 32, 29). El hombre que se
guía en sus obras razonablemente prevé lo futuro, es decir, lo que ha de
acaecerle al fin de la vida: la muerte, el juicio y, después, el infierno o la
gloria.
¡Cuánto
más sabio es un rústico que se salva que un monarca que se condena! «Mejor es
un mozo pobre y sabio, que rey viejo y necio que no sabe prever lo venidero» (Ecl.,
4, 13). ¡Oh Dios! ¿No tendríamos por loco al que para ganar un céntimo en
seguida arriesgase el perder toda su hacienda?
Pues el que a trueque de un breve placer pierde su alma y se pone en
peligro de perderla para siempre, ¿No ha ser tenido por loco? Tal es la causa
de que se condenen muchísimas almas, atender no más que a los bienes y males
presentes y no pensar en los eternos.
Dios no nos ha puesto en la tierra para que
nos hagamos ricos ni para que busquemos honras o satisfagamos los sentidos,
sino para que nos procuremos la vida eterna (Ro., 6, 22). Y el alcanzar tal fin
sólo a nosotros interesa. una sola cosa es necesaria (Lc., 10, 42). Pero los
pecadores desprecian este fin, y pensando no más que en lo presente, caminan
hacia el término de la vida, se van acercando a la eternidad y no saben a dónde
se dirigen. «¿Qué diríais de un piloto —dice San Agustín— a quien se preguntara
a dónde va, y respondiese que no lo sabia? Todos dirían que lleva la nave a su
perdición.» Tales son —añade el santo— esos
sabios del mundo que saben ganar haciendas, darse a los placeres, conseguir
altos cargos, y no aciertan a salvar sus almas.» Sabio del mundo fue Alejandro Magno,
que conquistó innumerables reinos; pero al poco tiempo murió. Sabio fue el Epulón,
que supo enriquecerse; pero murió y fue sepultado en el infierno (Lc., 16, 22).
sabio de ese modo fue Enrique VIII, que acertó a mantenerse en el trono, a
pesar de su rebelión contra la Iglesia. Pero al fin de sus días reconoció que
había perdido su alma, y exclamó: ¡Todo lo hemos perdido! ¡Cuántos desventurados
gimen ahora en el infierno! ¡Ved —dicen— cómo todos los bienes del mundo
pasaron para nosotros como una sombra, y ya no nos quedan más que perdurable
dolor y eterno llanto! (Sb., 5, 8). «Ante el hombre, la vida y la muerte; lo
que le pluguiere, le será dado» (Ecl., 15, 18). ¡oh cristiano! delante de ti se
hallan la vida y la muerte, es decir, la voluntaria privación de las cosas
ilícitas para ganar la vida eterna, o el entregarte a ellas y a la eterna
muerte... ¿Qué dices? ¿Qué escoges?... Procede
como hombre, no como bruto. Elige como cristiano que tiene fe y dice: «¿Qué
aprovecha al hombre si ganare todo el mundo y perdiere su alma?» (Mt., 16, 26).
AFECTOS Y PETICIONES
¡Oh Dios mío! me disteis la razón, la luz de
la fe, y con todo, he obrado como un irracional, trocando vuestra divina gracia
por los viles placeres mundanos, que se disiparon como el humo, dejándome sólo
remordimientos de conciencia y deudas con vuestra justicia! ¡Ah Señor, no me
juzguéis según lo que merezco (Salmo 142, 2), sino según vuestra misericordia!
iluminadme, Dios mío; dadme dolor de mis pecados y perdonádmelos. Soy la oveja
extraviada, y si no me buscáis, perdido quedaré (Sal. 118, 176). Tened piedad
de mí, por la sangre preciosa que por mi amor derramasteis. Duélame, ¡oh sumo Bien
Mío!, de haberos abandonado y de haber voluntariamente renunciado a vuestra
gracia. Morir quisiera de dolor; aumentad Vos mi contrición profunda, y haced
que vaya al cielo y ensalce allí vuestra infinita misericordia...
Madre nuestra María, mi refugio
y esperanza, rogad por mí a Jesús; pedidle que me perdone y me conceda la santa
perseverancia.
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