viernes, 10 de abril de 2020

25.2. DEL JUICIO UNIVERSAL (Cont)


PUNTO SEGUNDO
Separación de los buenos y de los malos.

   Apenas hayan resucitado los muertos, dispondrán los ángeles que se reúnan todos en el valle de Josafat para ser juzgados (Jl., 3,14), y separarán allí a los justos de los 41 réprobos (Mt., 13, 49). Los primeros quedarán a la derecha; los condenados, a la izquierda... Profunda pena siente quien se ve separado de la sociedad o de la Iglesia. ¡ Cuánto mayor no será la de verse despedido de la compañía de los Santos! ¡Qué confusión tendrán los impíos cuando, apartados de los justos, se hallen abandonados!

   Dice San Juan Crisóstomo (In Mt., c. 24) que si los condenados no tuvieran otras penas, esa confusión bastaría para darles los tormentos del infierno. Habrá hijos separados de sus padres; esposos, de sus esposas; amos, de sus sirvientes... (Mt., 24, 40). Di, hermano mío, ¿en qué lugar crees que té hallarás entonces?... ¿Quieres estar a la derecha? Pues abandona el camino que a la izquierda conduce.

   Se tiene en este mundo por afortunados a los príncipes y a los ricos, y se desprecia a los Santos, a los pobres y humildes... ¡Oh fieles que amáis a Dios!, no os aflijáis al veros tan atribulados y vilipendiados en la tierra. «Vuestra tristeza se convertirá en gozo» (Jn., 16, 20).  Entonces verdaderamente seréis llamados venturosos, y os honrarán admitiéndoos en la corte de Cristo. ¡Con qué celestial hermosura resplandecerán un San Pedro de Alcántara, que fue injuriado como si hubiese sido apóstata; un San Juan de Dios, escarnecido como loco; un San Pedro Celestino, que, renunciando al Pontificado, murió en una cárcel! ¡Qué gloria alcanzarán tantos mártires que fueron despedazados por los verdugos! (1 Co., 4, 5). Y, al contrario, ¡qué horribles aparecerán un Herodes, un Pilatos, un Nerón y otros poderosos de la tierra, condenados para siempre!...

   ¡Oh amadores del mundo! Para el valle, para aquel valle os emplazo. Allí, sin duda, mudaréis de parecer; allí lloraréis vuestra locura. ¡ Infelices, que por representar un brevísimo papel en la escena del mundo representaréis luego el de réprobos en la tragedia del juicio universal!

   Los elegidos se hallarán a la derecha, y para mayor gloria —como dice el Apóstol (1 Ts., 4, 16)— serán levantados en el aire, sobre las nubes, y esperarán con los ángeles a Jesucristo, que ha de bajar del Cielo. Los réprobos, a la izquierda, y como reses destinadas al matadero, aguardarán a su Juez, que ha de hacer pública la condenación de todos sus enemigos.  De improviso, ábranse los Cielos y surgen los ángeles para asistir al juicio, llevando los signos de la Pasión de Cristo, dice Santo Tomás (Opc., 2, 244). Singularmente resplandecerá la santa cruz. Y entonces aparecerá en el Cielo la señal de la Pasión del Hijo del Hambre, y plañirán todas las tribus de la tierra (Mt., 24, 30).  «¡Oh, y cómo al ver la cruz —exclama Cornelio a Lápide— gemirán los pecadores que despreciaron su salvación eterna, tan cara al Hijos de Dios!» «Entonces —dice San Juan Crisóstomo— los clavos se quejarán de ti; las cicatrices contra ti hablarán; la cruz de Cristo clamará en contra tuya.» Asesores serán de este juicio los Santos Apóstoles y todos los que los imitaron, y con Jesucristo juzgarán a los pueblos (Hom., 20, in Mt.). Allí estará también la Reina de los ángeles y de los hombres, María Santísima. Y, en fin, se presentará el eterno Juez en luminoso trono de majestad.  «Y verán al Hijo del Hombre, que vendrá en las nubes del Cielo con gran poder y majestad» (Sb., 3, 7-8).  «A su presencia serán atormentados los pueblos» (Mt., 24, 30).

   La presencia de Cristo traerá a los elegidos inefable consuelo, y a los réprobos penas mayores que las del mismo infierno, dice San Jerónimo. «Dadme, Jesús mío —decía Santa Teresa—, dadme cualquier trabajo, pero no me mostréis vuestro rostro indignado en aquel día.» Y San Basilio dice: «Esta confusión excede a toda pena.» Acaecerá entonces lo predicho por San Juan (Ap., 6, 16): que los condenados pedirán a las montañas que caigan sobre ellos y los oculten a la vista del enojado Juez.

AFECTOS Y PETICIONES

   ¡Oh carísimo Redentor mío, Cordero de Dios, que vinisteis al mundo no para castigar, sino a perdonar los pecados, perdonadme, Señor, antes que llegue el día en que habéis de juzgarme. Veros entonces, Cordero sin mancilla, que con tanta paciencia me habéis sufrido, y perderos para siempre, sería el infierno de mi infierno. Perdonadme, pues, vuelvo a deciros; sacadme con vuestras manos piadosísimas de este abismo en que me hundieron mis pecados. Me arrepiento, ¡oh Sumo Bien!, de haberos ofendido tantas veces.

   Os amo, Juez mío, que tanto me habéis amado. Por los merecimientos de vuestra muerte, dadme tan alta gracia que me convierta de pecador en santo.  Prometisteis oír a quien os niegue, pues yo no os pido bienes terrenos, sino vuestra gracia y vuestro amor; nada más deseo. Oídme, Jesús mío, por el amor que me tuvisteis al morir por mí en la cruz. Reo soy, ¡oh Juez amadísimo!, pero un reo que os ama más que a sí propio...

   María, Madre nuestra, tened misericordia de mí ahora que aún hay tiempo de que me ayudéis. Jamás me habéis abandonado cuando yo huía de Dios y de Vos.  Socorredme ahora que resuelvo amaros y serviros siempre y no más ofender a mi Señor. ¡Oh María, Vos sois mi esperanza!

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