viernes, 10 de abril de 2020

20.2. LOCURA DEL PECADOR (Cont)


PUNTO SEGUNDO
Locura del pecador que no piensa en lo por venir.

   ¡Infortunados pecadores! se afanan y aplican en adquirir la ciencia mundana y en procurarse los bienes de esta vida, que en breve plazo ha de acabarse, y olvidan los bienes de aquella otra vida que no ha de acabar jamás. De tal manera pierden el juicio, que no solamente son locos, sino que se reducen a la condición de brutos; porque viviendo como irracionales, sin considerar lo que es el bien ni el mal, siguen solamente al instinto de las afecciones sensuales, se entregan a lo que inmediatamente agrada a la carne y no atienden a la pérdida y eterna ruina que se acarrean. Esto no es proceder como hombre, sino como bestia. «Llamamos hombre —dice San Juan Crisóstomo— a aquel que conserva la imagen esencial del ser humano.» Pero ¿cuál es tal imagen? El ser racional. Ser hombre es, por consiguiente, ser racional, o sea, obrar con arreglo a la razón, no según el apetito sensitivo. Si Dios diese a una bestia el uso de razón y ella conforme a la razón obrase, diríamos que procedía como hombre. Y, al contrario, cuando el hombre procede con arreglo a los sentidos, contra la razón, debe decirse que obra como bestia.

   «¡Ah, si tuviesen sabiduría e inteligencia y previesen las postrimerías!» (Dt., 32, 29). El hombre que se guía en sus obras razonablemente prevé lo futuro, es decir, lo que ha de acaecerle al fin de la vida: la muerte, el juicio y, después, el infierno o la gloria.

   ¡Cuánto más sabio es un rústico que se salva que un monarca que se condena! «Mejor es un mozo pobre y sabio, que rey viejo y necio que no sabe prever lo venidero» (Ecl., 4, 13). ¡Oh Dios! ¿No tendríamos por loco al que para ganar un céntimo en seguida arriesgase el perder toda su hacienda?  Pues el que a trueque de un breve placer pierde su alma y se pone en peligro de perderla para siempre, ¿No ha ser tenido por loco? Tal es la causa de que se condenen muchísimas almas, atender no más que a los bienes y males presentes y no pensar en los eternos.
   Dios no nos ha puesto en la tierra para que nos hagamos ricos ni para que busquemos honras o satisfagamos los sentidos, sino para que nos procuremos la vida eterna (Ro., 6, 22). Y el alcanzar tal fin sólo a nosotros interesa. una sola cosa es necesaria (Lc., 10, 42). Pero los pecadores desprecian este fin, y pensando no más que en lo presente, caminan hacia el término de la vida, se van acercando a la eternidad y no saben a dónde se dirigen. «¿Qué diríais de un piloto —dice San Agustín— a quien se preguntara a dónde va, y respondiese que no lo sabia? Todos dirían que lleva la nave a su perdición.»  Tales son —añade el santo— esos sabios del mundo que saben ganar haciendas, darse a los placeres, conseguir altos cargos, y no aciertan a salvar sus almas.» Sabio del mundo fue Alejandro Magno, que conquistó innumerables reinos; pero al poco tiempo murió. Sabio fue el Epulón, que supo enriquecerse; pero murió y fue sepultado en el infierno (Lc., 16, 22). sabio de ese modo fue Enrique VIII, que acertó a mantenerse en el trono, a pesar de su rebelión contra la Iglesia. Pero al fin de sus días reconoció que había perdido su alma, y exclamó: ¡Todo lo hemos perdido! ¡Cuántos desventurados gimen ahora en el infierno! ¡Ved —dicen— cómo todos los bienes del mundo pasaron para nosotros como una sombra, y ya no nos quedan más que perdurable dolor y eterno llanto! (Sb., 5, 8). «Ante el hombre, la vida y la muerte; lo que le pluguiere, le será dado» (Ecl., 15, 18). ¡oh cristiano! delante de ti se hallan la vida y la muerte, es decir, la voluntaria privación de las cosas ilícitas para ganar la vida eterna, o el entregarte a ellas y a la eterna muerte... ¿Qué dices? ¿Qué escoges?...  Procede como hombre, no como bruto. Elige como cristiano que tiene fe y dice: «¿Qué aprovecha al hombre si ganare todo el mundo y perdiere su alma?» (Mt., 16, 26).

AFECTOS Y PETICIONES

   ¡Oh Dios mío! me disteis la razón, la luz de la fe, y con todo, he obrado como un irracional, trocando vuestra divina gracia por los viles placeres mundanos, que se disiparon como el humo, dejándome sólo remordimientos de conciencia y deudas con vuestra justicia! ¡Ah Señor, no me juzguéis según lo que merezco (Salmo 142, 2), sino según vuestra misericordia! iluminadme, Dios mío; dadme dolor de mis pecados y perdonádmelos. Soy la oveja extraviada, y si no me buscáis, perdido quedaré (Sal. 118, 176). Tened piedad de mí, por la sangre preciosa que por mi amor derramasteis. Duélame, ¡oh sumo Bien Mío!, de haberos abandonado y de haber voluntariamente renunciado a vuestra gracia. Morir quisiera de dolor; aumentad Vos mi contrición profunda, y haced que vaya al cielo y ensalce allí vuestra infinita misericordia...
  
   Madre nuestra María, mi refugio y esperanza, rogad por mí a Jesús; pedidle que me perdone y me conceda la santa perseverancia.

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