PUNTO TERCERO
Jesucristo permanece en el Santísimo
Sacramento para otorgarnos sus gracias.
Si Jesucristo da a todos audiencia en el
Santísimo Sacramento es para repartir a todos sus gracias y favores. Dice San
Agustín «que más desea el Señor dispensarnos sus gracias que nosotros
recibirlas». La razón es porque Dios es Bondad infinita, y la bondad es por
naturaleza comunicativa; y por eso el Señor desea comunicar a todos sus bienes.
Y cuando las almas no van a pedirle gracias se lamenta de ello y dice : «¿Por
ventura he sido Yo para Israel algún desierto o tierra sombría que tarda en
fructificar ? ¿ Pues por qué motivo ha dicho mi pueblo: «Nosotros nos
retiramos, no volveremos jamás a Ti?». «¿Por qué —dice el Señor— rehúsas
acercarte a Mí? Pues qué, cuando me habéis pedido gracias, ¿he sido tardo en
dároslas como tierra estéril y perezosa en dar frutos?» Vio San Juan al Señor
con los pechos cargados de leche, esto es, de misericordia, y ceñidos con
faja de oro, que quiere decir de amor divino, por el ansia amorosa que le
consume de dispensarnos sus gracias. Jesucristo está siempre dispuesto a
concedernos mercedes; «pero donde con más abundancia nos las otorga —dice el
Discípulo amado— es en el Santísimo Sacramento», Y el Beato Enrique Suso decía
que el Señor escucha en el Sacramento nuestras plegarias con especial
complacencia.
¡Dichosa el alma que está al pie del altar pidiendo gracias a Jesucristo! La
condesa de Feria (13), monja después de
Santa Clara, estaba siempre que podía en presencia del Santísimo Sacramento,
que por eso fue llamada la esposa de Jesús Sacramentado; allí recibía continuos
tesoros de gracias. Como le preguntasen un día qué hacía en tantas horas como
pasaba ante la presencia de este adorable misterio, respondió: «De buena gana
me estaría yo allí por toda la eternidad. ¿Qué se hace, preguntan, delante de
Jesús Sacramentado ? ¿Y qué bien deja de hacerse ? ¿Qué hace un pobre en
presencia de un rico? ¿Qué un enfermo ante el médico? ¿Qué se hace? Amar,
alabar, agradecer, pedir.» ¡Ah! Sírvannos estas últimas palabras para estar con
fruto delante del Santísimo Sacramento.
Lamentóse Jesucristo de nuestra ingratitud con la B. Margarita María Alaco-que(14) por la frialdad y menosprecio con que
tratamos este Sacramento de amor, y le hizo ver su Sacratísimo Corazón en un
trono de llamas, rodeado de espinas y coronado por una cruz, dándole con esto a
entender el amor inmenso con que vive y mora en nuestros altares, y después le
dijo: «He aquí este Corazón que tanto ha amado a los hombres y que nada ha
perdonado hasta agotarse y consumirse para darles muestras de amor, y en
recompensa no recibe de la mayor parte más que injurias y menosprecios en este
Sacramento de amor. Pero lo que más me contrista es que así me traten corazones
que me están consagrados.»
¡Ah!
Los hombres no van a conversar con Jesucristo porque no le aman. Pasan horas
enteras conversando con un amigo; pero cuando se trata de hablar con Jesucristo,
aunque no sea más que por espacio de media hora, sienten una angustia mortal.
«Mas ¿ por qué Jesucristo —dirá alguno— no me concede su santo amor?» «¿Por
qué? —te responderé yo—. Si no destierras de tu corazón los afectos terrenos,
¿cómo quieres que entre en él el amor divino?» Si pudieras decir verdaderamente
y de todo corazón lo que decía San Felipe Neri al recibir la visita de Jesús
Sacramentado: «¡He aquí el amor mío, he aquí el amor mío! », no sentirías
fastidio y cansancio en pasar horas, y días enteros delante del Sacramento del
altar.
Al
alma enamorada de Dios, momentos le parecen las horas que pasa en presencia del
tabernáculo. Todo el día lo pasaba San Francisco Javier trabajando por la
salvación de las almas; y por la noche, ¿cuál era su descanso ? El conversar
con Jesús Sacramentado. San Juan francisco Regís, gran apóstol de Francia,
después de haber gastado todo el día en confesar y predicar, se iba a pasar la
noche en la iglesia; y cuando la encontraba cerrada, se arrodillaba a la puerta,
expuesto al frío o al viento, para hcer compañía, a lo menos desde lejos, a su
amado Señor. San Luis Gonzaga no tenía más placer que estarse siempre delante
del Santísimo Sacramento; mas como los Superiores le habían prohibido permanecer
allí mucho rato, era de ver la lucha interior que sostenía cada vez que pasaba
delante del altar, porque Jesucristo le atraía con las dulces cadenas de su
amor, y por otra parte la obediencia le obligaba a retirarse, «Señor, Señor —decía
entonces el santo joven con el acento del más tierno amor, dejadme, dejadme ir,
que así lo quiere la obediencia.»
Pero
si tú, hermano mío, no sientes inflamado tu corazón en el amor de Jesucristo,
procura a lo menos visitarle todos los días, y a buen seguro que El inflamará
tu corazón. «Si te sientes frío —decía Santa Catalina de Sena—, acércate al
fuego». Feliz serás si Jesucristo te otorga la gran merced de inflamarte en su
santo amor. Entonces ya no amarás, ¡qué digo!, entonces despreciarás todas las
cosas do la tierra. «Cuando hay fuego en casa —dice San Francisco de Sales—, se
arrojan todos los muebles por la ventana».
AFECTOS
Y PETICIONES
¡Oh
Jesús mío! Daos a conocer, haceos amar. Sois tan amable, que habéis agotado
todos los medios para haceros amar de los hombres, y, sin embargo, ¿cómo son
tan pocos los que os aman? Yo, Señor, he tenido la desgracia de contarme entre
estos ingratos. Con las criaturas, si me han hecho algún don o favor, he sido
muy agradecido; sólo con Vos, que os habéis dado todo a mí, he sido ingrato,
llegando hasta injuriaros gravemente y ultrajaros con mis pecados. Ahora veo
que, en vez de abandonarme, seguís intimándome el amoroso precepto de amaros.
«Amarás al Señor, tu Dios, de todo corazón.» Ya que hasta de un ingrato queréis
ser amado, os quiero amar. Me pedís mi amor, y yo, favorecido por vuestra
gracia, sólo deseo amaros. Os amo, amor mío y mi todo. Por la sangre preciosa
que por mí habéis derramado, ayudadme a amaros. Amantísimo Redentor mío, en
esta vuestra sangre pongo toda mi esperanza, y también en la intercesión de
vuestra Santísima Madre, ya que habéis dispuesto que nuestra salvación dependa
también de sus plegarias.
¡Oh María, Madre mía! Rogad a Jesús por mí;
Vos inflamáis en amor divino a todos los que os aman, inflamad también el mío,
que tanto os ama.
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