viernes, 10 de abril de 2020

12.1. DE LA IMPORTANCIA DE LA SALVACIÓN

Rogamos autem vos fratres, ut 
                                             negotium vestrum agatis.
                                               Os rogamos, hermanos, que os
         cuidéis de vuestro negocio.
                                  I Thess,. IV, 10.

PUNTO PRIMERO
La salvación, el negocio más importante

   El negocio de la eterna salvación es, sin duda, entre todos el que más nos importa, y, sin embargo, entre los cristianos es el más descuidado. No hay diligencia que no se haga ni tiempo que no se aproveche para obtener un empleo, para ganar un pleito o para concertar un matrimonio. ¡Cuántos consejos se piden! ¡Qué de medidas se toman! No se come, apenas se duerme ; y para alcanzar la salvación eterna, ¿qué se hace? ¿Cómo se vive? No se hace nada; antes, por el contrario, se hace todo para ponerla en peligro. Y la mayor parte de los cristianos viven corno si la muerte, el juicio, el infierno, el paraíso y la eternidad no fueran verdades de fe, sino fábulas inventadas por los poetas. Si se pierde un proceso o se destruye una cosecha, ¡qué de angustias no se sienten y cuántos trabajos no se emplean para reparar el daño! Si se pierde un caballo, si se extravía un perro, ¿qué de diligencias no se hacen para dar con él? Se pierde la gracia de Dios, y se duerme, y se goza, y se ríe.

   ¡Cosa asombrosa! Todos se avergüenzan de pasar por negligentes en los negocios del mundo, y nadie se corre de ser descuidado en el negocio que más le importa: en el de la salvación. Estos mismos llaman sabios a los santos porque solamente se han preocupado de su salvación, y después ellos, engolfados en los negocios mundanos, no atienden al de su alma. «Mas vosotros — dice San Pablo—. vosotros, hermanos míos, atended solamente al gran negocio que traéis entre manos, al de vuestra salvación eterna, que entre todos es el que más importa.» Os rogamos, hermanos, que os cuidéis de vuestro negocio.

   Estemos bien persuadidos que la salvación eterna es para nosotros el negocio más importante, el negocio único, el negocio irreparable, si en él fallamos.

   Es, sin duda, el negocio más importante; porque es el que trae mayores consecuencias, pues se trata del alma, y, perdiéndose ésta, todo queda perdido.   Debemos tener en más estima a nuestra alma que a todos los bienes de la tierra. «Porque el alma —dice San Juan Crisóstomo— es más preciosa que todo el mundo». Para llegar a comprender esto, bástanos saber que el mismo Dios ha entregado a su propio Hijo a la muerte para salvar nuestra alma. Así amó Dios al mundo, que dio su unigénito Hijo. Y el Verbo Eterno no vaciló en comprarla con su misma sangre. A gran precio habéis sido comprados, dice San Pablo. A la verdad, ¿no parece que el hombre vale tanto como Dios ? «Sí —responde San Agustín—, tan grande don se ha dado por la redención del humano linaje, que parece que el hombre vale tanto como Dios», Por eso dijo Jesucristo: ¿Qué es lo que podrá dar el hombre en cambio de su alma? Si, pues, el alma vale tanto, si la pierde, ¿ con qué bien del mundo podrá el hombre compensar tan grande pérdida?

   Locos, y con razón, llamaba San Felipe Neri a los que no se cuidan de salvar su alma. Si hubiese en la tierra dos suertes de hombres: mortales unos y otros inmortales, y los primeros viesen a los segundos afanados por allegar bienes de la tierra, alcanzar honores, amontonar riquezas y gozar de los placeres de la tierra, seguramente les dirían: «Sois unos insensatos; podéis conquistar bienes eternos ¿y vais en pos de estas cosas viles y pasajeras? ¿Y por ellas os condenaréis vosotros mismos a tormentos eternos en la otra vida? Dejad, dejad estos bienes del mundo para gentes desventuradas, como nosotros, que nada tenemos que esperar más allá de la tumba.» Pero no, que todos somos inmortales. ¿Cómo habrá, sin embargo, tantos hombres que por los miserables placeres de esta vida pierdan su alma? ¿Cómo puede haber cristianos que creen en el juicio, en el infierno, en la eternidad, y luego viven sin temor ? «¿Cuál es la causa —pregunta Salviano— que creyendo el cristiano en las cosas futuras no las tema?»

AFECTOS Y PETICIONES

   ¡Ah Dios mío!, ¿en qué he empleado tantos años de vida que Vos me habéis dado para procurar mi eterna salvación? Vos, Redentor mío, habéis comprado mi alma con vuestra sangre y luego me la habéis dado para que la emplease en salvarla, y yo he trabajado por perderla, ofendiéndoos a Vos, que tanto me habéis amado. Gracias os doy, Señor, porque todavía me dais tiempo para remediar el gran mal que he hecho. He perdido mi alma y vuestra divina gracia. Duélome, Señor, de ello y lo detesto con todo mi corazón. Perdonadme, que en adelante estoy resuelto a perderlo todo, aun la misma vida, antes que perder vuestra amistad. Os amo sobre todo bien y propongo amaros siempre, ¡oh Sumo Bien, digno do infinito arnor! ¡Ayudadme, Jesús mío, a fin de que esta mi resolución no sea semejante a mis pasados propósitos, que no fueron más que otras tantas traiciones! ¡Quitadme la vida antes que vuelva a ofenderos de nuevo y a dejar de amaros! 

¡Oh María, esperanza mía, salvadme, obteniéndome la santa perseverancia!

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