PUNTO SEGUNDO
De la vida que aquí llevemos
depende la eternidad
Si el árbol cayere hacia el Mediodía o hacia
el Norte, doquiera que caiga, allí quedará. Del lado que caiga a la hora de la muerte el árbol de tu alma, allí
quedará por toda la eternidad. No hay medio: o reinar para siempre en el cielo
o para siempre sufrir como esclavo en el infierno, o siempre feliz en un océano
de delicias o siempre desesperado en una cárcel de tormentos. Considerando San
Juan Crisóstomo al rico Epulón, tenido por dichoso en este mundo por haber sido
rico, pero que, al fin, fue condenado al infierno, y a Lázaro, tenido por
desgraciado por ser pobre, pero luego feliz por haber ido al paraíso, exclama:
«¡Oh infeliz felicidad que lleva al rico a eterna infelicidad! ¡Oh feliz
infelicidad que conduce al pobre a felicidad eterna!»(9).
¿De
qué sirve, pues, angustiarse, como hacen algunos, diciendo: «Quién sabe si
estoy condenado o predestinado»? Cuando se corta un árbol, ¿a qué lado cae?
Cae, sin duda, hacia el lado donde está inclinado. ¿A qué lado te inclinas tú,
hermano mío? ¿Qué vida llevas? Procura inclinarte siempre hacia el Mediodía; es
decir, consérvate en gracia de Dios, evita el pecado, y de esta suerte te
salvarás y serás predestinado. Y para evitar el pecado ten siempre fijo ante
los ojos del alma el pensamiento de la eternidad, llamado por San Agustín gran
pensamiento. Esta consideración ha movido a dejar el mundo a muchos jóvenes
y los ha llevado a los desiertos, para no ocuparse más que del negocio de su
alma, y de esta suerte han asegurado su salvación; y ahora, que están en la
gloria, serán felices por toda la eternidad.
Una
señora que vivía alejada de Dios se convirtió con sólo oír al Beato Padre Avila
estas palabras: «Meditad, señora, estas dos palabras: siempre, jamás»(10). El Padre Pablo Séñeri,
sobrecogido un día por el pensamiento de la eternidad, en varias noches
seguidas no pudo conciliar el sueño, y desde aquel momento se determinó a
llevar vida más austera. Refiere Darselio que un obispo se servía de este
pensamiento de la eternidad para animarse a llevar una vida santa, y sin cesar
se estaba diciendo: «A cada instante estoy a las puertas de la eternidad. Se
cuenta de un monje que se sepultó en una tumba y allí no cesaba de exclamar:
«¡Oh eternidad! ¡Oh eternidad!»(11). «El
que cree en la eternidad —decía el Beato Padre Avila— y no se hace santo,
debería estar encerrado en una casa de locos»(12).
AFECTOS
Y PETICIONES
¡Oh Dios mío!, tened compasión de mí; yo
bien sabía que. pecando, me condenaba a mí mismo a una eternidad de tormentos,
y, con todo, he tenido el placer de contrariar vuestra santísima voluntad. ¿Y
por qué ? Por un vil placer. ¡Ah, Señor mío!, perdonadme, que ya me arrepiento
de todo corazón; no quiero resistir más a vuestra santísima voluntad. ¿Qué
hubiera sido de mí si me hubierais mandado la muerte cuando llevaba vida tan
desordenada? Estaría en el infierno maldiciendo eternamente vuestra voluntad.
Mas ahora la amo y quiero amarla siempre: Enseñadme a hacer vuestra voluntad.
Sí, enseñadme y dadme fuerzas para seguir en todo vuestro divino beneplácito.
No quiero resistiros más, ¡oh Bondad infinita!, y por todo favor os pido que
se haga vuestra voluntad así en la tierra como en El cielo. Otorgadme la
gracia de cumplir perfectamente vuestra voluntad, y nada más os pido. ¿Y qué
otra cosa queréis Vos, Dios mío, sino mi bien y mi salvación? ¡Oh Padre
Eterno!, atended a mis ruegos por amor de Jesucristo, que me ha enseñado a
recurrir a Vos sin cesar, y en su nombre os pido hágase vuestra voluntad,
hágase vuestra voluntad, hágase vuestra voluntad. ¡Cuan dichoso seré si en lo que me resta de vida y hasta el fin
de ella cumplo vuestra voluntad.
Bienaventurada sois, ¡oh María!, que tan perfectamente
cumplisteis la voluntad de Dios; obtenedme, por vuestros méritos, que a lo
menos la cumpla yo todos los días que me quedan de vida.
(11) San Juan Clímaco (Scala paradisi, Gradus VI. MG 88-798) narra un caso parecido de un monje que se tapió durante doce
años en celdita y que, viviendo en ese espacio de tiempo sin cruzar con nadie
la palabra, decía en el trance de muerte: «Ignoscite, inquit, nemo qui mortis
memoríam animo infixerit, unquam peccare poterit.»
(12) Juan de Avila, Tratado
espiritual sobre el él v. Audi, Filia, c. 48. Es éste un pensamiento que
viene a menudo a los puntos de la pluma del Beato Maestro Juan de Avila,
principalmente cuando escribe a personajes nobles que por él se dirigían. Cf. Cartas.
(13) El ejemplo de Santo Tomás Moro era clásico en los predicadores
coetáneos de San Alfonso.
(14) ¡Oh,
válame Dios! Qué hace tener tan dormida la fe para lo uno y para lo otro, que
ni acabamos de entender cuan cierto tenemos el castigo, ni cuan cierto el
premio (S. Teresa de Jesús, Camino de perfección, c. XXX. Obras, III,
Burgos, 1916, p. 140).
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