Filius enutrivi et exaltavi; ipsi
autem spreverunt me.
He criado hijos y los he
engrandecido,
y ellos me
han menospreciado.
Is., i,
2.
PUNTO PRIMERO
El pecado es un ultraje hecho a
Dios.
¿Qué
hace quien comete un pecado mortal?... injuria a Dios, le deshonra y, en cuanto
está de su parte, le colma de amargura. Primeramente, el pecado mortal es una
ofensa grave que se hace a Dios. La malicia de una ofensa, como dice Santo Tomás,
se aprecia atendiendo a la persona que la recibe y a la persona que la hace.
una ofensa hecha a un simple particular es, sin duda, un mal; pero es mayor
delito si se le hace a una persona de alta dignidad, y mucho más grave si se
dirige al rey...
¿Y
quién es Dios? es el rey de los reyes (Ap., 17, 14). Dios es la majestad
infinita, respecto de la cual todos los príncipes de la tierra y todos los
santos y ángeles del cielo son menores que un grano de arena (Is., 40, 15). Ante
la
grandeza de Dios, todas las criaturas son
como si no fuesen (Is., 40, 17). Este es Dios...
Y el hombre, ¿qué es?... responde San
Bernardo: «Saco de gusanos, alimento de gusanos que presto le han de devorar». El
hombre es un miserable, que nada puede; un ciego, que no sabe ver nada; pobre y
desnudo, que nada tiene (Ap., 3, 17). ¿Y este mísero gusanillo se atreve a
injuriar a Dios? —dice el mismo San Bernardo—. con razón, pues, afirma el
angélico doctor (p. 3, q. 2, a. 2) que el pecado del hombre contiene una
malicia casi infinita a causa de la infinita majestad de Dios. Por eso, San Agustín
llama, absolutamente, al pecado un mal infinito; de suerte que, aunque todos
los hombres y los ángeles se ofrecieran a morir, y aun a aniquilarse, no podrían
satisfacer por un solo pecado. Dios castiga el pecado mortal con las terribles
penas del infierno; pero, con todo, ese castigo es, como dicen todos los
teólogos, citra condignum, o sea, menor que la pena con que tal pecado debiera
castigarse.
Y,
en verdad, ¿qué pena bastará para castigar como merece a un gusano que se
rebela contra su señor? Sólo Dios es señor de todo, porque es creador de todas
las cosas (Es., 13, 9). Por eso, todas las criaturas le obedecen. «Obedécenle
los vientos y los mares» (mt., 8, 27). el fuego, el granizo, la nieve y el
hielo... ejecutan sus órdenes (sal. 148, 8). Mas el hombre, al pecar, ¿qué hace
sino decir a dios: señor, no quiero servirte? El Señor le dice: «No te
vengues», y el hombre responde: «Quiero vengarme.» «No tomes los bienes del
prójimo», y desea apoderarse de ellos. «Abstente del placer impuro», y no se
resuelve a privarse de él. El pecador dice a Dios lo que decía el impío faraón
cuando Moisés le intimó la orden divina de que diese libertad al pueblo de Israel...
aquel temerario respondió: ¿quién es el Señor para que yo obedezca su voz?... «No
conozco al Señor» (Ex., 5, 2). pues lo mismo dice el pecador: Señor, no te
conozco; hacer quiero lo que me plazca. En suma: ante Dios mismo le pierde el
respeto y se aparta de él, que esto es propiamente el pecado mortal: la acción
con que el hombre se aleja de Dios. De esto se lamenta el Señor, diciendo:
ingrato fuiste, «tú me has abandonado»; yo jamás me hubiera apartado de ti; «tú
te has vuelto atrás». Dios declaró que aborrecía el pecado; de suerte que no puede
menos de aborrecer al que lo comete (Sb., 14, 9). y el hombre, al pecar, se
atreve a declararse enemigo de Dios y a combatir frente a frente contra él.
¿Qué dirías si vieses a una hormiga que
quisiera pelear con un soldado?... Dios
es aquel omnipotente señor que con sólo querer sacó de la nada el cielo y la
tierra (2 Mac., 7, 28). y si quisiera, a una señal suya, podría aniquilarlo
todo. El pecador, cuando consiente en el pecado, levanta la mano contra Dios, y
«con erguido cuello», es decir, con soberbia, corre a ofender a Dios; ármase de
gruesa cerviz (jb., 15, 25) (símbolo de ignorancia), y exclama: «¿qué gran mal
es el pecado que hice?... Dios es bueno y perdona a los pecadores...» ¡qué
injuria!, ¡qué temeridad!, ¡qué ceguedad tan grande! S. Tom., p. 1, q. 24, a.4.
AFECTOS Y PETICIONES
¡Heme aquí, Dios mío! a vuestros pies está
el rebelde temerario que tantas veces en vuestra presencia se atrevió a
perderos el respeto y a huir de vos; pero ahora imploro vuestra piedad. Vos, Señor,
dijisteis: clama a mí y te oiré. Reconozco que el infierno es poco castigo para
mí; mas sabed, Señor, que tengo mayor dolor de haberos ofendido, ¡oh Bondad
infinita!, que si hubiese perdido todos mis bienes y aun la misma vida. Perdonadme,
Señor, y no permitáis que vuelva a ofenderos.
Me habéis esperado, a fin de que os amase y bendijese para siempre
vuestra misericordia. Yo os amo y bendigo, y espero que por los merecimientos
de mi Señor Jesucristo jamás abandonaré vuestro amor. Este amor vuestro me
libró del infierno. Él me librará del pecado en lo por venir. Gracias mil os doy por estas luces y por el
deseo que me dais de amaros siempre. tomad, pues, posesión de todo mi ser,
alma, cuerpo, potencias, sentidos, voluntad y libertad. Tuyo soy, sálvame
(sal., 118, 94). Vos, que sois el único bien, lo único amable, sed mi amor. Dadme
fervor vivísimo para amaros, pues ya que tanto os ofendí, no me puede bastar el
vulgar amor, sino que deseo amaros mucho para reparar las ofensas que os hice. De
Vos, que sois omnipotente, espero alcanzarlo...
También, ¡oh María!, lo espero
de vuestras oraciones, que son omnipotentes para con Dios.
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