Et vita in volúntate ejus.
De su
voluntad pende la vida.
Ps., 19, 6.
PUNTO PRIMERO
De la excelencia de la conformidad con la voluntad de
Dios.
Nuestra salvación y nuestra santificación
está fundada en el amor de Dios. «El que no ama, muerto está», dice San Juan, y
San Pablo añade: «Tened caridad, que es el vínculo de la perfección». Pero la
perfección del amor consiste en conformar nuestra voluntad con la voluntad
divina, porque éste es el efecto principal del amor, dice el Areopagita: unir
la voluntad de los amantes de suerte que no tengan más que un solo corazón y un solo querer. En tanto, pues,
agradan al Señor nuestras buenas obras: penitencias, comuniones, limosnas, en
cuanto que están conformes con su divina voluntad, porque, de otra suerte, no
son virtuosas, sino defectuosas y dignas de castigo.
Esto fue lo que principalmente nos vino a
enseñar con su ejemplo nuestro Redentor cuando del cielo bajó a la tierra. Al
entrar en el mundo, según el Apóstol, se expresó de esta manera: «Tú no has
querido sacrificio ni ofrenda, mas a Mí me has apropiado un cuerpo... Entonces
dije: Heme aquí que vengo... para cumplir, ¡oh Dios!, tu voluntad». «Tú, Padre
mío, has rehusado las víctimas de los hombres; quisiste que con muerte
afrentosísima te sacrificase este cuerpo que me has dado; pronto estoy a
cumplir tu voluntad.» Esto mismo declaró muchas veces, diciendo: «He bajado del
cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad de Aquel que me envió». Y la
contraseña que nos dio para darnos a conocer el inmenso amor que tenía a su
Padre, fue el padecer de muerte de cruz para cumplir su voluntad. «Para que
conozca el mundo que amo a mi Padre y que cumplo con lo que me ha mandado,
levantaos y vamos». Dijo también que solamente reconocía por suyos a los que
cumplían con la voluntad divina. «Aquel que hiciere la voluntad de mi Padre,
que está, en los cielos, éste es mi hermano, y mi hermana, y mi madre».
Este
ha sido también el único intento y deseo de todos los santos en todas sus
acciones: cumplir con la voluntad de Dios. El Beato Enrique Suso decía:
«Prefiero ser el más vil gusanillo de la tierra por voluntad de Dios que
serafín en el cielo por mi propia voluntad». Y Santa Teresa añade: «Toda la
pretensión de quien comienza oración ha de ser trabajar, y determinarse y
ponerse a... hacer su voluntad conforme con la de Dios. En esto consiste toda
la mayor perfección que se puede alcanzar en el camino espiritual. Quien más
perfectamente tuviere estor más recibirá del Señor y más adelante está en este
camino»(15). Los bienaventurados en el cielo aman
a Dios perfectamente, porque están en todo conformes con la voluntad de Dios.
Por esto Jesucristo nos enseñó a pedir la gracia de cumplir la voluntad de Dios
en la tierra, como lo hacen los bienaventurados en el cielo. «Hágase tu
voluntad, así en la tierra como en el cielo». El que obra conforme a la
voluntad de Dios llegará a ser un hombre conforme a su corazón, como lo llamó
el Señor a David. «Buscó el Señor a un hombre conforme a su corazón»; porque el
santo rey estaba siempre dispuesto a seguir la voluntad divina. «Dispuesto está
mi corazón, ¡oh Dios!; mi corazón está dispuesto». Y no cesaba de pedir al
Señor que le enseñase a cumplir su santísima voluntad. «Enséñame a hacer tu
voluntad».
¿Quién podrá declarar el valor de un acto de perfecta resignación a la voluntad
de Dios? El solo bastaría para santificar a un alma. Cuando San Pablo perseguía
la Iglesia, se le apareció Jesucristo, le iluminó y le convirtió. El santo
Apóstol no hizo entonces más que ofrecerse a cumplir la voluntad de Dios:
«Señor —dijo—, ¿qué quieres que haga?». Y en aquel mismo punto le proclamó
Jesucristo vaso de elección y apóstol de los gentiles. «Ese mismo es ya mi
instrumento, elegido por Mí, para llevar mi nombre delante de todas las
naciones». El que ayuna y hace limosnas y se mortifica por amor de Dios le da
parte de sí; pero el que le entrega su voluntad se lo da todo. Esto es lo que
Dios pide cuando dice: «Hijo mío, dame tu corazón», es decir, tu voluntad.
En
nuestros deseos, en nuestras devociones, meditaciones y comuniones, debemos
tener puesta la mira en cumplir la voluntad de Dios. A esto debemos enderezar
todas nuestras oraciones: a impetrar la gracia de cumplir lo que Dios pide de
nosotros. Esto es lo que debemos pedir al Señor por intercesión de nuestros
Santos Patronos, y señaladamente de María Santísima, a fin de que nos alcancen
la luz y fuerzas necesarias para conformar en todas las cosas nuestra voluntad
con la de Dios, sobre todo cuando se trata de abrazarse con lo que repugna al
amor propio. Decía el Beato Padre Maestro Juan de Avila «que más vale en las
adversidades un gracias a Dios, un bendito
sea Dios, que seis mil gracias de bendiciones en la prosperidad».
AFECTOS
Y PETICIONES
¡Oh
Dios mío! Mi mayor desgracia en la vida pasada ha sido es no querer conformar
mi voluntad con la vuestra. Detesto y maldigo mil veces aquellos días y
momentos en que, por seguir mis propios caprichos, he contrariado vuestra
voluntad, ¡oh Dios del alma mía! Ahora os entrego toda mi voluntad; recibidla,
¡oh Señor mío!, y estrechadla de tal suerte con los lazos de vuestro amor, que
ya no pueda rebelarse contra Vos. Os amo, Bondad infinita, y, por el amor que
os tengo, a Vos me ofrezco todo entero. Disponed de mí y de todas mis cosas
como os agrade, que yo me someto gustoso a todas vuestras santas disposiciones.
Libradme de la desgracia de contrariar vuestra voluntad, y después haced de mí
lo que os agrade.
Eterno Padre, atended a mis ruegos por amor de Jesucristo; Jesús mío,
escuchadme por los méritos de vuestra Pasión.
Y
Vos, ¡ oh Virgen Santísima! , ayudadme y alcanzadme la gracia de cumplir
con la voluntad de Dios, que en esto está cifrada toda mi salvación. Otorgadme
esto, y nada más os pido.
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