viernes, 10 de abril de 2020

12.2. DE LA IMPORTANCIA DE LA SALVACIÓN (Cont)


PUNTO SEGUNDO
La salvación, nuestro único negocio

   El negocio de nuestra eterna salvación no sólo es el más importante, sino el único que debe preocuparnos en esta vida. Una sola cosa es necesaria, dice Jesucristo. Lamenta San Bernardo la locura de los cristianos, «que a los juegos de los niños llaman bagatelas, y a las bagatelas de las personas graves dan el nombre de importantes negocios», siendo así que estos grandes negocios no son más que grandes bagatelas. Porque ¿de qué sirve al hombre —dice Jesucristo— el ganar todo el mundo si pierde su alma?. Si logras salvarte, hermano mío, ¿qué importa que en este mundo hayas vivido pobre, afligido y menospreciado? Salvándote, se acabarán para ti los males y serás feliz por toda la eternidad. Pero si te pierdes y te condenas. ¿de qué te servirá en el infierno haber gozado de todos los bienes de la tierra, haber nadado en riquezas y haber sido colmado de honores? Perdida el alma, perdidos son los placeres, y los honores, y las riquezas: perdido es todo.

   ¿Qué tendrás que responder cuando Dios te llame a juicio ? Si el rey enviase un embajador a tratar en una ciudad negocios de capital interés, y, en vez de atender al negocio que le ha sido encomendado, gastase el tiempo en banquetes, comedias y diversiones, y con esto el negocio fracasara, ¿ qué cuenta no tendría que dar al rey a la vuelta? Pero, ¡gran Dios!, ¿ qué cuenta más rigurosa tendrá que dar al Señor en el día del juicio el que puesto en este mundo, no para divertirse, no para hacerse rico, no para conquistar honores, sino para salvar su alma, a todo atendió menos a salvarla? La desgracia de los mundanos es que piensan mucho en lo presente y nada en la vida futura. Hablando cierto día en Roma San Felipe Neri con un joven llamado Francisco Zazzera, de mucho talento y muy dado a cosas del mundo, le dijo: «Tú, hijo mío, allegarás grandes riquezas, serás abogado de mucha cuenta, llegarás después a prelado, tal vez a cardenal, bien pudiera ser que a Papa. ¿Y después? ¿Y después? Anda, hijo mío —añadió despidiéndole—, piensa en estas últimas palabras.» De vuelta Francisco a su casa fue meditando y saboreando aquel ¿y después?, ¿y después ? De allí a poco abandonó sus risueñas esperanzas, dio un adiós al mundo y entró en la Congregación de San Felipe, para no ocuparse más que en las cosas de Dios.

    La salvación, pues, es el único negocio, porque sólo tenemos un alma. Pidióle cierto príncipe a Benedicto XII una gracia que no podía otorgarle sin grave ofensa de Dios. El Papa respondió al embajador del príncipe con estas palabras: «Decid al rey, vuestro señor, que, si yo tuviera dos almas, podría perder una por él y reservarme otra para mí; pero comoquiera que no tengo más que una sola, no puedo ni quiero perderla». Decía San Francisco Javier que en el mundo no hay más que un solo bien y un solo mal: el único bien, salvarse; el único mal, condenarse. Esto mismo decía Santa Teresa a sus religiosas: «Hermanas mías, una alma y una eternidad». Queriendo con esto decirles: tenemos una alma; perdida ésta, todo está perdido por una eternidad; perdida el alma una sola vez, está perdida para siempre. Por eso rogaba David al Señor y le decía: Una sola cosa he pedido al Señor, ésta solicitaré, y es que yo pueda vivir en la casa del Señor. ¡Señor, una sola cosa os pido: salvad mi alma, y nada más!

   Trabajad con temor y temblor en la obra de vuestra salvación. Quien no teme perderse y no tiembla por su salvación no se salvará; de aquí resulta que, para salvarse, es menester trabajar y hacerse violencia. El reino de los cielos, —dice Jesucristo— se alcanza a viva fuerza y los que se la hacen son los que lo arrebatan). Para conseguir la salvación es necesario que en la hora de la muerte nuestra vida sea semejante a la de Jesucristo; porque, como dice San Pablo: Dios los predestinó para que se hiciesen conformes a la imagen de su Hujo. Y por esto debemos, por una parte, esforzarnos por huir las ocasiones de pecar, y, por otra, debemos poner en práctica los medios necesarios para conseguir la salvación eterna. «No, no se dará de los cielos a los perezosos —dice San Bernardo—, sino a los que han trabajado dignamente en el servicio de Dios. Todos quieren salvarse, pero si ningún trabajo. «¡ Cómo es que el demonio —dice San Agustín— se fatiga tanto para demos y no duerme, y tú, tratándose de tu porvenir eternamente feliz o eternamente desgraciado, vives tan negligente? Velan los enemigos, ¿y tú duermes?».

AFECTOS Y PETICIONES

   Gracias os doy, Dios mío, porque, debiendo estar en el infierno por los pecados que tantas veces cometí, permitís que ahora me halle aquí en vuestra divina presencia. Pero ¿de qué me serviría la vida que me conserváis si prosiguiese viviendo en desgracia vuestra? En adelante no será así. Os he menospreciado y os he perdido a Vos, Sumo Bien mío; pero duélome ya de todo corazón. ¡Ojalá hubiera muerto antes mil veces! Os he perdido; mas vuestro Profeta me asegura que sois todo bondad y os hacéis encontradizo con el alma que os busca. Bueno es el Señor tara el alma que va en su busca. Si en mi vida pasada he andado lejos de Vos, ¡oh Rey de mi corazón!, ahora os busco y no quiero hallar más que a Vos. Os amo con todos los afectos de mi corazón. Recibidme y no os desdeñéis de dejaros amar de un corazón que tantas veces os ha menospreciado. Enséñame a hacer tu voluntad. Decidme qué es lo que debo hacer para complaceros, que dispuesto estoy a hacer cuanto entienda ser vuestra voluntad. Salvad, Jesús mío, esta mi alma, por la cual habéis dado toda vuestra sangre y vuestra vida, y el salvarme sea darme la gracia de amaros en esta vida y por toda la eternidad. Así lo espero por vuestros méritos.

   También lo espero por vuestra intercesión, ¡ oh María!

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