PUNTO SEGUNDO
Dios perdona a unos más pecados
que a otros.
Dirá tal vez el pecador que Dios es Dios de
misericordia... ¿Quién lo niega?... La misericordia del Señor es infinita; mas a
pesar de ella, ¿cuántas almas se condenan cada día? Dios cura al que tiene
buena voluntad (Is., 61, 1). Perdona los pecados, mas no puede perdonar la
voluntad de pecar...
Replicará el pecador que aún es harto
joven... ¿Eres joven?... Dios no cuenta los años, cuenta las culpas. Y esta
medida de pecados no es igual para todos. a uno perdona Dios cien pecados; a
otro, mil; otro, al segundo pecado se verá en el infierno. ¡Y a cuántos condenó
en el primer pecado! Refiere San Gregorio que un niño de cinco años, por haber
dicho una blasfemia, fue enviado al infierno. y según la Virgen Santísima
reveló a la Bienaventurada Benedicta de Florencia, una niña de doce años por su
primer pecado fue condenada. Otro niño de ocho años de edad también en el
primer pecado murió y se condenó.
En el Evangelio de San Mateo (21, 19) leemos
que el Señor, la vez primera que halló a la higuera sin fruto, la maldijo, y el
árbol quedó seco. En otro lugar dijo el Señor (Am., 1, 3): «Por tres maldades
de Damasco, y por la cuarta no la convertiré» (no revocaré los castigos que le
tengo decretados). Algún temerario querrá quizá pedir cuenta de por qué Dios
perdona a tal pecador tres culpas y no cuatro. Aquí es preciso adorar a los
inefables juicios de Dios y decir con el Apóstol (Ro., 11, 33): «¡Oh
profundidad de las riquezas de la sabiduría y ciencia de Dios! ¡Cuan
incomprensibles son sus juicios e inescrutables sus caminos!» Y con San Agustín:
«Él sabe a quién ha de perdonar y a quién no. A los que se concede
misericordia, gratuitamente se les concede, y a los que se les niega, con
justicia les es negada.»
Replicará el alma obstinada que, como tantas
veces ha ofendido a Dios, y Dios la ha perdonado, espera que aún le perdonará
un nuevo pecado... Mas porque Dios no la ha castigado hasta ahora, ¿ha de
proceder siempre así? Se llenará la medida y vendrá el castigo. Cuando Sansón
continuaba enamorado de Dalila, esperaba librarse de los filisteos, como ya le
había una vez acaecido (Judc., 16); pero en
aquella última ocasión fue preso y perdió la vida. «No digas —exclamaba el Señor
(Ecl., 5, 4)— pequé, ¿y qué adversidad me ha sobrevenido?... porque el Altísimo,
aunque sufrido, da lo que merecemos»; o lo que es lo mismo: que
llegará un día en que todo lo pagaremos, y cuanto mayor hubiera sido la
misericordia, tanto más grave será la pena. Dice San Juan Crisóstomo que más de
temer es el que Dios sufra obstinado, que el pronto e inmediato castigo. Porque,
como escribe San Gregorio, todos aquellos a quienes Dios espera con más
paciencia, son después, si perseveran en su ingratitud más rigurosamente castigados;
y a menudo acontece, añade el Santo, que los que fueron mucho tiempo tolerados
por Dios, mueren de repente sin tiempo de convertirse. Especialmente, cuanto
mayores sean las luces que Dios te haya dado, tanto mayores serán tu ceguera y
obstinación en el pecado, si no hicieres a
tiempo penitencia. «Porque mejor les era —dice San Pedro (Ptr., 2, 21)— no
haber conocido el camino de la justicia, que después del conocimiento volver las
espaldas». Y San Pablo dice (He., 6, 4) que es (moralmente) imposible que un
alma ilustrada con celestes luces si reincide en pecar, se convierta de
nuevo. Terribles son las palabras del Señor
contra los que no quieren oír su llamamiento: «Porque os llamé y dijisteis que
no... Yo también me reiré en vuestra muerte y os escarneceré» (Pr., 1, 24-26).
Nótese que las palabras Yo también significan que, así como el pecador se ha
burlado de Dios confesándose, formando propósitos y no cumpliéndolos nunca, así
el Señor se burlará de él en la hora de la muerte. El sabio dice además (Pr.,
26, 11): «Como perro que vuelve a su vómito, así el imprudente que repite su
necedad.» Dionisio el cartujo desenvuelve este pensamiento, y dice que tan abominable
y asqueroso como el perro que devora lo que arrojó de si, se hace odioso a Dios
el pecador que vuelve a cometer los pecados de que se arrepintió en el
sacramento de la penitencia.
AFECTOS Y PETICIONES
Heme
aquí, Señor, a vuestras plantas. Yo soy como el perro sucio y asqueroso, pues
tantas veces volví a deleitarme con lo que antes había aborrecido. No merezco
perdón. Redentor mío. Pero la sangre preciosa que por mí derramasteis me
alienta y aun obliga a esperarle... ¡Cuántas veces os ofendí, y Vos me
perdonasteis! prometí no volver a ofenderos, y a poco de nuevo recaí, ¡y Vos
otra vez me concedisteis perdón! ¿Qué espero, pues? ¿Que me enviéis al
infierno, o que me abandonéis a mis pecados, castigo mayor que el mismo
infierno?
No,
Dios mío; quiero enmendarme, y para seros fiel pongo en Vos toda mi esperanza y
resuelvo acudir en seguida y siempre a Vos cuando me viere combatido de
tentaciones. En lo pasado fiéme de mis promesas y propósitos, y olvidé el encomendarme
a Vos en la tentación. eso fue mi ruina. Mas de hoy en adelante Vos seréis mi
esperanza, mi fortaleza, y así lo podré todo (Fil., 4, 13). Dadme, pues, ¡oh Jesús
mío!, por vuestros méritos, la gracia de encomendarme siempre a Vos, y de pedir
vuestro auxilio en todas mis necesidades. Os amo, ¡oh Bien Sumo!, amable sobre
todos los bienes, y sólo a Vos amaré si Vos me ayudáis en ello.
Y Vos también, ¡oh María, Madre
nuestra!, auxiliadme con vuestra intercesión; amparadme bajo vuestro manto,
haced que os invoque siempre en la tentación, y vuestro nombre dulcísimo será
mi defensa.
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