PUNTO TERCERO
María es una abogada que a todos
defiende.
Consideremos en tercer lugar cómo María es
una Abogada tan bondadosa, que no sólo ayuda a los que a Ella acuden, sino que
va por Sí misma buscando desgraciados para ampararlos y salvarlos. A todos nos
llama y nos alienta a esperar todo bien si acudimos a Ella. En Mí —dice—
está toda esperanza de vida y de virtud; venid a Mí todos. Comentando el
devoto Pelbarto este pasaje, dice que «llama a todos, así a los justos como a
los pecadores». «El demonio —como dice San Pedro— nos asedia en busca de
víctimas que devorar». «Pero esta divina Madre —dice Bernardino de Bustos—
va buscando a quien poder salvar».
María es Madre de misericordia, y su bondad y compasión son tales, que vela
solícita por salvarnos, bien así como una madre que no puede ver en peligro de
perderse a uno de sus hijos sin prestarle auxilio. «¿Y quién —pregunta San
Germán—, quién, después de vuestro Hijo Jesús, se interesa más que Vos por la
salvación del género humano?». A lo cual añade Sari Buenaventura que María «se
muestra tan solícita en socorrer a los miserables, que parece no tener más
ambición que socorrerlos».
Ciertamente socorre a los que acuden a Ella,
y es «tanta su benignidad — como dice el Iliota—, que a nadie rechaza». Pero no
se contenta con esto el misericordioso Corazón de María; se anticipa a nuestros
ruegos, como dice Ricardo de San Víctor, y antes que imploremos su ayuda ya nos
la tiene concedida. Y añade el mismo autor «que María está tan llena de
misericordia, que, apenas ve una miseria, luego la alivia, y no consiente su
Corazón ver una pena sin acudir presurosa con su ayuda». De esta suerte obraba
cuando vivía en este mundo, como lo manifestó en el hecho de las bodas de Cana
de Galilea; al entender que faltaba vino, no esperó a que se lo pidiesen, sino
que, compadecida de la vergüenza y aflicción de los esposos, rogó a su Hijo que
los consolara, diciéndole: No tienen vino. Al momento alcanzó
de su Hijo que milagrosamente convirtiese el agua en vino. «Por consiguiente
—concluye San Buenaventura—, si tan grande era la piedad de María para con los
afligidos mientras vivía en la tierra, ¿cuánto mayor no será ahora que está en
el cielo, donde conoce mejor nuestras miserias y más se compadece de ellas?». A
esto añade Novarino una muy atinarla reflexión: «Si María, sin ser rogada, se
mostró tan pronta y tan solícita, ¿cuánto más solícita, y pronta estará a
socorrer a quien la invoca?».
¡Ah!
No dejemos de acudir en todas nuestras necesidades a esta divina Madre, a la
cual, como dice Ricardo de San Lorenzo, hallarás siempre dispuesta a otorgar su
favor a quien se lo pida. Y Bernardino de Bustos añade: «Que más desea María
concedernos gracias que nosotros recibirlas»; y prosigue diciendo «que cuantas veces acudamos a Ella la hallaremos
siempre con las manos llenas de gracias y misericordias.»
Es
tan grande el deseo que tiene la Virgen Santísima de hacernos bien y salvarnos,
que San Buenaventura llega a decir «que pecan contra
Ella, no sólo los que la injurian positivamente, sino también los que no le
piden gracias». Y, por el contrario, afirma el Santo Doctor que el que acude a
María, se entiende siempre con voluntad de enmendarse, puede darse por salvo;
por esto la llama «salud de los que la invocan». Acudamos, pues, en todas
nuestras necesidades a esta divina Madre, y digámosle con San Buenaventura: En
Ti, Señora, esperé; jamás quedaré confundido. ¡Oh Señora y Madre de Dios,
María!, habiendo puesto en Vos mi esperanza, no me condenaré.
AFECTOS
Y PETICIONES
¡Oh María! Ved aquí a vuestros pies a un miserable esclavo del infierno que implora
vuestra piedad. Bien sé que no merezco gracia alguna; pero Vos sois la Madre de
la misericordia, y ésta se ejerce con los que no la merecen. Todos os llaman
esperanza y refugio de pecadores; sed, pues, mi refugio y la esperanza mía. Soy
una oveja perdida, pero para salvar a esta oveja perdida bajó del cielo a la
tierra el Verbo eterno y se hizo vuestro Hijo, y ahora quiere que acuda a Vos y
me ayudéis con vuestros ruegos.
«Santa María, Madre
de Dios, ruega por nosotros, pecadores.» ¡Oh gran Madre de Dios! Vos rogáis por
todos, rogad también a vuestro Hijo por mí. Decidle que soy devoto vuestro y
que Vos me protegéis; decidle que tengo en Vos puesta toda mi esperanza;
decidle que me perdone, pues me arrepiento de todas las injurias que le he
hecho; decidle, pues es misericordioso, que me dé la santa perseverancia;
decidle que me conceda la gracia de amarle siempre con todo mi corazón; decidle,
en fin, que Vos me queréis salvar, pues El hace cuanto le pedís.
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