viernes, 10 de abril de 2020

35.3. DE LA AMOROSA PRESENCIA DE JESUCRISTO EN EL SANTÍSIMO SACRAMENTO (Cont)


PUNTO TERCERO
Jesucristo permanece en el Santísimo
Sacramento para otorgarnos sus gracias.

   Si Jesucristo da a todos audiencia en el Santísimo Sacramento es para repartir a todos sus gracias y favores. Dice San Agustín «que más desea el Señor dispensarnos sus gracias que nosotros recibirlas». La razón es porque Dios es Bondad infinita, y la bondad es por naturaleza comunicativa; y por eso el Señor desea comunicar a todos sus bienes. Y cuando las almas no van a pedirle gracias se lamenta de ello y dice : «¿Por ventura he sido Yo para Israel algún desierto o tierra sombría que tarda en fructificar ? ¿ Pues por qué motivo ha dicho mi pueblo: «Nosotros nos retiramos, no volveremos jamás a Ti?». «¿Por qué —dice el Señor— rehúsas acercarte a Mí? Pues qué, cuando me habéis pedido gracias, ¿he sido tardo en dároslas como tierra estéril y perezosa en dar frutos?» Vio San Juan al Señor con los pechos cargados de leche, esto es, de misericordia, y ceñidos con faja de oro, que quiere decir de amor divino, por el ansia amorosa que le consume de dispensarnos sus gracias. Jesucristo está siempre dispuesto a concedernos mercedes; «pero donde con más abundancia nos las otorga —dice el Discípulo amado— es en el Santísimo Sacramento», Y el Beato Enrique Suso decía que el Señor escucha en el Sacramento nuestras plegarias con especial complacencia.

   Así como una madre que tiene el pecho rebosando leche va buscando niños a quienes amamantar para que le descarguen de aquel peso, así también Jesucristo, desde este Sacramento de amor, llama a todos y les dice: «A mis pechos seréis llevados... ; como una madre acaricia a su hijo, así Yo os consolaré». El P. Baltasar Alvarez vio cierto día a Jesús en el Santísimo Sacramento con las manos llenas de gracias para distribuirlas entre los hombres; pero no halló quien las quisiera(12).

   ¡Dichosa el alma que está al pie del altar pidiendo gracias a Jesucristo! La condesa de Feria (13), monja después de Santa Clara, estaba siempre que podía en presencia del Santísimo Sacramento, que por eso fue llamada la esposa de Jesús Sacramentado; allí recibía continuos tesoros de gracias. Como le preguntasen un día qué hacía en tantas horas como pasaba ante la presencia de este adorable misterio, respondió: «De buena gana me estaría yo allí por toda la eternidad. ¿Qué se hace, preguntan, delante de Jesús Sacramentado ? ¿Y qué bien deja de hacerse ? ¿Qué hace un pobre en presencia de un rico? ¿Qué un enfermo ante el médico? ¿Qué se hace? Amar, alabar, agradecer, pedir.» ¡Ah! Sírvannos estas últimas palabras para estar con fruto delante del Santísimo Sacramento.

   Lamentóse Jesucristo de nuestra ingratitud con la B. Margarita María Alaco-que(14) por la frialdad y menosprecio con que tratamos este Sacramento de amor, y le hizo ver su Sacratísimo Corazón en un trono de llamas, rodeado de espinas y coronado por una cruz, dándole con esto a entender el amor inmenso con que vive y mora en nuestros altares, y después le dijo: «He aquí este Corazón que tanto ha amado a los hombres y que nada ha perdonado hasta agotarse y consumirse para darles muestras de amor, y en recompensa no recibe de la mayor parte más que injurias y menosprecios en este Sacramento de amor. Pero lo que más me contrista es que así me traten corazones que me están consagrados.»

   ¡Ah! Los hombres no van a conversar con Jesucristo porque no le aman. Pasan horas enteras conversando con un amigo; pero cuando se trata de hablar con Jesucristo, aunque no sea más que por espacio de media hora, sienten una angustia mortal. «Mas ¿ por qué Jesucristo —dirá alguno— no me concede su santo amor?» «¿Por qué? —te responderé yo—. Si no destierras de tu corazón los afectos terrenos, ¿cómo quieres que entre en él el amor divino?» Si pudieras decir verdaderamente y de todo corazón lo que decía San Felipe Neri al recibir la visita de Jesús Sacramentado: «¡He aquí el amor mío, he aquí el amor mío! », no sentirías fastidio y cansancio en pasar horas, y días enteros delante del Sacramento del altar.

   Al alma enamorada de Dios, momentos le parecen las horas que pasa en presencia del tabernáculo. Todo el día lo pasaba San Francisco Javier trabajando por la salvación de las almas; y por la noche, ¿cuál era su descanso ? El conversar con Jesús Sacramentado. San Juan francisco Regís, gran apóstol de Francia, después de haber gastado todo el día en confesar y predicar, se iba a pasar la noche en la iglesia; y cuando la encontraba cerrada, se arrodillaba a la puerta, expuesto al frío o al viento, para hcer compañía, a lo menos desde lejos, a su amado Señor. San Luis Gonzaga no tenía más placer que estarse siempre delante del Santísimo Sacramento; mas como los Superiores le habían prohibido permanecer allí mucho rato, era de ver la lucha interior que sostenía cada vez que pasaba delante del altar, porque Jesucristo le atraía con las dulces cadenas de su amor, y por otra parte la obediencia le obligaba a retirarse, «Señor, Señor —decía entonces el santo joven con el acento del más tierno amor, dejadme, dejadme ir, que así lo quiere la obediencia.»

   Pero si tú, hermano mío, no sientes inflamado tu corazón en el amor de Jesucristo, procura a lo menos visitarle todos los días, y a buen seguro que El inflamará tu corazón. «Si te sientes frío —decía Santa Catalina de Sena—, acércate al fuego». Feliz serás si Jesucristo te otorga la gran merced de inflamarte en su santo amor. Entonces ya no amarás, ¡qué digo!, entonces despreciarás todas las cosas do la tierra. «Cuando hay fuego en casa —dice San Francisco de Sales—, se arrojan todos los muebles por la ventana».

AFECTOS Y PETICIONES

   ¡Oh Jesús mío! Daos a conocer, haceos amar. Sois tan amable, que habéis agotado todos los medios para haceros amar de los hombres, y, sin embargo, ¿cómo son tan pocos los que os aman? Yo, Señor, he tenido la desgracia de contarme entre estos ingratos. Con las criaturas, si me han hecho algún don o favor, he sido muy agradecido; sólo con Vos, que os habéis dado todo a mí, he sido ingrato, llegando hasta injuriaros gravemente y ultrajaros con mis pecados. Ahora veo que, en vez de abandonarme, seguís intimándome el amoroso precepto de amaros. «Amarás al Señor, tu Dios, de todo corazón.» Ya que hasta de un ingrato queréis ser amado, os quiero amar. Me pedís mi amor, y yo, favorecido por vuestra gracia, sólo deseo amaros. Os amo, amor mío y mi todo. Por la sangre preciosa que por mí habéis derramado, ayudadme a amaros. Amantísimo Redentor mío, en esta vuestra sangre pongo toda mi esperanza, y también en la intercesión de vuestra Santísima Madre, ya que habéis dispuesto que nuestra salvación dependa también de sus plegarias.

   ¡Oh María, Madre mía! Rogad a Jesús por mí; Vos inflamáis en amor divino a todos los que os aman, inflamad también el mío, que tanto os ama.

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