viernes, 10 de abril de 2020

32.3. DE LA CONFIANZA EN EL PATROCINIO DE LA SANTÍSIMA VIRGEN (Cont)


PUNTO TERCERO
María es una abogada que a todos defiende.

   Consideremos en tercer lugar cómo María es una Abogada tan bondadosa, que no sólo ayuda a los que a Ella acuden, sino que va por Sí misma buscando desgraciados para ampararlos y salvarlos. A todos nos llama y nos alienta a esperar todo bien si acudimos a Ella. En Mí —dice— está toda esperanza de vida y de virtud; venid a Mí todos. Comentando el devoto Pelbarto este pasaje, dice que «llama a todos, así a los justos como a los pecadores». «El demonio —como dice San Pedro— nos asedia en busca de víctimas que devorar». «Pero esta divina Madre —dice Bernardino de Bustos— va buscando a quien poder salvar». María es Madre de misericordia, y su bondad y compasión son tales, que vela solícita por salvarnos, bien así como una madre que no puede ver en peligro de perderse a uno de sus hijos sin prestarle auxilio. «¿Y quién —pregunta San Germán—, quién, después de vuestro Hijo Jesús, se interesa más que Vos por la salvación del género humano?». A lo cual añade Sari Buenaventura que María «se muestra tan solícita en socorrer a los miserables, que parece no tener más ambición que socorrerlos».

   Ciertamente socorre a los que acuden a Ella, y es «tanta su benignidad — como dice el Iliota—, que a nadie rechaza». Pero no se contenta con esto el misericordioso Corazón de María; se anticipa a nuestros ruegos, como dice Ricardo de San Víctor, y antes que imploremos su ayuda ya nos la tiene concedida. Y añade el mismo autor «que María está tan llena de misericordia, que, apenas ve una miseria, luego la alivia, y no consiente su Corazón ver una pena sin acudir presurosa con su ayuda». De esta suerte obraba cuando vivía en este mundo, como lo manifestó en el hecho de las bodas de Cana de Galilea; al entender que faltaba vino, no esperó a que se lo pidiesen, sino que, compadecida de la vergüenza y aflicción de los esposos, rogó a su Hijo que los consolara, diciéndole: No tienen vino. Al momento alcanzó de su Hijo que milagrosamente convirtiese el agua en vino. «Por consiguiente —concluye San Buenaventura—, si tan grande era la piedad de María para con los afligidos mientras vivía en la tierra, ¿cuánto mayor no será ahora que está en el cielo, donde conoce mejor nuestras miserias y más se compadece de ellas?». A esto añade Novarino una muy atinarla reflexión: «Si María, sin ser rogada, se mostró tan pronta y tan solícita, ¿cuánto más solícita, y pronta estará a socorrer a quien la invoca?».

   ¡Ah! No dejemos de acudir en todas nuestras necesidades a esta divina Madre, a la cual, como dice Ricardo de San Lorenzo, hallarás siempre dispuesta a otorgar su favor a quien se lo pida. Y Bernardino de Bustos añade: «Que más desea María concedernos gracias que nosotros recibirlas»; y prosigue diciendo «que cuantas veces acudamos a Ella la hallaremos siempre con las manos llenas de gracias y misericordias.»

   Es tan grande el deseo que tiene la Virgen Santísima de hacernos bien y salvarnos, que San Buenaventura llega a decir «que pecan contra Ella, no sólo los que la injurian positivamente, sino también los que no le piden gracias». Y, por el contrario, afirma el Santo Doctor que el que acude a María, se entiende siempre con voluntad de enmendarse, puede darse por salvo; por esto la llama «salud de los que la invocan». Acudamos, pues, en todas nuestras necesidades a esta divina Madre, y digámosle con San Buenaventura: En Ti, Señora, esperé; jamás quedaré confundido. ¡Oh Señora y Madre de Dios, María!, habiendo puesto en Vos mi esperanza, no me condenaré.

AFECTOS Y PETICIONES

   ¡Oh María! Ved aquí a vuestros pies a un miserable esclavo del infierno que implora vuestra piedad. Bien sé que no merezco gracia alguna; pero Vos sois la Madre de la misericordia, y ésta se ejerce con los que no la merecen. Todos os llaman esperanza y refugio de pecadores; sed, pues, mi refugio y la esperanza mía. Soy una oveja perdida, pero para salvar a esta oveja perdida bajó del cielo a la tierra el Verbo eterno y se hizo vuestro Hijo, y ahora quiere que acuda a Vos y me ayudéis con vuestros ruegos.

   «Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores.» ¡Oh gran Madre de Dios! Vos rogáis por todos, rogad también a vuestro Hijo por mí. Decidle que soy devoto vuestro y que Vos me protegéis; decidle que tengo en Vos puesta toda mi esperanza; decidle que me perdone, pues me arrepiento de todas las injurias que le he hecho; decidle, pues es misericordioso, que me dé la santa perseverancia; decidle que me conceda la gracia de amarle siempre con todo mi corazón; decidle, en fin, que Vos me queréis salvar, pues El hace cuanto le pedís.

   ¡Oh María, esperanza mía!, en Vos confío: tened compasión de mí.

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