viernes, 10 de abril de 2020

18.2. DEL NÚMERO DE LOS PECADOS (Cont)


PUNTO SEGUNDO
Dios perdona a unos más pecados que a otros.

   Dirá tal vez el pecador que Dios es Dios de misericordia... ¿Quién lo niega?... La misericordia del Señor es infinita; mas a pesar de ella, ¿cuántas almas se condenan cada día? Dios cura al que tiene buena voluntad (Is., 61, 1). Perdona los pecados, mas no puede perdonar la voluntad de pecar... 

   Replicará el pecador que aún es harto joven... ¿Eres joven?... Dios no cuenta los años, cuenta las culpas. Y esta medida de pecados no es igual para todos. a uno perdona Dios cien pecados; a otro, mil; otro, al segundo pecado se verá en el infierno. ¡Y a cuántos condenó en el primer pecado! Refiere San Gregorio que un niño de cinco años, por haber dicho una blasfemia, fue enviado al infierno. y según la Virgen Santísima reveló a la Bienaventurada Benedicta de Florencia, una niña de doce años por su primer pecado fue condenada. Otro niño de ocho años de edad también en el primer pecado murió y se condenó.

   En el Evangelio de San Mateo (21, 19) leemos que el Señor, la vez primera que halló a la higuera sin fruto, la maldijo, y el árbol quedó seco. En otro lugar dijo el Señor (Am., 1, 3): «Por tres maldades de Damasco, y por la cuarta no la convertiré» (no revocaré los castigos que le tengo decretados). Algún temerario querrá quizá pedir cuenta de por qué Dios perdona a tal pecador tres culpas y no cuatro. Aquí es preciso adorar a los inefables juicios de Dios y decir con el Apóstol (Ro., 11, 33): «¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y ciencia de Dios! ¡Cuan incomprensibles son sus juicios e inescrutables sus caminos!» Y con San Agustín: «Él sabe a quién ha de perdonar y a quién no. A los que se concede misericordia, gratuitamente se les concede, y a los que se les niega, con justicia les es negada.»

   Replicará el alma obstinada que, como tantas veces ha ofendido a Dios, y Dios la ha perdonado, espera que aún le perdonará un nuevo pecado... Mas porque Dios no la ha castigado hasta ahora, ¿ha de proceder siempre así? Se llenará la medida y vendrá el castigo. Cuando Sansón continuaba enamorado de Dalila, esperaba librarse de los filisteos, como ya le había una vez acaecido (Judc., 16); pero en aquella última ocasión fue preso y perdió la vida. «No digas —exclamaba el Señor (Ecl., 5, 4)— pequé, ¿y qué adversidad me ha sobrevenido?... porque el Altísimo, aunque sufrido, da lo que merecemos»; o lo que es lo mismo: que llegará un día en que todo lo pagaremos, y cuanto mayor hubiera sido la misericordia, tanto más grave será la pena. Dice San Juan Crisóstomo que más de temer es el que Dios sufra obstinado, que el pronto e inmediato castigo. Porque, como escribe San Gregorio, todos aquellos a quienes Dios espera con más paciencia, son después, si perseveran en su ingratitud más rigurosamente castigados; y a menudo acontece, añade el Santo, que los que fueron mucho tiempo tolerados por Dios, mueren de repente sin tiempo de convertirse. Especialmente, cuanto mayores sean las luces que Dios te haya dado, tanto mayores serán tu ceguera y obstinación en el pecado, si no hicieres a tiempo penitencia. «Porque mejor les era —dice San Pedro (Ptr., 2, 21)— no haber conocido el camino de la justicia, que después del conocimiento volver las espaldas». Y San Pablo dice (He., 6, 4) que es (moralmente) imposible que un alma ilustrada con celestes luces si reincide en pecar, se convierta de nuevo.  Terribles son las palabras del Señor contra los que no quieren oír su llamamiento: «Porque os llamé y dijisteis que no... Yo también me reiré en vuestra muerte y os escarneceré» (Pr., 1, 24-26). Nótese que las palabras Yo también significan que, así como el pecador se ha burlado de Dios confesándose, formando propósitos y no cumpliéndolos nunca, así el Señor se burlará de él en la hora de la muerte. El sabio dice además (Pr., 26, 11): «Como perro que vuelve a su vómito, así el imprudente que repite su necedad.» Dionisio el cartujo desenvuelve este pensamiento, y dice que tan abominable y asqueroso como el perro que devora lo que arrojó de si, se hace odioso a Dios el pecador que vuelve a cometer los pecados de que se arrepintió en el sacramento de la penitencia.

AFECTOS Y PETICIONES

   Heme aquí, Señor, a vuestras plantas. Yo soy como el perro sucio y asqueroso, pues tantas veces volví a deleitarme con lo que antes había aborrecido. No merezco perdón. Redentor mío. Pero la sangre preciosa que por mí derramasteis me alienta y aun obliga a esperarle... ¡Cuántas veces os ofendí, y Vos me perdonasteis! prometí no volver a ofenderos, y a poco de nuevo recaí, ¡y Vos otra vez me concedisteis perdón! ¿Qué espero, pues? ¿Que me enviéis al infierno, o que me abandonéis a mis pecados, castigo mayor que el mismo infierno?

   No, Dios mío; quiero enmendarme, y para seros fiel pongo en Vos toda mi esperanza y resuelvo acudir en seguida y siempre a Vos cuando me viere combatido de tentaciones. En lo pasado fiéme de mis promesas y propósitos, y olvidé el encomendarme a Vos en la tentación. eso fue mi ruina. Mas de hoy en adelante Vos seréis mi esperanza, mi fortaleza, y así lo podré todo (Fil., 4, 13). Dadme, pues, ¡oh Jesús mío!, por vuestros méritos, la gracia de encomendarme siempre a Vos, y de pedir vuestro auxilio en todas mis necesidades. Os amo, ¡oh Bien Sumo!, amable sobre todos los bienes, y sólo a Vos amaré si Vos me ayudáis en ello.

   Y Vos también, ¡oh María, Madre nuestra!, auxiliadme con vuestra intercesión; amparadme bajo vuestro manto, haced que os invoque siempre en la tentación, y vuestro nombre dulcísimo será mi defensa.

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