PUNTO SEGUNDO
La vida es corta: luego los bienes
de este mundo son pura vanidad
Exclamaba el rey Exequias: Mi vida ha sido
cortada como por tejedor. Mientras se estaba aún formando, me cortó (Is., 38,
12). ¡ Oh, a cuántos que están tramando la tela de su vida, 26 ordenando y
persiguiendo previsoramente sus mundanos designios, los sorprende la muerte y
lo rompe todo! Al pálido resplandor de la última luz se oscurecen y roban todas
las cosas de la tierra: aplausos, placeres, grandezas y galas... ¡Gran secreto
de la muerte! Ella sabe mostrarnos lo que no ven los amantes del mundo. Las más
envidiadas fortunas, las mayores dignidades, los magníficos triunfos, pierden
todo su esplendor cuando se les contempla desde el lecho de muerte. La idea de
cierta falsa felicidad que nos habíamos forjado se trueca entonces en desdén
contra nuestra propia locura. La negra sombra de la muerte cubre y oscurece
hasta las regias dignidades.
Ahora las pasiones nos presentan los bienes
del mundo muy diferentes de lo que son. Mas la muerte los descubre y muestran
como son en sí humo, fango, vanidad y miseria. .. ¡Oh Dios! ¿De qué sirven
después de la muerte las riquezas, dominios y reinos, cuando no hemos de tener
más que un ataúd de madera y una mortaja que apenas baste para cubrir el
cuerpo? ¿De qué sirven los honores, si sólo nos darán un fúnebre cortejo o
pomposos funerales, que si el alma está perdida, de nada le aprovecharán? ¿De
qué sirve la hermosura del cuerpo, si no quedan más que gusanos, podredumbre
espantosa y luego un poco de infecto polvo?
Me ha puesto como por refrán del vulgo, y
soy delante de ellos un escarmiento (Jb., 17, 6). Muere aquel rico, 27 aquel
gobernante, aquel capitán, y se habla de él en dondequiera. Pero si ha vivido
mal, vendrá a ser murmurado del pueblo, ejemplo de la vanidad del mundo y de la
divina justicia, y escarmiento de muchos. Y en la tumba confundido estará con
otros cadáveres de pobres. Grandes y pequeños allí están (J., 3, 18). ¿Para qué
le sirvió la gallardía de su cuerpo, si luego no es más que un montón de
gusanos? ¿Para qué la autoridad que tuvo, si los restos mortales se pudrirán en
el sepulcro, y si el alma está arrojada a las llamas del infierno? ¡Oh, qué
desdicha ser para los demás objeto de estas reflexiones, y no haberlas uno
hecho en beneficio propio!
Convenzámonos, por tanto, de que para poner
remedio a los desórdenes de la conciencia no es tiempo hábil el tiempo de la
muerte, sino el de la vida. Apresurémonos, pues, a poner por obra en seguida lo
que entonces no podremos hacer. Todo pasa y fenece pronto (1 Co., 7, 29).
Procuremos que todo nos sirva para conquistar la vida eterna.
AFECTOS Y PETICIONES
Oh Dios de mi alma, oh bondad infinita!
Tened compasión de mí, que tanto os he ofendido. Harto sabia que pecando
perdería vuestra gracia, y quise perderla. ¿Me diréis, Señor, lo que debo hacer
para recuperarla?... Si queréis que me arrepienta de mis pecados, de ellos me
arrepiento de todo corazón, y desearía morir de dolor por haberlos cometido. Si
queréis que espere vuestro perdón, lo espero por los merecimientos de vuestra
Sangre. Si queréis que os ame sobre todas las cosas, todo lo dejo, renuncio a
cuantos placeres o bienes puede darme el mundo, y os amo más que a todo, ¡oh
amabilísimo Salvador mío! 28 Si aún queréis que os pida alguna gracia, dos os
pediré: que no permitáis os vuelva a ofender; que me concedáis os ame de veras,
y luego hacer de mí lo que quisiereis.
¡Oh María, esperanza de mi alma,
alcanzadme estas dos gracias. Así lo espero de Vos.
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