PUNTO SEGUNDO
Separación de los buenos y de
los malos.
Apenas hayan resucitado los
muertos, dispondrán los ángeles que se reúnan todos en el valle de Josafat para
ser juzgados (Jl., 3,14), y separarán allí a los justos de los 41 réprobos
(Mt., 13, 49). Los primeros quedarán a la derecha; los condenados, a la
izquierda... Profunda pena siente quien se ve separado de la sociedad o de la
Iglesia. ¡ Cuánto mayor no será la de verse despedido de la compañía de los
Santos! ¡Qué confusión tendrán los impíos cuando, apartados de los justos, se
hallen abandonados!
Dice San Juan Crisóstomo (In
Mt., c. 24) que si los condenados no tuvieran otras penas, esa confusión
bastaría para darles los tormentos del infierno. Habrá hijos separados de sus
padres; esposos, de sus esposas; amos, de sus sirvientes... (Mt., 24, 40). Di,
hermano mío, ¿en qué lugar crees que té hallarás entonces?... ¿Quieres estar a
la derecha? Pues abandona el camino que a la izquierda conduce.
Se tiene en este mundo por
afortunados a los príncipes y a los ricos, y se desprecia a los Santos, a los
pobres y humildes... ¡Oh fieles que amáis a Dios!, no os aflijáis al veros tan
atribulados y vilipendiados en la tierra. «Vuestra tristeza se convertirá en
gozo» (Jn., 16, 20). Entonces
verdaderamente seréis llamados venturosos, y os honrarán admitiéndoos en la
corte de Cristo. ¡Con qué celestial hermosura resplandecerán un San Pedro de
Alcántara, que fue injuriado como si hubiese sido apóstata; un San Juan de
Dios, escarnecido como loco; un San Pedro Celestino, que, renunciando al
Pontificado, murió en una cárcel! ¡Qué gloria alcanzarán tantos mártires que
fueron despedazados por los verdugos! (1 Co., 4, 5). Y, al contrario, ¡qué
horribles aparecerán un Herodes, un Pilatos, un Nerón y otros poderosos de la
tierra, condenados para siempre!...
¡Oh amadores del mundo! Para
el valle, para aquel valle os emplazo. Allí, sin duda, mudaréis de parecer;
allí lloraréis vuestra locura. ¡ Infelices, que por representar un brevísimo
papel en la escena del mundo representaréis luego el de réprobos en la tragedia
del juicio universal!
Los elegidos se hallarán a la
derecha, y para mayor gloria —como dice el Apóstol (1 Ts., 4, 16)— serán
levantados en el aire, sobre las nubes, y esperarán con los ángeles a
Jesucristo, que ha de bajar del Cielo. Los réprobos, a la izquierda, y como
reses destinadas al matadero, aguardarán a su Juez, que ha de hacer pública la
condenación de todos sus enemigos. De
improviso, ábranse los Cielos y surgen los ángeles para asistir al juicio,
llevando los signos de la Pasión de Cristo, dice Santo Tomás (Opc., 2, 244).
Singularmente resplandecerá la santa cruz. Y entonces aparecerá en el Cielo la
señal de la Pasión del Hijo del Hambre, y plañirán todas las tribus de la
tierra (Mt., 24, 30). «¡Oh, y cómo al
ver la cruz —exclama Cornelio a Lápide— gemirán los pecadores que despreciaron
su salvación eterna, tan cara al Hijos de Dios!» «Entonces —dice San Juan
Crisóstomo— los clavos se quejarán de ti; las cicatrices contra ti hablarán; la
cruz de Cristo clamará en contra tuya.» Asesores serán de este juicio los
Santos Apóstoles y todos los que los imitaron, y con Jesucristo juzgarán a los
pueblos (Hom., 20, in Mt.). Allí estará también la Reina de los ángeles y de
los hombres, María Santísima. Y, en fin, se presentará el eterno Juez en
luminoso trono de majestad. «Y verán al
Hijo del Hombre, que vendrá en las nubes del Cielo con gran poder y majestad»
(Sb., 3, 7-8). «A su presencia serán atormentados
los pueblos» (Mt., 24, 30).
La presencia de Cristo traerá
a los elegidos inefable consuelo, y a los réprobos penas mayores que las del
mismo infierno, dice San Jerónimo. «Dadme, Jesús mío —decía Santa Teresa—,
dadme cualquier trabajo, pero no me mostréis vuestro rostro indignado en aquel
día.» Y San Basilio dice: «Esta confusión excede a toda pena.» Acaecerá
entonces lo predicho por San Juan (Ap., 6, 16): que los condenados pedirán a
las montañas que caigan sobre ellos y los oculten a la vista del enojado Juez.
AFECTOS Y PETICIONES
¡Oh carísimo Redentor mío,
Cordero de Dios, que vinisteis al mundo no para castigar, sino a perdonar los
pecados, perdonadme, Señor, antes que llegue el día en que habéis de juzgarme.
Veros entonces, Cordero sin mancilla, que con tanta paciencia me habéis
sufrido, y perderos para siempre, sería el infierno de mi infierno. Perdonadme,
pues, vuelvo a deciros; sacadme con vuestras manos piadosísimas de este abismo
en que me hundieron mis pecados. Me arrepiento, ¡oh Sumo Bien!, de haberos
ofendido tantas veces.
Os amo, Juez mío, que tanto me
habéis amado. Por los merecimientos de vuestra muerte, dadme tan alta gracia
que me convierta de pecador en santo.
Prometisteis oír a quien os niegue, pues yo no os pido bienes terrenos,
sino vuestra gracia y vuestro amor; nada más deseo. Oídme, Jesús mío, por el
amor que me tuvisteis al morir por mí en la cruz. Reo soy, ¡oh Juez amadísimo!,
pero un reo que os ama más que a sí propio...
María, Madre nuestra, tened
misericordia de mí ahora que aún hay tiempo de que me ayudéis. Jamás me habéis
abandonado cuando yo huía de Dios y de Vos.
Socorredme ahora que resuelvo amaros y serviros siempre y no más ofender
a mi Señor. ¡Oh María, Vos sois mi esperanza!
No hay comentarios:
Publicar un comentario